vivir
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Las palabras nos construyen como seres humanos. Todos estamos habitados por un tejido interno de vocablos en el que aparecen nudos, hilos enredados y fragmentos rotos. Algunos saltan a la vista; otros se encuentran en el inconsciente, escondidos.
Aprendemos a hablar y a nombrar lo que nos rodea porque otro, en primer lugar la madre y el padre, nos lo enseña. Desde la infancia, dependemos de las palabras que otros nos dedican. Más adelante, con ese diccionario interno, organizaremos una subjetividad en la que, cuanto más acorde estén nuestros afectos con lo que podemos decirnos y aceptar de nosotros mismos, más equilibrio emocional tendremos.
Hay palabras que curan el sufrimiento, que vehiculan un exceso de afectos que no han podido ser nombrados, que dan ánimo o que señalan una ilusión, que nombran un deseo y que nos sirven para seguir viviendo. Si las que nos dedicamos son amables, pueden modificar un estado de ánimo, porque se conectan con afectos que pueden pensarse de otra manera y deseos que pueden nombrarse.
Entonces se produce una catarsis o descarga del exceso de afecto que se padecía y la presión psíquica disminuye. Esto sucede, por ejemplo, cuando nos decimos: "Qué a gusto me he quedado", tras contarle a alguien algo que nos costaba, pero que era importante.
Andrea se encuentra un poco triste, tiene problemas en su trabajo pues a su compañera la han cambiado de puesto y eso va a complicar su tarea. Se siente un poco sola. "¿Qué te pasa?", le pregunta su pareja, Sergio. Ella comienza a contarle el mal día que ha tenido y nombra la palabra "sola" varias veces. Sergio la escucha y cuando acaba le dice: "No estás sola, me tienes a tu lado y siempre estaré cuando me necesites. Además, sabes que lograrás encontrarte bien".
Andrea se siente comprendida con la libertad de poder hablar de sus sentimientos sin que su pareja le quite importancia a lo que le ocurre. Poco después, comprende que esas palabras aliviaban un desamparo que siempre había sentido y que pudo elaborar en una psicoterapia psicoanalítica a la que había acudido porque tenía depresión. Lloraba sin saber por qué y sentía un gran cansancio. Este asunto le angustiaba porque desde de su cumpleaños había empezado a pensar en quedarse embarazada.
Entre las palabras que curan encontramos las que no juzgan, aquellas que sirven para abrir el pensamiento, que amplían el conocimiento de nosotros mismos y las que transmiten amor.
Entre las que enferman se encuentran las agresivas, que intentan dañar o menospreciar y cuya intención es destructiva o autodestructiva. Con las vacías, que no dicen nada y se pronuncian con la intención de aparentar que se dice algo, el oyente se aburre.
Andrea apuntó en su diario las primeras entrevistas con el psicoanalista. Entonces escribió: "Cuando puse palabras a lo que me ocurría, dejé de llorar. Comencé a hablar del miedo a tener algo grave y, por supuesto, de mi madre y de su enfermedad. Su cáncer me hizo sentir desamparada. Cuando hablé de ello con mi psicoterapeuta, me preguntó que edad tenía mi madre cuando fue diagnosticada. "33", le dije. Caí en la cuenta de que era la misma edad que yo acababa de cumplir".
Andrea pudo elaborar en su tratamiento el desamparo infantil que sintió entonces. Como se había propuesto convertirse en madre, se identificaba con la suya y tenía miedo de no poder serlo de otra forma. Además, con su tristeza "pagaba" la culpa por la rabia que sintió hacia ella, porque siempre la había visto enferma.
Sergio le había proporcionado a Andrea las palabras necesarias para promover en ella un sentimiento de acogida que le ayudaba a salir de esa tristeza provocada por la marcha de su compañera.
Hace más de un siglo, Sigmund Freud creó el psicoanálisis, que también recibe el nombre de "cura por la palabra". El sufrimiento por conflictos no resueltos, por traumas no elaborados, por duelos no admitidos, por fracasos repetidos, permanece en nuestro mundo interno y provoca síntomas, desde las enfermedades psicosomáticas (por medio de las cuales el cuerpo expresa lo que nosotros no podemos poner en palabras), hasta síntomas más claramente psíquicos, como depresiones.
El síntoma encierra un sentido oculto donde el deseo inconsciente se desliza en las palabras del paciente sin que él lo sepa. Ese deseo no dicho es escuchado por el analista, que le encuentra un sentido a través de las interpretaciones que lleva a cabo. Cuando el sentido del síntoma se nombra, este deja de actuar.
Para entendernos, comunicarnos con los otros, pensarnos, crear una realidad psíquica en la que habiten nuestras ilusiones, deseos y vivencias necesitamos las palabras. Ellas nos hacen ser, por eso es importante que en el día a día nos demos tiempo para pensarnos, y que en la comunicación nos dirijamos hacia aquellos con los que, tras hablar, sentimos un profundo bienestar.
Este término procede del griego y significa "purificación". El método catártico que Freud utilizaba estaba basado en la idea de que, cuando el psiquismo recibe una cantidad de excitación muy elevada, los afectos que se producen se convierten en traumáticos y hay que "descargarlos".
El relato de los recuerdos asociados a un trauma tiene un efecto terapéutico porque descarga del afecto que está buscando salir. Por esta razón, cuando se recuerda un hecho doloroso lo que sucede es que se vuelve a sentir.