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Él no dice lo que siente

Las razones por las que un hombre se sumerge en el mutismo pueden ser muchas, pero el resultado suele ser el mismo: el naufragio de las relaciones. ¿Es posible romper el muro?

El hombre se sumerge en el mutismo / Fotolia

Isabel Menéndez
Isabel Menéndez

La comunicación afectiva en el seno de una pareja marca la posibilidad de vivir una relación satisfactoria. Ahora bien, esta comunicación depende de las características psíquicas de cada uno de sus miembros. Dentro de estas características se encuentra una muy importante: la capacidad para decirle al otro lo que se siente y escuchar lo que al otro le pasa.

Los hombres suelen tener más reservas para mostrar sus emociones. Su maduración psíquica, en caso de conflicto, favorece la negación de sus afectos, lo que es una forma de defenderse de ellos porque los viven como incontrolables. Además, culturalmente se les permite menos expresarlos. Todos hemos oído la frase "los hombres no lloran", un mandato que les obliga a reprimir los afectos si no quieren ser tachados de afeminados.

Los hombres suelen tener más reservas para mostrar sus emociones.

El hombre, cuando se acerca demasiado al mundo emocional, se siente inseguro porque cree que pierde su identidad masculina, que ha tenido que construir separándose de su madre, lo que equivale a interiorizar algunos aspectos femeninos. Quizá tu pareja entra en un silencio impenetrable, cuando se siente afectado por algo y, por más que le preguntes, insiste una y otra vez en que no le pasa nada y huye antes de compartirlo contigo.

Cuando la incomunicación afectiva es alta, porque él no puede hablar de sí mismo y de lo que siente, la relación puede llegar a momentos críticos. En ocasiones, un tratamiento desbloquea la situación. Pero suele ser la mujer la que pide ayuda y le plantea a él que también lo haga. Hay distintos grados de introversión y el conflicto varia según se tenga más o menos capacidad para expresarse.

La situación puede llegar, a veces, a ser complicada, como les sucedía a Marta y Enrique. Él aceptó acudir a una psicoterapia después de que Marta le dijera que, si no cambiaban su forma de relacionarse, tendrían que plantearse romper. Casi se lo puso como condición para seguir con él. Ella valoraba lo mucho que él trabajaba, según decía, para ella y para su hijo, pero no podía aguantar más el muro que él había levantado a su alrededor.

Qué nos pasa:

  • Lo que le sucede a una persona introvertida tiene relación con la forma de enfrentar su mundo emocional.

  • La pareja puede no saber a qué atenerse, porque ignora cómo se siente su compañero. Pero conviene tener en cuenta que se le eligió con esa característica.

  • Muchas son las razones por las que no se habla de los sentimientos al otro. Se puede callar por venganza, por temor al rechazo o porque hay unos topes psíquicos que no dejan conectar con lo más íntimo del ser.

El sonido del silencio

Enrique aceptó que estaban mal. Hacía poco tiempo que habían tenido un hijo y desde entonces todo había ido a peor. Tenía un buen trabajo y, como era valorado en lo que hacía, pasaba muchas horas en él. Aunque pensaba que su mujer era estupenda, sabía que se había alejado de ella y, en cierta medida, la rechazaba. Enrique se sentía muy infeliz, pero no quería que ella le dejara.

Durante las sesiones de psicoanálisis, descrubrió el amor-odio que sentía hacia su padre, algo frecuente en la neurosis obsesiva. El sentimiento de culpa por el odio hacia su padre era inconsciente, y también lo fue el mecanismo de desplazamiento por el cual su mujer pasó a ser depositaria de ese odio.

Se defiende para no arder en los intensos afectos que guarda y de los que nada sabe.

Debido a la culpa que le provocaba ese odio inconsciente, trabajaba mucho y se dedicaba a satisfacer lo que su mujer deseaba, por eso no entiendía que ella se quejase. Tampoco le parecía tan importante que no contar lo que sentía, y no entendía por qué discutían tan a menudo y ella se sentía tan mal. Él creía que estaba cumpliendo con lo que ella le pedía, como si tuviera que satisfacer a un padre omnipotente.

Además, desde que se convirtió en padre, la corriente inconsciente de hostilidad hacia ella había aumentado. Pero gracias a haber descubierto esta ambivalencia hacia su padre, la relación de Enrique con Marta fue cambiando. Dejó de temer expresarse y pudo acercarse afectivamente tanto a ella como a su hijo.

Más allá de lo que suceda en la realidad, lo que un niño vive y mantiene en su psiquismo cuando ha sido hijo de un padre introvertido, es que su padre puede ser valorado en su entorno, pero no es querido, ni quiere, a su mujer. El niño idealiza entonces al padre al que cree todo poderoso por la valoración que hacen de él fuera de casa, pero a la vez lo rechaza porque le deja solo con su madre.

El hombre, cuando se acerca demasiado al mundo emocional, se siente inseguro porque cree que pierde su identidad masculina

La intensa ambivalencia afectiva que el hijo tiene se reprime por la culpa que siente. Entonces, se protege de llegar a sentir y de expresar lo que el otro le produce. Su defensa es enfriarse relativamente para no arder en los intensos afectos que guarda en su interior y de los que nada sabe. Se convierte entonces en otro eslabón de la cadena de ese mutismo.

Aún a riesgo de perder matices en una generalización, podemos decir que, si en las primeras relaciones con la madre y el padre, el niño no ha tenido suficiente empatía y afecto, si no ha podido ser contenido, escuchado y guiado suficientemente en lo que necesitaba, puede haber vivido una frustración afectiva demasiado alta y, entonces, retirar su afecto del exterior.

El hombre realiza una introversión de la libido y permanece en su mundo interno, manejando sus fantasías y sus deseos, sin tener que ponerlos en contacto con los otros, para que estos no le decepcionen. En alguna medida, los mantiene idealizados y no ha aceptado sus carencias. Por otro lado, vive con una exigencia alta lo que tendría que ofrecer a los demás y no quiere decepcionarlos. Entonces mantiene con ellos una distancia que lo salva de cualquier inquietud.

La persona introvertida teme confundirse con el otro, por lo que se protege del contacto afectivo con los demás. Pero lo que le da más miedo es, sobre todo, no saber controlarse, por lo que guarda sobre sí mismo y sobre algunos afectos una censura extrema que evita nombrar.

Qué podemos hacer:

  • Conviene hablar de aquello que nos molesta, si bien es preferible hacerlo después de haber reflexionado sobre ello.

  • Si vemos que el otro se niega a hablar, hay que empezar a pensar que a lo mejor no puede hacer lo que se le pide. En ese caso, convendría buscar ayuda y que cada uno elaborara las dificultades que se plantean en la relación. Unas entrevistas de pareja pueden dilucidar si los dos o uno de los miembros de la pareja precisa tratamiento.

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