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Como todo vínculo afectivo, la relación de pareja necesita un tiempo y una dedicación que le brindaremos según tenga un lugar más o menos prioritario en nuestra vida. Pero con independencia de nuestra voluntad, siempre aparecen limitaciones externas e internas que conviene tener en cuenta.
Entre las primeras, encontramos el trabajo, los hijos, la intendencia doméstica... En definitiva, las múltiples tareas de la vida cotidiana que pueden invadir el espacio conyugal, obligándonos a compartirlo con otros. El problema se multiplica cuando se dan conflictos internos de los que cuesta hablar.
Raquel detiene su coche en un semáforo y observa cómo una pareja de jóvenes se da un beso en plena calle, sin importarles lo que les rodea. Sonríe y piensa en su relación de pareja. Quiere a Carlos, llevan juntos 10 años, tienen dos hijos, pero hace mucho que no hacen el amor con ganas. Raquel añora la época en la que se conocieron y decide que hablará con su pareja cuando vuelva a casa.
Entre los dos deciden recuperar una tarde a la semana para salir juntos y solos. La dificultad de esta pareja para rescatar tiempo para ellos proviene de que todavía intentan demostrarse a sí mismos que hacen bien su papel de padres. Se sienten culpables si rescatan tiempo para pasarlo solos porque son hijos de padres separados. Identifican pasárselo bien sin niños con abandonarlos.
Pero a fuerza de no querer separarse de sus hijos para cumplir este deseo infantil se están separando. Después de las primeras tardes para ellos solos, comprueban que no solo están disfrutan los ratos que tenían por la noche con más intensidad y menos prisa, más disfrute y menos obligación. Vuelven a ser dos.
Más allá de las cuestiones cotidianas que nos llevan tiempo, en la relación de pareja influyen factores internos que intervienen incluso en la elección que hemos hecho. Las relaciones que hemos tenido con nuestros padres, que fueron nuestros primeros amores, funcionan de forma inconsciente en la elección y en cómo dedicamos más o menos tiempo a nuestra pareja.
Si se ha elaborado de manera adecuada el vínculo que tuvimos con nuestros progenitores, podremos vivir de forma más libre y placentera nuestra relación amorosa actual. En caso contrario, puede que evitemos reproducir su relación o deseemos repetirla sin ser conscientes de ello. La pareja, entonces, se convierte en mucho más que dos porque depende de modelos amorosos que nos siguen influyendo, aunque no lo sepamos.
Si, casi sin darnos cuenta, nos hemos quedado sin tiempo para compartir con el otro, podemos, en realidad, estar ocultando conflictos de carácter emocional que no sabemos cómo resolver.
En otras ocasiones, nos cuesta rescatar tiempo para estar juntos y solos porque nuestros deseos están colocados en otros aspectos de nuestra vida que nos parecen más importantes.
Cuando la pareja cansa o aburre, conviene reconocer estos sentimientos para actuar en consecuencia y no alejarse de ella con la excusa de que se tiene mucho que hacer.
El sentimiento amoroso evoluciona y madura con el paso de los años. Es muy diferente cuando estamos al principio de la relación, en el medio o al final. Al principio domina el ansia de estar juntos y los proyectos en común. Después, las obligaciones y la creencia en que no hay que esforzarse para que el amor perdure, puede llevar a la relación a quedarse sin razones para seguir existiendo.
Cada pareja crea un espacio propio y único. De inconsciente a inconsciente, se organiza una trama de deseos y placeres que comparten entre ambos. Cuanto mayor sea el conocimiento que cada uno tiene de sí mismo, la tolerancia a las carencias del otro y la libertad para hablar de lo que les pasa, mayor será la defensa que realicen de su espacio privado y reservado solo para ellos dos.
Una pareja puede ser el mejor apoyo en la vida o convertirse en una carga y, entonces, no solo no se defiende el espacio común, sino que se huye de él para estar más tranquilo, poniendo entre los dos un montón de cosas para alejarse. En lugar de defender un espacio que ayude a acompañarnos mutuamente, a alimentarnos afectivamente para desarrollar el proyecto vital común, podemos, sin darnos cuenta, reducir esa dimensión hasta tal punto que apenas nos quede tiempo para compartir los dos solos.
Pensar sobre cómo va la relación cada cierto tiempo es saludable. Una pareja se deteriora si no se medita sobre los afectos negativos que no se han expresado, tales como la rivalidad o la rabia, que pueden hacernos creer que el otro no nos comprende. Si no se reconocen esos sentimientos, el amor se deteriora. El otro puede alejarse porque no aguanta algún aspecto nuestro y no nos lo dice. Nosotras podemos alejarnos porque nos hemos cansado de rasgos suyos que antes no nos importaban. Por el contrario, si la pareja defiende su espacio, significa que sus miembros han organizado una fórmula amorosa en la que sigue funcionando ese "entre tú y yo" que hace que el amor perdure.
Realizar una lista de prioridades en la que siempre haya un espacio exclusivo para la pareja.
No renunciar a organizar salidas, viajes o actividades para los dos solos.
Revisar la relación que tenemos con nuestros propios padres y pensar hasta qué punto algo de lo que sentimos ahora está conectado con lo que sucedió en el pasado.
Reflexionar sobre lo que cada uno pide al otro.
Tenemos limitaciones que conviene reconocer, quizá no sabemos parar a tiempo y nos hemos hecho cargo de demasiadas cosas.