Misty Copeland, belleza superación y alma

Hay techos de cristal que nos encanta ver resquebrajarse. Por ejemplo, el que hizo trizas Misty Copeland en 2007, cuando se convirtió en la primera prima ballerina negra del American Ballet Theatre. Con aquel logro, no solo llevó diversidad a un ámbito donde era muy necesaria, sino que se convirtió en un ídolo para toda una generación de niñas afroamericanas (para las que, por cierto, escribió el álbum ilustrado Ave de fuego).

Es un milagro, de hecho, que Copeland llegara al ballet. Creció en Kansas y es la cuarta de los seis hijos de una madre soltera que se mudaba allá donde encontrara un trabajo u otro, y que no tenía ni medios ni tiempo para encauzar los dones de su hija. Descubrió el ballet muy tardíamente, a los 13 años, y pudo desarrollar su talento con el apoyo de una pareja de profesores que se convirtieron en una suerte de padres adoptivos para la joven prodigio.

El fotógrafo Gregg Delman conoció a la bailarina en 2011, cuando ya había cosechado sus primeros éxitos, y quedó fascinado por su estilo grácil y atlético a la vez, y por su empeño en conectar el elitista ballet con la cultura popular. Decidió emprender un proyecto fotográfico que tuviera a la artista en el centro; el resultado es Misty Copeland (Rizzoli), una recopilación de 95 imágenes capturadas en pleno esfuerzo que nos hablan de belleza, superación y alma.