Fijos en este dato: según el último Índice de Satisfacción al Cliente de Estados Unidos, las aseguradoras de salud, las oficinas de correos y las compañías telefónicas son los servicios que menos satisfacen a los ciudadanos. La novedad es que a estos tres gigantes se suma por primera vez una red social: Facebook. Un servicio gratuito es percibido de forma más negativa que otros de pago. Sí, Mark Zuckerberg se ha convertido en ese repartidor molesto que llama a tu puerta justo cuando estas en la ducha para entregarte un paquete que te tenía que haber llegado hace horas.
Existe un descontento palpable con internet y, en concreto, con las redes sociales. Las fakes news, la expansión del odio, la banalización informativa, o la pérdida de privacidad, han llevado a pioneros como Jaron Lanier (investigador de Microsoft) a abrazar públicamente la vida analógica. Lanier dibuja en su libro Arguments for deleting your social media accounts [Argumentos para borrar tus cuentas sociales] un panorama apocalíptico. “No podemos tener una sociedad en la que, si dos personas desean comunicarse, la única forma de hacerlo sea siendo financiada por una tercera persona que desea manipularlas”, dice.
Lanier pide que Internet se rehaga, que seamos nosotros los que paguemos por las redes sociales para que otros no paguen por nuestros datos. No parece mala idea. Pero la solución no pasa por culpar únicamente al medio. Porque la verdadera fortaleza de internet es, al mismo tiempo, su debilidad: la libertad. Somos nosotros los que aceptamos las políticas de privacidad sin leerlas. Somos nosotros los que decidimos qué noticias consumimos, con qué desconocido discutimos en Twitter o con qué comentario nos ofendemos (o nos ofendemos mucho). Somos nosotros los que elegimos enlazar 30 vídeos de YouTube sobre gatos tropezando, en lugar de hacer algo productivo con nuestras vidas.
Si una tortilla de patatas te sale mal, puedes culpar únicamente a la sartén –¡ES QUE SE PEGA MUCHO!– o replantearte también tu pericia culinaria. Incluso puedes comprarte una sartén nueva.
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