Es en Navidad cuando muchas familias se reúnen. / d. r.

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Familia con fecha fija

En los reencuentros navideños, se pueden reforzar los vínculos emocionales, pero también sufrir relaciones asfixiantes de las que muchos preferirían huir.

Hay momentos en los que reunirse con la familia se impone. En nuestra cultura, el día de Nochebuena es uno de ellos. En caso de no hacerlo, sentiremos nostalgia de una tradición impresa en la mente de todos. Durante la infancia se organizó nuestro mundo emocional y en nuestra familia aprendimos a mirar lo que nos rodeaba y a expresar nuestros sentimientos.

Si rescatamos lo bueno, sin engaños ni idealizaciones podremos disfrutar.

Todos retomamos estos días nuestra historia afectiva. Aquellos que hayan sido afortunados y provengan de una familia sin graves conflictos, vivirán la Navidad con alegría. Sin embargo, quienes tengan que soportar relaciones que no desean o volver a enfrentarse a una familia de la que quieren huir, no se sentirán bien. Estas fechas pueden señalarles que no se reúnen el resto del año y que ahora lo hacen por obligación.

El psicoanalista Bruno Bettelheim decía que en la puerta de una casa donde vivía una familia jamás se podría colgar un cartel: "Aquí no pasa nada". Y es que este microcosmos está poblado de venturas y desventuras. La palabra familia nos remite a nuestra historia sentimental y afectiva, y está ligada unas veces a un tiempo acogedor y otras a momentos de asfixia y malestar.

En el mejor de los casos, todos los adultos tienen que hacer cierta renuncia a la fantasía infantil de una familia feliz. Deben realizar un acuerdo entre el niño que fueron y el adulto que son. No conviene forzarse a mantener reuniones que nos generen estrés, ni concentrar demasiados encuentros en los que sepamos que vamos a estar incómodos. Sostener mentiras familiares es una de las cuestiones que más agotamiento generan.

Andrés y Rosa cenaban este año en casa de la madre de Rosa. El año pasado lo habían hecho en casa de los padres de Andrés. La cena sería aburrida y tensa, como siempre. Él tendría que soportar a su cuñado dándole lecciones sobre la mejor manera de invertir el dinero; ella, a su madre y a sus hermanas ensalzando las cualidades de su padre, que desde que había muerto se había convertido en un ser cariñoso y encantador, cuando en vida había sido rudo, seco y muy poco afectuoso

Recuerdos comunes, pero distintos

A Rosa se le ponía un nudo en el estómago cuando comenzaban a hablar de su padre, sobre todo porque, si ella hacía algún comentario irónico sobre las escasas dotes del fallecido para demostrar afecto, sus hermanas se le echaban encima inmediatamente. Parecía que habían tenido distinto padre. Y hasta cierto punto así era: cada una se había construido dentro de sí la imagen del progenitor que más convenía a sus intereses emocionales. Lo único bueno que tenía la cena era ver cómo sus hijos jugaban con sus sobrinos.

Cuando se dirigían a la cena, Andrés se equivocó de carretera. Llegarían tarde. Al final, Rosa tuvo que llamar a casa de su madre para decir que comenzaran a cenar sin ellos. La equivocación de Andrés era un acto fallido en el que expresó un deseo reprimido: el de no ir a la cena de Nochebuena o pasar con la familia de Rosa el menor tiempo posible. Era una forma de protegerse a sí mismo y de cuidarla a ella de las tensiones y de la ansiedad que le producía su familia.

Acto fallido:

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    Es un acto erróneo que no se puede controlar y que es aceptado por la conciencia como una equivocación. El "yo" lo juzga como fuera de sus intenciones y se lo explica como un despiste.

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    Las intenciones que intenta satisfacer el acto fallido son muy diversas: sirve, por ejemplo, para escapar de una obligación que no se soporta o para defenderse de emociones que asustan. Piensa en la última vez que fuiste víctima de uno de ellos y analiza: ¿te perjudicó o te vino bien?

Las dificultades de Rosa se debían a que, mientras ella había elaborado dentro de sí misma la conflictiva relación que tuvo con su padre, sus hermanas seguían idealizando a un progenitor que había tenido serios problemas psicológicos. Ella aguantaba la reunión navideña para que sus hijos guardaran un buen recuerdo. Además, se le había ocurrido que el año próximo intentaría hacer una comida familiar para celebrar el cumpleaños de su hija. Quizá, si se reunían en otra fecha, no echarían de menos a su padre y se hablaría más de la niña.

La Navidad nos hace recordar la infancia, nos acerca a la familia y nos promueve algunas preguntas: ¿de dónde venimos? ¿Con quién contamos? ¿Cómo eran los que ya perdimos? A partir de estos interrogantes, estos días nos pueden servir para cambiar y mejorar la historia familiar o para ir a peor, depende del tipo de recuerdos que nos habiten. Si nos invaden recuerdos desagradables, no podremos sentirnos bien; si nos ponen triste estos días, es que miramos más al pasado y a lo que no nos fue bien. Quizá no aceptamos lo que no pudo ser. Si es así, no hemos podido modificar dentro de nosotros vivencias antiguas.

Si se consigue rescatar lo bueno que tuvimos, sin engaños ni idealizaciones, podremos vivir unas fiestas que nos hagan sentir bien. Podemos cambiar una historia triste si asumimos sus carencias y fallos. Entonces, estará en nuestra mano la posibilidad de transmitir a nuestros hijos el bienestar que esperan de estas fechas. La historia se cambia cuando se entiende y se repite cuando se reprime.

Las claves:

  • La Navidad es el tiempo de los niños. Estos días sienten que siempre estarán protegidos por los adultos contra el desamparo material y afectivo. Reciben regalos, juegan con sus amigos, están en sus casas, cerca de sus padres, y sienten que pertenecen a un grupo familiar.

  • Si no se va a vivir un ambiente feliz con la familia o es necesario hacer mucho esfuerzo, se puede restringir el tiempo que se está con ella y buscar otro grupo de pertenencia, como los amigos.