Las mujeres son sometemos a numerosas situaciones machistas. / fotolia

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Piropos, invasiones, actitudes: el machismo de todos los días

Comentarios sobre el físico de las mujeres, paternalismo o ceder el asiento a una mujer por el mero hecho de serlo son solo algunos comportamientos machistas del día a día.

Para los nacidos antes de los 80, estos reclamos pueden parecerles raros. Exagerados. Incluso agresivos. Porque cuestionan actitudes y costumbres que han sido bendecidas desde tiempos inmemoriales y que hoy, repentinamente, son cuestionadas, criticadas y rechazadas por una mayoría creciente de mujeres. Lo cierto es que muchos hombres no lo entienden o no consideran que sean tan graves y significativos como se dice, aunque a ninguno le gustaría que sus hijas tuviera que ser objeto de piropos constantes, comentarios respecto a su físico, miradas insistentes, roces indeseados o toda una serie de actitudes que, cada vez más, son consideradas machistas.

Los comentarios sobre el físico de las mujeres, desde el aparentemente inocuo “qué guapa estás hoy” hasta el ya abiertamente agresivo piropo, supone una intromisión intolerable en la intimidad de las mujeres que no son un objeto expuesto en el espacio público para ser comentado por la primera persona que pasa. Cuando un hombre comenta el físico de la mujer, se arroga el poder de dictaminar, situando a la otra persona en una posición pasiva y secundaria. Así, se institucionaliza que ellos puntúan y ellas son puntuadas. De hecho, las mujeres no lanzan al viento sus comentarios respecto al físico de los hombres ni les piropean por la calle. No es una cuestión de sentido del humor o de admiración por la mayor o menor belleza: es una exhibición de poder.

El espacio es otro lugar de fricción donde muchos hombres intimidan a las mujeres. Muchas veces sin darse cuenta, o sin haberse detenido a analizar una conducta aprendida desde la niñez, su uso del espacio tiende a ocupar y desplazar a las personas con las que han de compartirlo. Por ejemplo, en la cola del supermercado: ese hombre impaciente que, en vez de separarse los centímetros de la prudencia, se empeña en abalanzarse sobre nosotras en la cola de la caja. O en el autobús y el metro, cuando abre tanto sus piernas que nos acogota en el extremo más alejado del asiento. Es como si no vieran que, a su lado, existe una persona que tiene derecho a su propio espacio vital.

Más comportamientos que van gritando a los cuatro vientos que tenemos a un machista en la sala: el paternalismo, modernamente bautizado con el neologismo 'mansplaining” (los hombres hacen los planes). Nos ha pasado mil veces: esos hombres que se complacen en explicarnos, como su fuéramos niñas, cosas que sabemos hacer de sobra, asumiendo que no podemos, no conocemos, no llegamos. Tan complacidos de su propio papel de padre protector o de profesor instructor, que ni se dan cuenta de que al otro lado hay una persona tanto o más capaz. En el extremo contrario puede suceder lo opuesto: esos hombres que, a no ser para ligar, jamás se dirigen a las mujeres del grupo, que las ignoran en sus conversaciones y ni las miran, porque sus interlocutores “naturales” son otros hombres.

¿Qué pasa entonces con los llamados 'privilegios femeninos', eso de ser invitadas, que nos abran las puertas y nos cedan el asiento? ¿Han de terminarse los llamados buenos modales? Por supuesto que no. Cualquier hombre y cualquier mujer puede pagar la cuenta, abrir la puerta o ceder el asiento a cualquier hombre o a cualquier mujer. La cosa cambia si son solo los hombres los que lo hacen y solamente cuando se tratan de halagar a una mujer: esto sí que es machismo paternalista.