Camille Preaker es adicta al dolor. Cuando no soporta la presión de la realidad, cualquier objeto afilado se convierte de pronto en un alivio. Sus brazos, sus piernas, su espalda: toda su piel es un tejido de heridas abiertas, de costras, de cicatrices más o menos lejanas. "Qué suerte tienes –le dijo a su compañera de habitación en la clínica donde estaban confinadas–: yo no puedo llevar falda desde que era adolescente". "Me estás leyendo", le dice a su amante adolescente cuando este repasa con la mirada y los dedos cada una de sus ruinas cutáneas.

El cuerpo como herida permanente. El cuerpo como espejo del alma. Cada una de esas heridas física o psicológicamente abiertas es un túnel minúsculo que comunica el presente con el pasado. La investigación que la periodista realiza en su pueblo natal –porque el asesinato de dos adolescentes lo ha convertido en noticia– con su propia adolescencia. Las muertes de hoy con la de su hermana cuando ambas eran demasiado jóvenes. La madre de hoy con la de entonces, igualmente neurótica, manipuladora, insoportable, cuyo nombre (Adora) resume su personalidad obsesiva.

El inquietante montaje de la serie convierte el presente y el pasado en una única textura. Los flashbacks, a menudo brevísimos, se insertan en la narración, reproduciendo la percepción de la protagonista, que ve al fantasma de su hermana, que no cesa de recordar aquellos años oscuros en los rincones de la casa familiar, en las calles del pueblo, en el campo de fútbol con el resto de animadoras, en el bosque de las primeras borracheras, los primeros besos, el horror primero. Pese a los teléfonos móviles, el tedio de la juventud provinciana pervive, intacto. Camille es una mujer precaria, alcohólica, enferma. Pero también es una mujer inteligente, perspicaz y seductora. No es casual que su profesión sea el periodismo. Ni que tenga que alojarse en la casa materna porque –deducimos– el diario para el que trabaja no le puede pagar un hotel. La precariedad es de ida y vuelta. El oficio también puede ser el espejo del alma.

Su viaje es al mismo tiempo un viaje a la semilla y al infierno. Capítulo a capítulo, los habitantes del pueblo le van a repetir que es bella, un mito, deseada. No entienden que lo que ella quería era ser adorada. Que lo que más nos importa es que nos valore nuestra madre.

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