Repensar las historias /
Escuchar a alguien decir que no se arrepiente de nada es chocante porque todos, en alguna ocasión, nos reprochamos acciones u omisiones. A veces nos sentimos culpables, en definitiva, de no haber actuado según nuestro criterio, no haber estado a la altura o haber parecido mezquinos. En esos momentos, la culpa altera el equilibrio necesario para sentirnos bien. Nos arrepentimos de lo sucedido y nuestra autoestima cae en picado como una forma de autocastigo.
Desde el narcisismo extremo. Hay personas que no aceptan la posibilidad de equivocarse. Se trata de individuos incapaces de reconocer sus límites, que no han podido interiorizar unas reglas morales que les hagan arrepentirse y asumir la culpa de acciones propias que han causado perjuicio a otros.
Desde una autoestima bien organizada. Un sujeto puede llegar a expresar la idea de que no tiene nada de que arrepentirse desde la aceptación de su vida cuando ha admitido sus limitaciones y sus equivocaciones, porque le han servido para rectificar y aprender. Es un sujeto que está en paz con su inconsciente, que no se martiriza, porque ha podido elaborar su historia y asume su participación en lo que le ha pasado.
María se sentía culpable. Cuando empezó a pensar que se arrepentía de haber dado el paso de vivir con su actual pareja, empezó a desesperarse. Era la tercera vez que le pasaba: al principio todo era estupendo, pero poco a poco se agobiaba y no soportaba la relación. Al contarle la situación a una amiga esta le contestó: "Te entiendo. Yo ahora no me arrepiento de nada, pero antes me pasaba como a ti, me arrepentía una y otra vez de haberme ido a vivir con él".
Su amiga le contó que, después de romper con su primera pareja, había acudido a una psicoterapia. Con la ayuda del análisis, había asumido su historia y sobre todo había aprendido de sus errores, sin culparse por ellos.
A María le ayudó mucho esta conversación y decidió pedir ayuda. ¿Qué la conducía a enamorarse de hombres a los que acababa detestando? Ella era la mayor de cuatro hermanas, se suponía la preferida de su padre y siempre había mantenido hacia su madre una relación ambivalente. Durante su infancia, había asistido a las peleas de sus progenitores, en las que, según ella, él siempre salía perdiendo. En el apoyo que imaginariamente le proporcionaba a su padre había un deseo de ocupar el lugar de su madre.
Los hombres que ella elegía también se apoyaban en ella, pero lo que a María le llevaba a vivirlos de forma agobiante y a romper con ellos era un conflicto inconsciente del que nada sabía. Si seguía la relación, sentía que rompía el único lazo que tenía con su padre. Por otro lado, repetía, como su madre, la pelea con ellos. Pero en esa repetición rompía la relación, que era lo que hubiera deseado que su madre hiciera para dejarla sola son su padre.
Entonces, llevaba a cabo en ese acto un antiguo deseo infantil. Pero tras separarse, se arrepentía porque en esas rupturas se dañaba a sí misma. Cuando pudo verbalizar algunos de estos deseos, dejó de sentirse culpable de estar con un hombre al que le gustaba apoyar y que ya no estaba, en su inconsciente, en el mismo lugar que su padre.
Algunas personas se arrepienten de muchas cosas en su vida; otras, en cambio, no reconocen sus errores. Ambas tienen conflictos psicológicos. Las primeras se hacen daño a sí mismas; las segundas se lo hacen a los demás.
Cuando hemos actuado contra otro, aparece después el sentimiento de culpa que conduce al arrepentimiento. Nos culpamos por el deseo que tuvimos. Deseábamos, por ejemplo, superar a alguien, quitarle algo suyo... Tales anhelos son normales en los primeros años de la vida, porque carecemos de recursos para diferenciarnos del otro.
Por eso se rivaliza con el hermano, el padre o la madre, deseando los lugares que ocupan. Crecer significa asumir carencias tanto en uno mismo como en los demás y, sobre todo, interiorizar una ética que nos impide hacer daño a un semejante o a repararlo si no lo hemos podido evitar.
Somos una suma de experiencias, todo nuestro pasado. En ese pasado hemos tomado decisiones, hemos actuado y nos hemos sentido más o menos bien con lo que hemos ido realizando. No arrepentirse de nuestra historia es aceptarse.
Todos hemos interiorizado una ética que nos dice hasta dónde podemos estar actuando mal o bien. En psicoanálisis, esa instancia psíquica portadora de los principios morales se llama "superyó".
Es la instancia psíquica que nos juzga. Se forma por la interiorización de las prohibiciones parentales bajo cuya guía construimos una tabla de valores que regirá nuestra conducta.
Este juez interno puede ser protector o cruel. El primero premia nuestras actuaciones, si estas se acercan al modelo deseado. El sádico, en lugar de guiarnos, nos martiriza con un malestar que será tanto mayor cuanto más grande sea la exigencia que tengamos en relación a nosotras mismas.
20 de enero-18 de febrero
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