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¿Por qué nos enganchamos al teléfono?

Entre nosotros y nuestro smartphone, ya nada es lo que era. Dependientes, manipulables, accesibles a cualquier hora y en cualquier momento... Así se sienten millones de internautas y usuarios de las redes sociales. Por eso, en tiempos de sobredosis y desconfianza, se impone una desconexión. Quizá porque la edad de la inocencia digital ha terminado.

Pincha en la imagen para conocer a famosos youtubers como Dulceida y El Rubius, que han contando y expuesto su vida sentimental y privada en las redes sociales./instagram @teresaandresgonzalvo

Pincha en la imagen para conocer a famosos youtubers como Dulceida y El Rubius, que han contando y expuesto su vida sentimental y privada en las redes sociales. / instagram @teresaandresgonzalvo

Silvia Torres
Silvia Torres

Hubo una edad de oro del teléfono inteligente. Ese período de euforia y de inocencia se produjo entre 2009 y 2015, cuando abrazamos en cuerpo y alma las ocurrencias de los cerebros teckies de Silicon Valley. Algunas estadísticas de entonces demuestran nuestra absoluta entrega física y emocional. En una encuesta, uno de cada cinco estadounidenses confesó que lo primero que hacía tras tener sexo era mirar el móvil. La prensa no perdió oportunidad de contextualizar la estadística y dijo que el smartphone era el nuevo cigarro de después.

En aquella época, concretamente en 2012, otra encuesta dijo que el 68% de los británicos renunciaría a la cerveza, al vino, a los chocolates, a los zapatos, a la televisión y hasta al coche durante un mes a cambio de que le dejasen quedarse con el móvil. El 22% aseguró que “el teléfono era lo más importante que se llevaba cada noche a la cama”.

Todos podemos recordarnos compartiendo intimidades en Facebook. Haciéndonos fans de aquellos maravillosos grupos: “Señoras que se desmaquillan con KH7” “Señoras que insultan a los anuncios de Spotify”… En medio de aquella fiesta, nadie nos advirtió de que éramos carne de cañón de un algoritmo en ciernes que recopilaba datos y se preparaba para ganar dinero con ellos y con nuestro tiempo, todo el que perdíamos en Facebook y en otras redes sociales de naturaleza absorbente y adictiva. Algunos estudios en EE.UU. llegaron a estimar que, mientras estábamos despiertos, el tiempo promedio que pasamos sin mirar el móvil era solo de 10 minutos.

Dieta digital a la carta:

  • Esta historia es totalmente real. Su protagonista es Daniel Sieberg, exreportero de Tecnología de CBS News y exadicto confeso a internet y al móvil. Se sometió voluntariamente a un ayuno digital durante un corto período de tiempo, entre un fin de semana y cinco días. Luego contó su experiencia en The Digital Diet, un libro que explica un sistema de cuatro pasos para hacer retiros digitales a la carta.

  • 1. Repensar: Consiste en intentar determinar cuánto tiempo pasas en internet. Dice Sieberg que dedicar dos horas diarias a  actualizar Facebook y Twitter, Instagram, y en general, a navegar por internet sin motivos concretos no parece terrible. Sin embargo, a final del año, la suma son casi 30 días perdidos.

  • 2. Reiniciar: (Fase de desintoxicación). Recomienda empezar un fin de semana. Lo primero es alejar la tentación y guardar el teléfono en una caja. Lo segundo, confiar a alguien las contraseñas de los perfiles de las redes sociales. La misión de esta persona es cambiarlas por unas desconocidas para el practicante del retiro, que deberá grabar un mensaje en su teléfono disculpándose por no estar disponible en los próximos días. El  correo electrónico deberá ser revisado una vez al día (mejor por la noche). La finalidad es reducir al mínimo la presencia de la tecnología durante un fin de semana para que la persona lea (páginas impresas, nunca en pantalla), practique ejercicio o se entrene en la conversación cara a  cara.

  • 3. Reconectar: Dice su creador, que el propósito de este ayuno no es una cruzada contra el teléfono e internet, sino recolocar la vida on line en el  sitio adecuado. Una de las variables a controlar es la duración del día electrónico (e-day ), es decir las horas que pasamos dedicados al móvil. Durante la desintoxicación, las horas del día digital deben ser mínimas, cercanas a cero. Pero el objetivo final es conseguir una presencia digital equilibrada. En esta fase el e-day puede ir alargándose pero deben quedar establecidos los límites de los nuevos hábitos digitales. Por ejemplo, aún cuando esté despierto, no responda un correo electrónico a las dos de la madrugada. Y no duerma con sus gadgets en la habitación (intente despertarse con un reloj despertador, como hace 20 años).Así, su día electrónico comenzará más tarde y no cuando abra los ojos. Para Sieberg, la duración razonable de un día electrónico oscila entre 90 minutos y tres horas.

  • 4. Reactivar: El ayuno habrá funcionado si el sujeto consigue renovar las relaciones personales abandonadas por la vida digital. “Este régimen debería ayudar a recuperar la cordura en nuestra relación con la tecnología y las personas”. Asegura Sieberg que este es el ayuno digital menos radical y que es posible retornar a la vida normal de las dos horas en las redes sociales sin grandes traumas.

