Fotografía del Aniversario de la mujer Islámica en Teherán (1979). / Christine Spengler

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Christine Spengler, la fotógrafa de la ternura y la guerra

En ocasiones, la realidad (en femenino) supera a la ficción. Y el documental Moonface protagonizado por Christine Spengler y galardonado en el Festival de Málaga de Cine en Español con la colaboración de Mujerhoy, es el mejor ejemplo de ello.

Christine Spengler (Mulhouse, Alsacia, 1945) es una leyenda del fotoperiodismo. En Camboya y Vietnam, conflictos que cubrió en sus inicios, la llamaron Moonface [cara de luna], por su rostro redondo de alabastro, que solía llevar enmarcado por un flequillo y oscuros pañuelos. Muchos han intentado hacer una película sobre su fascinante vida, incluso una en Hollywood con Angelina Jolie como protagonista. “Yo prefería a Juliette Binoche, se parece más a mí”, señala Spengler desde su domicilio en París. Pero fue tras conocer a Xavi Herrero cuando decidió protagonizar su historia en Moonface. Una mujer en la guerra, la película ganadora del Primer Premio Biznaga de Plata Afirmando los Derechos de las Mujeres del Festival de Málaga. La realizadora Mabel Lozano, coordinadora de esta sección en la que colabora Mujerhoy, califica el documental de “redondo, una simbiosis perfecta entre la belleza de las imágenes y de la propuesta del realizador y una protagonista que traspasa la pantalla. Christine es un modelo para todos. Ha roto techos ya no de cristal, sino de cemento”.

En Moonface, la fotógrafa se abre al mundo con honestidad y enamora. Como ha fascinado a Xavi Herrero, director del filme y del Ibiza Cine Fest, que lo ha producido. “Cada año hacemos una película relacionada con la isla. Una amiga me habló de Christine, que pasa parte del año allí”, recuerda Herrero. Herrero fue a Madrid a presentarle un teaser del proyecto y se vieron en la taberna El comunista, uno de los lugares favoritos de la fotógrafa. La conexión fue total y, al día siguiente, grabaron la entrevista que sería la espina dorsal del filme.

Christine Spengler con el realizador Xavi Herrero. / d.r.

Una vida tras la cámara

Herrero realiza un bello ejercicio de acompañamiento de las palabras y la obra de Spengler. “Su voz, que es preciosa, forma parte de la banda sonora. Quise alternar silencios con sus fotos, para que no fuera un pase de diapositivas. Con la materia prima que son su obra y ella misma tienes que ser un realizador muy malo para hacer un mal documental”, apunta. El resultado atrapa y emociona profundamente.

Defender a los oprimidos con mi cámara se convirtió en mi vida".

La historia de Spengler comienza con un drama: el suicidio de su hermano Eric a los 23 años marcó su vida. Como lo hizo el primer viaje que hicieron juntos al Chad, en el que descubrió la fotografía. Como legado, Eric le dejó, además de un dolor inmenso, una cámara Nikon y una nota: “Tú eres la más fuerte de los dos. Tú serás la corresponsal de guerra que dará testimonio de las causas justas”.

Aquella cámara se convirtió en su compañera. “Me corté el pelo, me vestí de negro y comencé a trabajar sin parar. Defender a los oprimidos, no con armas sino con mi cámara, se convirtió en mi vida”, explica Spengler, que tiene una relación muy estrecha con España porque se crió en Madrid con sus tíos desde los siete años, cuando se divorciaron sus padres. “Mi mayor influencia como fotógrafa es Goya. Mi tía Marcelina me llevaba al Museo del Prado y yo siempre quería mirar sus pinturas”, recuerda.

Aquellas visitas quizá sean responsables de sus celebrados encuadres y de su capacidad para transmitir la psicología de aquellos a los que fotografía. Además, consigue captar cualquier atisbo de esperanza en medio del drama de la guerra. Fotos como las de dos soldados cogidos de la mano en Chad o unos críos jugando con obuses entre risas en Camboya dieron la vuelta al mundo.

Retratar la luz

Xavi Herrero, hijo y hermano de fotógrafos, conocía la obra de Spengler porque “veía en los anuarios enormes y preciosos de la revista Life muchas fotos de conflictos que provocaban pesadillas a un niño como yo –dice–. Pero luego aparecían las de ella, como destellos de luz entre tanta brutalidad. He intentando transmitir ese abanico que es su vida y su obra, que va del amor a la muerte, del horror a la esperanza”.

Herrero reconoce que “somos coautores del documental, pero más allá, en Christine he descubierto a una persona extraordinaria, divertida e inteligente que soy afortunado de tener como amiga. Cuando no está, la echo de menos”. Ella resume su protagonismo en el filme con sencillez: “Me expongo tanto en la guerra como en la intimidad y en las pantallas. Creo que la naturalidad me viene de España. Además, siete años de psicoanálisis acaban con todos tus tabúes”. Christine afirma que en la segunda parte de su autobiografía, Entre la luz y las sombras (Aguilar), que está escribiendo, nota su evolución. “Ya no tengo zonas oscuras”, dice. Aunque fue una de las pocas mujeres fotógrafas de guerra en los 70, reconoce que el machismo no lo encontraba entre sus compañeros, “sino en las redacciones, donde tenías que luchar duro para que te mandaran a ti y no a un hombre”.

Spengler durante un viaje como fotorreportera en Irán, en 1979. / d.r.

A sus 74 años, Spengler no para de trabajar. En su obra reciente ha pasado al color, con piezas que mezclan la fotografía, la pintura y el collage, y que homenajean a quienes admira: Maria Callas, Frida Kahlo, Marguerite Duras o su hermano Eric. Uno de sus últimos encargos fue fotografiar una colección de Dior en 2018, a petición de una de sus fans, la directora creativa de la maison, Maria Grazia Chiuri. Su último trabajo como reportera fue en la Jungla de Calais, donde, con la que ella llama su “mirada de mujer”, descubrió algo en lo que nadie se había fijado: una tienda de plástico pintada con palomas blancas de la paz en el gigantesco barrizal que era el campo de refugiados.

Sin embargo, dice que ni esa mirada suya le permitió encontrar esperanza en los tres últimos conflictos que cubrió: Kosovo, Irak y Afganistán. Porque, aunque hoy vive en paz con Philippe, su compañero desde hace 28 años, y reparte luz, flores y sabiduría allá donde va, nunca olvida su objetivo: “Estar siempre al lado de los oprimidos”.

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