El 5 de noviembre señala el final de la droughtlander (juego de palabras en inglés entre drought, sequía, y el título de la serie) y Outlander (que en España emite Movistar+) estrena su cuarta temporada. Millones de fans en todo el mundo esperan impacientes el retorno del romance inmortal entre Jamie (Sam Heughan), el apuesto highlander del siglo XVIII, y Claire (Caitrona Balfe), la enfermera de la II Guerra Mundial que aterrizó en sus brazos tras viajar al pasado a través de unas piedras druídicas.
“La nueva temporada de Outlander gira en torno al concepto de hogar”, dice Matt Roberts. En los primeros capítulos, veremos cómo nuestros héroes se instalan en Carolina del Norte, primero en la plantación de Jocasta (la veteranísima Maria Doyle Kennedy), tía de Jamie. Los indios jugarán un papel importante (Starz ha contratado expertos cherokees para la ocasión) y habrá un nuevo villano, el encantador Stephen Bonnet (Ed Speelers). Y no os despidáis de Brianna (Sophie Skelton), la hija de la pareja, que descubrirá un aterrador dato histórico que afecta a sus padres.
La serie, producida por Starz, arrancó por todo lo alto en 2014, con una base bien establecida de fans procedentes de las novelas en que se basa, escritas por Diana Gabaldón: su primer capítulo tuvo 3,7 millones de espectadores (el 45% de ellos hombres, por cierto). Los críticos la saludaron como una momserie (serie para madres), comparable a las adaptaciones de clásicos que hace la BBC. Cuando comprobaron la abundancia de escenas sexuales en la trama, la tildaron de mommy porn (porno para madres), a medio camino entre Juego de tronos y 50 sombras de Grey.
Khaleesi con Khal Drogo en la primera tórrida y violenta temporada de Juego de tronos. /
Pero Outlander era algo más. Tres años antes del movimiento #MeToo , abordó con sensibilidad cuestiones como el deseo femenino desprovisto de culpa, los límites del consentimiento o las secuelas de la violencia sexual. Lo peculiar es que otras series que estaban haciendo lo mismo en aquel momento se situaban en escenarios aptos para la vanguardia o la experimentación social: el Nueva York millennial en Girls, una prisión femenina en Orange is the new black o la escena transgénero de Los Ángeles en Transparent.
Outlander, sin embargo, llevaba los códigos éticos actuales (y femeninos) a las montañas escocesas del siglo XVIII, con sorprendentes, y en ocasiones humorísticos, resultados. Feministas de intachable reputación cayeron rendidas a sus pies. Roxane Gay (autora de Mala feminista y Hambre) lleva años reseñando cada episodio en distintas revistas.
Pero, ¿cuál es el secreto de su éxito? No nos andemos con rodeos: una parte importante de su atractivo reside en sus escenas de sexo.
Al contrario que otras series que ponen la cama en el centro, como Masters of sex u Orange is the new black, casi todo ese sexo sucede entre los dos protagonistas. Y con luz y taquígrafos, porque, a diferencia de otras series de corte romántico, Outlander no cree en el fundido en negro. Sus escenas de sexo son largas, de ritmo pausado y recorren todos los estadíos del amor, desde la extrañeza inicial hasta el clímax, pasando por los ocasionales cabezazos involuntarios.
La serie ha llegado a dedicar capítulos enteros al intercambio erótico: la noche de bodas de Jamie y Claire, en la primera temporada, y su reencuentro, en la tercera, (ambos dirigidos por mujeres, por cierto).
En ese último capítulo, que reunía de nuevo a los amantes tras 20 años y seis episodios de separación, la consumación no se produjo hasta el minuto 45. ¿Agónico? No, sensual. “Nuestra serie es más fuerte cuando Jamie y Claire están juntos y mostrando sus sentimientos –dice Matt Roberts, su productor ejecutivo–. Podemos quemar cosas, disparar rifles, rodar persecuciones a caballo..., pero lo importante en Outlander es mostrar una épica historia de amor. Por eso es importante que nos tomemos nuestro tiempo con esas escenas. Al público le encantan. Si nos apoyamos en ellas, iremos por el buen camino”. El actor Sam Heughan corrobora su visión: “El sexo es una parte muy importante de la serie, porque lo es en la relación entre Jamie y Claire. Creo que lo que conseguimos es que esas escenas nos digan algo sobre los personajes: si hay entre ellos un nuevo amor, o extrañeza, o confianza. Las escenas de sexo reflejan el viaje de los personajes y los mueven hacia delante”. Tal vez este sea el punto clave: la manera en que se muestran las escenas de sexo, cuando son importantes en una serie, dice mucho sobre la filosofía de cabecera de sus guionistas.
Naturalmente, el sexo, también en femenino, ha sido retratado en muchas series. Y cada una puede apuntarse sus méritos. Sexo en Nueva York derribó tabúes eróticos que ahora nos resultan lejanos; Girls introdujo el realismo (feísmo y momentos frustrantes incluidos) en las escenas de cama; Masters of sex maridó ciencia y deseo (incluido el descubrimiento científico del orgasmo femenino) y The affair exploró el juego de perspectivas. Mientras Juego de tronos lo dotó de tanta violencia que acabó dando un paso atrás.
