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A los 22 años, Lee Miller había sido estudiante en París, artista y modelo. También había sido fotografiada desnuda por su padre, violada por un amigo de la familia, rescatada de un atropello por el mismísimo Condé Nast... y su vida trepidante no había hecho más que empezar. Hoy, conocemos a esta histórica fotógrafa, sobre todo, por su trabajo como reportera de guerra (inolvidable su autorretrato de Hitler en la bañera) y sus fotografías de moda. Pero su arte tenía más facetas.
La Fundación Joan Miró de Barcelona dedica la exposición a Lee Miller y el surrealismo en Gran Bretaña (hasta el 20 de enero) a la intensa relación de la fotógrafa con este movimiento. Miller, junto con su marido, el artista Roland Penrose, se convirtió en embajadora del surrealismo en Londres, ciudad a la que migró el movimiento antes de la II Guerra Mundial.
En aquellos años, Lee lidiaba (alcohol y depresión mediante) con el trauma de todo lo que había visto como corresponsal de guerra, algo que la llevó a abrazar con naturalidad el cariz onírico, entre el escapismo y la pesadilla, del movimiento surrealista: alumna y modelo de Man Ray, actriz de Cocteau y reportera gráfica de los encuentros y obras de los surrealistas, su vinculación con este grupo se prolongó hasta bien entrados los años 60.
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