Cada taza de La Cartuja de Sevilla pasa por no menos de 16 manos, hasta que las asas pegadas a mano, el dibujo y la curva que contendrá el café o el té están exactamente en su sitio. El proceso tiene 180 años y ha llevado las vajillas sevillanas a las alacenas familiares desde hace generaciones, convirtiéndolas en un recuerdo de infancia.
“Yo la tengo en la memoria, en casa de mis padres y mis abuelos, y siento un enorme cariño y respeto por la marca y por su historia”, explica la abogada Ana Zapata, cuya familia ha adquirido esta centenaria firma. La fábrica, que ha pasado por numerosos avatares en los últimos años, no ha parado nunca la producción, desde que la fundara el británico Charles Pickman en el antiguo monasterio cartujo de Sevilla, en 1841. Pickman llegó a Cádiz en 1822 para establecer un negocio de loza y cristal, como el que su padre, Richard Pickman of Wallingford, había levantado en Londres y Liverpool. Su primera tienda estaba en la calle Gallegos de Sevilla.
La cerámica vítrea de Staffrodshire, o loza fina, y sus variantes (loza opaca, semi-loza, loza volcánica) tuvieron gran éxito en España porque era barata y resistente. Así que Pickman pensó en fabricarla, en lugar de importarla. Trajo maquinaria de Inglaterra y comenzó a elaborar vajillas en serie y por encargo. Ideó una fórmula única que contenía cuarzo, arcilla y caolín. En la fábrica llegó a contar con 1.700 trabajadores, la mitad de ellos mujeres. Exportaba a Europa y a Latinoamérica. En 1871, Amadeo I de Saboya le otorgó el título de proveedor de la Casa Real y le nombró marqués de Pickman. La firma tiene hoy 70 trabajadores y está en Salteras, muy cerca de Sevilla.
Ana Zapata. Es una marca que representa mucho para nosotros. Mi madre y mi abuela tenían las vajillas en la alacena y las utilizaban dos veces al año. Las sacaban y limpiaban con mimo. Mi familia y yo invertimos en diversos sectores y nos enteramos de la situación de La Cartuja, que estaba en un proceso concursal y podía desaparecer. Nos preguntamos cómo era posible, con la imagen de marca tan potente que tiene. Y llegamos a un acuerdo en 2016. Asumimos el personal y la unidad productiva. Queremos conservar su espíritu artesanal y, a partir de ahí, modernizarla.
Vamos a mantener intactos los diseños de toda la vida, los que más se venden: 202 Rosa, Ceilán, Flor de Lis... Pero hemos cerrado colaboraciones con diseñadores, como Aaron Stewart o Carmen García Huerta, para hacer vajillas contemporáneas. También hemos colaborado con el Museo Thyssen, para crear una vajilla basada en el cuadro El Jardín del Edén, y con Gastón y Daniela. Y hemos extraído motivos de nuestro enorme archivo histórico para hacer vajillas nuevas, como la Laberinto.
Sí, prácticamente no ha variado la fórmula que diseñó Charles Pickman: son los mismos componentes y el mismo proceso, aunque optimizados. Hoy quedan pocos procesos similares por el nivel de artesanía que conlleva cada pieza. Se hace igual que hace 150 años.
Esta marca pasa de generación en generación. Es verdad que se ha perdido lo de tener una vajilla de 57 piezas, porque la gente lleva otra vida y no tiene espacio. Por eso hacemos vajillas más pequeñas, hemos modernizado los diseños y se pueden meter en lavaplatos y microondas.
20 de enero-18 de febrero
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