Vestido y brazalete de serpiente, de Hermès; anillo y cinturón de Uterqüe; y pendiente y pulseras de OSB. /
La vida de Marisa Berenson (Nueva York, 1947) podría resumirse en una frase: siempre ha sido una pionera. Fue una de las primeras top models y, quizá sin proponérselo, también socialité, it girl, modelo reconvertida en actriz y entusiasta del yoga y la meditación. Pero ella no es de las que se dejan llevar por la nostalgia y prefiere aferrarse a las oportunidades que le brinda el presente. Como venir a España para dar vida a una particular psiquiatra en la próxima temporada de Velvet Colección (Movistar+). “Ha sido una experiencia maravillosa y un reto trabajar en castellano. Además, la historia transcurre en los años 60 y 70, una época que me encanta y que me ha permitido lucir trajes idénticos a los que llevaba entonces”, dice mientras posa en los decorados de la serie.
Entre sus planes no está escribir sus memorias, aunque repasar su biografía es sumergirse en las décadas prodigiosas del siglo XX y descubrir un estilo de vida irrepetible. Sus fotografías de bautizo las firmó Irving Penn y protagonizó su primera portada con solo cinco años. Marisa nació en Nueva York, pero a los dos años ya vivía en París. H ija de la aristócrata italiana Gogo Schiaparelli y de Robert Lawrence Berenson (un norteamericano de origen lituano que dejó la diplomacia para dirigir la naviera de Aristóteles Onassis), el divorcio de sus padres hizo que se criara muy cerca de su abuela materna, la gran diseñadora Elsa Schiaparelli, rival de Coco Chanel y colaboradora de Salvador Dalí. “Aunque tenía una fuerte personalidad, para mí era solo mi abuela. Pero es verdad que lo que soy se lo debo a mis genes, mi cultura y mi educación”.
Como correspondía a las niñas de su alcurnia, estudió en internados suizos. Pero su padre falleció repentinamente y ella decidió cambiar su futuro. “Era un hombre maravilloso y lo tenía idealizado; su muerte fue un drama para mí. Yo tenía 16 años y me marché a Nueva York para vivir mi vida y trabajar”, cuenta. Su intención no era dedicarse a la moda, pero conoció a la mítica editora Diana Vreeland, que se empeño en fotografiarla pese a la oposición de su abuela Elsa. “A ella no le parecía bien porque, aunque era moderna e independiente, provenía de una familia estricta y era muy conservadora para algunas cosas. Pensaba que la prioridad de una chica era casarse bien. Y quería protegerme porque sabía que la moda era un terreno complicado”.
Sus enormes ojos azules, su nariz grande pero respingona y su melena ondulada cautivaron a mitos de la fotografía como Cecil Beaton y David Bailey, pero ella siempre se sintió una intrusa. “Nunca pensé que podría ganarme la vida como modelo, no creía que fuera guapa. Mis padres nunca me dijeron que lo era; mi madre me llamaba “mi pequeño mono” y me comparaba con las mujeres pintadas por Modigliani, que me daban miedo. Como era muy delgada, en el colegio me llamaba Olivia, como la novia de Popeye. Cuando empecé como modelo, no entendía qué veía la gente en mí. Miraba a otras modelos y me parecían guapas y sofisticadas, y yo era una cría. Me descubrí a mí misma a través de los demás; poco a poco, fui construyéndome desde dentro”.
Berenson se convirtió en la top mejor pagada, un icono de moda y un personaje imprescindible en la hedonista escena neoyorquina de los 60 y 70. Una revista la llamó “la chica más bella del mundo” e Yves Saint Laurent la bautizó como “la chica de los 70”. De limusina en limusina, se dejaba ver en Studio 54 y en las fiestas organizadas por su amigo Andy Warhol. “¡Fue una época genial! Yo era muy joven y todo era tan creativo... El mundo era más pequeño y todos nos conocíamos: vivíamos en las mismas ciudades, trabajábamos juntos y acudíamos a las mismas fiestas. Conocí gente increíble y tuve la suerte de colaborar con los más grandes”.
Pero ella nunca se dejó seducir por el lado oscuro de la noche. En uno de sus primeros trabajos como modelo, viajó a la India y quedó fascinada por las enseñanzas de Maharishi Mahesh Yogi, el gurú al que seguían muchas estrellas. “Desde niña me he hecho preguntas: “¿Quién es Dios?”, “¿Qué hago en este planeta?”… En aquel viaje, coincidí con los Beatles y solíamos cantar por las noches. No me convertí al budismo, pero me hice vegetariana y comencé a practicar yoga y meditación”.
