vivir
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Hay hombres que, aún teniendo pareja, consumen pornografía con asiduidad. Hay parejas que lo comparten. En ocasiones, se dice, estimula el sexo; en otras, se constituye como un requisito indispensable para tener relaciones. A veces, puede destruir una relación. Elena había hablado con su amiga Patricia, que estaba muy disgustada porque había descubierto que su marido veía porno. ¿En qué lugar la colocaba eso a ella?, se preguntaba. Elena, que creía que era más abierta, le dijo que quizá a él le ayudara luego en sus relaciones con ella y que lo hablara con él.
Después le confesó que ella veía porno con su pareja y se lo pasaban bien. Esa misma madrugada, Elena observó a Raúl, su pareja, mientras dormía a su lado. Recordaba la conversación con su amiga Patricia. Habían vuelto a hacerlo: otra vez igual, la misma peli, el mismo rito, poco tiempo, excitación rápida, descarga casi inmediata. Había disfrutado, su cuerpo estaba bien, pero su mente daba vueltas a ideas que no la dejaban dormir.
Comenzaba a pensar que esa manera de tener relaciones era, más que por ella, por él. Ese mismo día, a última hora de la tarde, Elena había intentado hablar con Raúl de un proyecto muy importante para ella, pero él no la escuchó. Eso sí, una vez en la cama, él se acercó a ella para iniciar una relación sexual. “ No me hace caso y después quiere que tengamos relaciones. No soy una mojigata, pero necesito que me valoren para tener relaciones, con o sin porno”, pensó Elena. Ella echaba de menos los primeros tiempos de su relación, cuando comenzaban a tocarse en la oscuridad y se hablaban.
Ahora, con la intención de ser moderna y seguir los gustos de él, ejecutaban el sexo como si fuera un encuentro gimnástico. Elena, sin saber por qué, se levantó, encendió el ordenador y buscó el significado de la palabra pornografía. Descubrió que procede de la palabra porné, que significa prostituta, y graphein, que significa escritura. Pernemi significa vender. Algo de lo femenino se prostituye y se vende como mercancía. Después, pensó: “Hace mucho que los hombres descubrieron el porno”.
¿Estamos aprendiendo a ver la sexualidad desde una mirada masculina? La pornografía se sustenta en el voyerismo, el exhibicionismo y el fetichismo de la pulsión sexual. El hombre voyeur separa de sí el cuerpo de la mujer, haciéndose la ilusión de que la domina. Cuando la utilizan juntos, esos cuerpos que han observado en la pantalla se entrometen entre ellos, no están solos. La mujer, en la mayoría de estas películas, se coloca como un objeto de deseo y no como un sujeto que desea.
En el fetichismo, lo que importa es un objeto que se convierte en imprescindible para tener una relación sexual. Un objeto, por lo general, de la mujer (ropa interior, zapatos…) se hace necesario en la escena sexual para alcanzar el orgasmo. En la maduración sexual que es preciso realizar para llegar a una sexualidad adulta y gratifi cante con otro, se atraviesan fases en las que la libido puede quedar atrapada. La disociación entre la mujer sexuada y deseable, pero degradada, y la mujer querida, se realiza en el hombre.
El psicoterapeuta húngaro Peter Szil señala que la conexión directa que la pornografía tiene con la prostitución no ayuda en la construcción de la masculinidad, ya que se asienta en relaciones desiguales. La imagen que la pornografía da de los hombres y las mujeres es falsa, porque promueve la ilusión de bastarse a uno mismo. Esta idea intenta anular el deseo por el otro, pues ese reconocimiento lleva implícito la aceptación de nuestra carencia como humanos. D eseamos al otro porque nos puede dar algo que no tenemos.
Si las imágenes con sexo explícito están aceptadas por los dos miembros de la pareja, ambos han encontrado en la pornografía el soporte que precisan para tener su encuentro sexual. Las pulsiones que comparten son el voyerismo, el exhibicionismo y el fetichismo.
Cuando la pornografía es imprescindible solo para uno de los miembros de la pareja, se trata de un deslizamiento hacia una sexualidad infantil y masturbatoria.
Tras un consumo excesivo de pornografía pueden ocultarde síntomas que producen angustia.
La psicoanalista Any Krieger señala que hay una diferencia entre el hombre y la mujer: él es más visual y ella necesita palabras. Krieger afi rma que en una época tan cínica como esta, en la que el amor está fuera del juego de la sexualidad, el aparato psíquico de la mujer insiste en la búsqueda del amor. Y el amor necesita palabras que lo nombren.
Es cierto, sin embargo, que el consumo de pornografía aumenta entre las mujeres. Los editores de revistas dirigidas al público masculino han encontrado la manera de acercarse al femenino más intelectual. Viendo que era imposible competir con lo que ofrece internet, comenzaron a buscar nuevos destinatarios. Hace poco, el New York Times, publicó la noticia de que las revistas porno más importantes de Nueva York y París se dirigen ahora a ellas.
La clave del éxito parece que consiste en la combinación de imágenes de desnudos con el arte, la moda, la literatura y la filosofía. El consumidor de pornografía termina con sus posibilidades de mantener una relación intersubjetiva, porque este encuentro le produce angustia. Necesita un tercero que le separe y le evite compartir el cuerpo. Cosifica el cuerpo para no ver a la persona.
Reflexionar sobre la capacidad de asumir la soledad y las propias limitaciones y preguntarse hasta qué punto se aceptan tanto las propias como las del otro.
Preguntarse si compartir el porno une más a la pareja o se hace por el temor a que el otro siga haciéndolo solo. En este caso, sería conveniente hablarlo entre los dos.
Si el uso del porno se convierte en un problema para la relación, se puede acudir a una psicoterapia de pareja.