El crudo realismo en la cama de Girls /
En Outlander, el elemento diferencial es esa mirada femenina, que permite que Claire sea un personaje sexual y no sexualizado. Esa perspectiva, más allá de la cama, lleva el peso de toda la serie. “Al arrancar la historia –dice Roberts–, Claire es el público, el personaje actual metido en una trama de época. El espectador ve la historia a través de sus ojos”. La mirada de Claire (voz en off incluida) nos acompaña durante toda la serie, algo que sigue siendo sorprendente en un mundo, el audiovisual, donde los personajes masculinos suelen tener el doble de diálogo que los femeninos, según un estudio de la Universidad del Sur de California.
Su protagonista, Caitrona Balfe cree en la importancia de esa nueva mirada: “La serie cuenta tanto la historia de Jamie como la de Claire, y ambos personajes deben ser redondos. Lo que resulta inusual es que, en otras series, se da espacio solo a los intereses del personaje masculino, y en la nuestra se hace con los dos. Es una locura que se nos considere revolucionarios por eso”.
Pero ninguna serie es una isla, y tampoco lo es Outlander. Otras como Killing Eve, I love Dick o incluso, a modo de fábula moral, The handmaid’s tale, están cambiando los códigos narrativos en clave de género. “En estos cuatro años que llevamos trabajando en la serie, el panorama ha cambiado de manera espectacular –asegura Balfe–. Y es maravilloso formar parte de esta ola”.
En el primer capítulo de la cuarta temporada, asistiremos a una conversación entre Jamie y su sobrino Ian a propósito de los abusos sexuales que ambos han sufrido; es una escena mil veces rodada entre personajes femeninos que resulta impactante cuando se produce entre hombres. Y no es la primera vez que Outlander juega a revertir los roles de género. Es Jamie, no Claire, quien llega virgen a su boda; quien, tras sufrir tortura y violencia sexual, pasa media temporada traumatizado y evitando la intimidad conyugal; quien se desmaya al reencontrarse con su amor perdido 20 años después; y quien se preocupa por haber envejecido demasiado para seguir siendo deseable. Incluso es a él, no a ella, a quien vemos desnudo a la menor ocasión: trabajando sin camisa, a punto para un baño, incluso quitándose los pantalones tras haberse derramado una bebida, en un homenaje al más barato de los desnudos gratuitos.
Podríamos decir, incluso, que lo más peculiar de Outlander es que es una serie que evita cuidadosamente cosificar a la mujer… para poder hacerlo con el hombre. Con este hombre, al menos. “Se podría argumentar, sí -sonríe Heughan-. Soy consciente de la reversión de géneros. Jamie es un personaje idealizado y el reto es hallar su lado más humano”. Aun así, el desnudo masculino sigue siendo territorio tabú: en las 100 películas taquilleras del año pasado, el 26% de los personajes femeninos mostraban su cuerpo frente al 9% de los masculinos. Series como Big little lies, Insecure, The leftovers o Westworld se esfuerzan por igualar la balanza.
Lo cierto es que, tras el escándalo Weinstein y el movimiento #MeToo, el cambio de mentalidad ha llegado antes a la televisión: en el cine, solo el 12% de los proyectos de cierta envergadura fueron dirigidos por mujeres en la temporada 2017-2018; en televisión, ellas estuvieron al frente del 25% de los episodios de las series, según el estudio anual del Gremio de Directores de América. Es más: entre las personas que dirigieron un capítulo por primera vez, el 41% fueron mujeres (en 2016-17, fueron el 33%), algo que sugiere un recambio generacional.
Además, la presencia femenina tras las cámaras (también en producción y guion) está ampliando la variedad de tramas, sentimientos y conflictos de los personajes femeninos en televisión. Incluso la ira de las mujeres, uno de los grandes tabúes de nuestra imagen pública se muestra en su esplendor en series como Good Girls, Big Little Lies, House of cards o Dietland.Géneros tradicionalmente masculinos se trasladan al lado femenino con rentables resultados: los superhéroes en Jessica Jones, la crónica carcelaria en Orange is the new black o el dúo detective/asesino en Killing Eve. Algunos críticos aseguran, incluso, que series que en su momento nos parecieron feministas como Sexo en Nueva York hoy nos resultarían casi misóginas; y que, en cambio, ciertas damas “odiosas” de la televisión (la gélida Betty Draper de Mad men o la implacable Skylar White de Breaking Bad) recibirían mucha más empatía, porque estamos rebajando los estándares de gustabilidad. ¿Acaso no ha sido la serie del verano Sharp Objects, una oda a la antiheroína?
Caitrona Balfe lo resume así: “El mundo ha cambiado. El público ha cambiado. Y a menos que des un paso atrás y te des cuenta de que la gente no va a aceptar los estereotipos de siempre, contados como siempre, te quedarás atrás”.
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