Ambas disciplinas le han permitido llegar a los 71 años en plena forma, pero no sin disquisiciones morales. “Yo salía por las noches, pero bebía zumo de naranja y me despertaba a las seis de la mañana para ir a trabajar. Durante mucho tiempo, me cuestioné cómo una persona con esa espiritualidad podía vivir en un mundo aparentemente tan frívolo, pero amaba lo que hacía y asumí que podía ser actriz y modelo, disfrutar de la vida y tener inquietudes. No hace falta ser un monje y vivir en un monasterio. Tengo mis valores e intento seguirlos, aunque no siempre es fácil en este mundo lleno de tentaciones y egos. A mí me han dado fuerza y paz, incluso en los momentos más dramáticos”, afirma.
Capa con plumas y vestido de Palomo Spain. El look de belleza es de Lancôme. /
Se refiere especialmente al 11 de septiembre de 2001, en el que perdió a su única hermana, Berry, en uno de los aviones que se estrelló contra las Torres Gemelas. Era solo un año menor que ella, trabajaba como fotógrafa de moda y era viuda del actor Anthony Perkins, con el que tuvo dos hijos. “Fue terrible, estábamos muy unidas. Pero pienso que hay una razón para que las cosas pasen; creo en la reencarnación y el karma. Sería injusto que solo hubiera esta vida, porque no todos han tenido la misma fortuna”.
Aunque sus primeros pasos fueron en la moda, Marisa siempre soñó con ser actriz. Su dormitorio estaba decorado con imágenes de Audrey Hepburn y Ava Gardner y, aunque también albergaba dudas sobre si su futuro estaba en el cine, decidió foguearse en pequeñas obras de teatro y tomar clases de interpretación. “Siendo modelo tienes que demostrar doblemente tu valía: a ti misma y a los demás. Además, la gente pensaba: “Esta no necesita trabajar porque proviene de una familia rica”. Pero no es verdad. Me gano la vida desde la adolescencia”, explica.
Por suerte, en el Manhattan de los 70 los cócteles también servían para hacer networking y Luchino Visconti le ofreció un papel en Muerte en Venecia en cuanto la conoció. “Tuve la suerte de que creyera en mí sin verme actuar ni hacerme una prueba”, reconoce. Después vendrían otras dos películas que también han pasado a la historia: Cabaret, de Bob Fosse, y Barry Lindon, de Stanley Kubrick. Y más recientemente, Yo soy el amor, con Tilda Swinton. “Las actrices siempre lo hemos tenido más difícil que los hombres cuando nos hacemos mayores, pero creo que eso está cambiando, sobre todo en televisión: veo personajes femeninos maravillosos de todas las edades. En cualquier caso, no te queda más remedio que quererte con la edad que tengas porque, en este negocio, siempre hay otras más jóvenes y bellas”.
Gracias a Visconti, conoció al actor alemán Helmut Berger, uno de los grandes amores de su vida, pero la relación con “el hombre más guapo del mundo”, como lo describió la crítica, bisexual y aficionado a los excesos, no duró mucho. Berenson se casó poco después, a los 29 años, con el industrial con fama de playboy James Randall y, en los 80, con el guionista y productor Aaron Golub, pero de ambos se divorció pronto. “Aunque no lo parezca, creo en el matrimonio. Cuando era joven, estaba muy influida por la idea del romance y la pasión, y escogí hombres que, quizá, debían haber sido amantes, no maridos. Pero, pasado un primer distanciamiento, te das cuenta de lo que han significado y me llevo muy bien con ambos”.
De su primer matrimonio nació su única hija, Starlite, que la hizo abuela el verano pasado de una niña llamada Luna. “Es adorable y siempre está sonriendo. ¡Estoy chiflada! Mi hija y yo siempre hemos estado muy unidas, pero con mi nieta es diferente; no la tengo que educar y eso es maravilloso”. Pero que nadie piense que es abuelita a tiempo completo. Su participación en Velvet Colección es solo uno de sus múltiples compromisos. Vive entre París y Marrakech, donde hasta hace un año mantenía una relación sentimental –“Ahora estoy liiiibre y feliz”, añade con su gran sonrisa–, recorre el mundo con su línea de belleza (Marisa Berenson Natural Beauty Cosmetics), y canta y baila cada noche en la capital francesa en el musical Berlín Kabarett. “Sí, me considero afortunada; he tenido muchas bendiciones”.
Y además...
-¿Se parece Patricia Conde a Brigitte Bardot en 'Velvet Colección'?