Pero ya nada es como era. El experto en adicciones Michael Stora describe así el estado de la cuestión: “ Había una magia en internet que ha desaparecido. Al principio, todos entramos porque era un espacio de transgresión, poco convencional, donde las personas se expresaban libremente. Ahora la impresión general es de conformismo, uniformidad y rutina”. Nadie es libre, todo el mundo se sabe bajo un escrutinio universal y piensa, edita y reedita mil veces lo que publica. Incluso borra miles de tuits en un intento infantil de borrar el pasado.

Empezamos a sentirnos demasiado dependientes, manipulados, accesibles a toda hora y en cualquier sitio. Y no era solo una sensación. 2017 fue el annus horribilis de las grandes plataformas de Silicon Valley. De repente, los padres fundadores empezaron a desertar de su invento. El primero, Sean Parker, que fue el primer presidente de Facebook, en 2004. El pasado 8 de noviembre Parker tomó la palabra en un acto para decir, sin que le temblara el pulso, que se arrepentía de haber participado en la creación de Facebook. Detalló que para conseguir que la gente permaneciera mucho tiempo en la red (y ganar dinero con ello) había que generar descargas de dopamina, pequeños instantes de felicidad que vendrían de la mano de los likes de los amigos “Eso supone explotar una vulnerabilidad de la psicología humana –afirmó–. Los fundadores de esto, tanto yo, como Mark Zuckerberg y Kevin Systrom [cofundador de Instagram] lo sabíamos. A pesar de ello, lo hicimos”. Parker se declaró ese día objetor de las redes sociales. Su discurso acabó con una frase inquietante: “Solo Dios sabe lo que se está haciendo con el cerebro de los niños”.

Poco después, el 12 de diciembre, Chamath Palihapitiya, exvicepresidente de Facebook, dijo en el foro de la Business School de la Universidad de Stanford que “las redes sociales estaban desgarrando el tejido social”. Y el 23 de enero, Tim Cook, CEO de Apple, aseguró que no quería que su sobrino de 12 años tuviera acceso a las redes sociales.

Devorar nuestra atención

“Estamos en manos de los desarrolladores que nos van a arruinar todo”, me escribe Adriano Farano, periodista y fundador de varias start ups tecnológicas. Lo dice desde Menlo Park, California, donde, tras años de ser un defensor acérrimo de la tecnología, acaba de fundar una empresa para promover el periodismo de calidad que hacen los humanos. “Es un acto de rebeldía porque lo que se supone que debo hacer es algo de inteligencia artificial o de blockchain. Es lo que se lleva”.

En siete años, todo ha cambiado, y hemos dejado de ver a las grandes compañías tecnológicas como benefactoras de la humanidad, para empezar a considerar que son una especie de Gran Hermano con capacidad para devorar nuestra atención, nuestra memoria y nuestra capacidad de concentración. Los últimos años de investigación de las tripas de Facebook, Instagram y otras aplicaciones han confirmado que su modelo de negocio descansa en su poder adictivo. Tal y como reconoció Sean Parker, el sistema de likes juega con los circuitos de recompensa del cerebro y lo hace liberar dopamina, la hormona del placer, que nos incita a ir a por más.

Muchos mantienen a sus hijos alejados de las pantallas hasta los 10 años.

Otro gran golpe para nuestra autoestima fue descubrir que Steve Jobs y otros prohombres tecnológicos mantenían a sus hijos alejados de las pantallas al menos hasta los 10 años. Un mandamiento que también sigue el colegio público de Palo Alto, la capital de Silicon Valley, y que se aplicará en septiembre en las escuelas francesas, donde estará prohibido el acceso de los móviles. Lo que pretenden evitar es que los niños sean arrasados por una tecnología diseñada para enganchar. “La naturaleza absorbente del dispositivo y la información en tiempo real arrastra a los usuarios, la intermitencia y la respuesta constante del otro lado refuerzan esa sensación. Además hay que contar con la presión de vivir en un mundo en el que para mucha gente “inmediatamente” significa literalmente “inmediatamente”. Eso provoca que la gente viva extasiada en sus teléfonos e ignore la vida que les pasa por delante”, describe Robert Sutton, profesor de la Universidad de Stanford y autor del libro Good Boss, Bad Boss [Jefe bueno, jefe malo].

Navegación errante

Los conversos no han tardado en aparecer. Gente que anuncia a bombo y platillo que sale de Facebook y de Twitter, que renuncian a Instagram, que se ponen, literalmente, a dieta digital . Fuerza de voluntad y autodisciplina son las palabras de orden. El objetivo es evitar el binge surfing, la navegación errante por internet, sin buscar nada en concreto, y que consume un tiempo precioso.

No se trata de promover el odio al teléfono y a las redes sociales, sino de ponerlas a nuestro servicio, y no acabar siendo marionetas de un algoritmo. Ya no somos novatos eufóricos en la red. La edad de la inocencia ha terminado.

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