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Pillados in fraganti

Una cosa es imaginar qué hacen papá y mamá en el dormitorio, y otra cosa es presenciarlo. Si el descuido ya se ha producido, ha llegado el momento de hablar y de dar explicaciones

Una pareja, en la cama. / fotolia

Isabel Menéndez
Isabel Menéndez

Dos de la madrugada. Daniel tiene siete años, se levanta de su cama y se dirige a la habitación de sus padres, porque ha oído ruidos. Se acerca a la puerta y la abre. Mario y Clara están teniendo relaciones sexuales y Daniel, en silencio, se queda mirándolos con los ojos como platos y la boca abierta. Los padres se dan cuenta de la presencia del niño, pero el pequeño ha tenido tiempo de observar la escena. Clara no sabe qué hacer, se tapa con las sábanas y le dice a su hijo que se vaya a su cuarto, que ahora va ella. El niño da media vuelta y se va a su habitación.

"Nos ha visto -dice Clara-, ¿qué hacemos ahora? ¿Qué le decimos?". Mario se levanta de un salto y responde: "Pues habrá que explicárselo". "Sí, pero cómo -insiste Clara, un poco avergonzada-, tendríamos que haber puesto el pestillo". "Quédate aquí que voy a hablar un poco con él", contesta Mario, que se viste y va a la habitación de Daniel, pensando en cómo abordar el asunto. Primero le preguntará al niño qué ha visto o cree haber visto y luego le dará explicaciones.

La cara del hijo alterna entre la perplejidad y el susto. Le dice a su padre que creía que estaban peleando y que mamá había perdido porque estaba debajo. Mario sonríe, coge la mano de su hijo y le dice que no estaba ocurriendo lo que él ha pensado, sino que estaban jugando porque se quieren mucho y les gusta. Él nunca la haría daño a mamá. Daniel empieza a relajarse y su padre le dice que se duerma, que ya hablarán más mañana. Quiere saber qué pensó o cómo se sintió para aliviar en lo posible sus tensiones, pero sin decir más de la cuenta.

Clara escucha lo que le cuenta Mario cuando vuelve y le agradece que haya ido a hablar con él. Al día siguiente, en el momento oportuno, calcularán cómo explicarle con naturalidad que esos juegos los hacen las parejas que se quieren, que nunca hacen daño y que él podrá también realizarlos cuando sea mayor. El padre de Daniel ha actuado de la mejor manera ante una situación psicológicamente delicada y difícil para todos: para el niño, porque no entiende y desea hacerlo; y para los padres, porque tiene que ver con sus propios tabús. La de los padres manteniendo relaciones íntimas es una escena que resulta demasiado impactante para un niño, aunque el encuentro sexual, en alguna medida, se haya imaginado.

¿Fantasías de violencia?

En psicoanálisis se llama "escena primaria" a la fantasía que los niños tienen sobre las relaciones entre los padres, imagen que queda reprimida, ya que el hijo tiene que aceptar que él queda excluido de esa escena. Esta fantasía es una de las más originarias y primordiales ya que, según Freud, estructura la vida de la fantasía humana.

Ahora bien, una cuestión es imaginarlo y otra presenciarlo. Los niños no están psíquicamente preparados para entender la relación sexual. Cuando asisten a ella, la entienden dentro de sus capacidades. Por lo general, piensan que se trata de algo violento y que el padre puede estar dañando a la madre. Puede quedar registrada como una escena sadomasoquista. La observación de una escena sexual entre los padres genera angustia en el niño, angustia que Freud explicaba por un exceso de excitación que no puede controlar y que, al no comprender, reprime.

Cuando el niño es testigo visual de una escena de este tipo, lo mejor es ponerle palabras a lo sucedido y explicarle que se trata de juegos de adultos, como Mario ha hecho con su hijo, además de ligarlo a algo placentero y al amor. De este modo, se desata la asociación que puede haber hecho el niño entre la relación cuerpo a cuerpo y la violencia. La relación sexual entre el padre y la madre queda enlazada al amor. Por lo tanto, también su origen proviene de los juegos placenteros que había entre ellos. Es importante proyectarlo en el futuro como algo que él también hará con su pareja, pues de esta manera soporta mejor la exclusión que debe aceptar de las relaciones entre sus padres.

Si se evita el tema, la escena puede convertirse en traumática para el niño

Es distinto que esto suceda cuando el niño tiene tres años que cuando tiene 10. Conviene adaptar la explicación a los años, si bien en todos los casos hay que hablarlo. Nunca se debe negar y mucho menos tratarlo como algo feo o malo. Si los padres lo niegan o le transmiten que eso no está bien, el niño lo verá de la misma forma: como algo feo y que está mal, y aumentará la culpa que está sintiendo. Cuando se evita el tema, puede convertirse para el niño en una escena traumática por las fantasías que le provoca. Entonces pueden aparecer cambios en su comportamiento, tanto en casa como en el colegio: que se retraiga, manifieste inquietud o no se pueda concentrar.

Evitar errores

  • No debemos suponer que porque sean pequeños no se enteran de lo que han visto.

  • Hay que evitar no dar explicaciones y dejar pasar el tema, a fin de no darle importancia. Eso revela nuestra incompetencia para hacernos cargo de la situación y poner palabras a lo que ha visto.

  • No conviene mantenerles en la cama de los padres mucho tiempo, ya que esto fomentará que acudan a ella y puedan sorprendernos.

  • No se debe culpar al niño. Si ha llegado a vernos, no ha sido solo por su curiosidad, sino porque no hemos puesto las medidas de protección necesarias.

Proteger lo privado

Sería importante preguntarse, sobre todo para que no se repita, qué ha pasado para que nos descubra. Es probable que no hayamos tenido suficiente cuidado en proteger nuestra privacidad, que no se haya echado el pestillo del dormitorio o que el encuentro haya tenido lugar en un lugar accesible. Conviene tomar precauciones. Cuando llega un hijo, la vida de la pareja se altera y sus relaciones sexuales también. Hay que tener en cuenta que el espacio íntimo ha de estar protegido de la invasión que los hijos pueden realizar. La curiosidad infantil alcanza a lo que los padres hacen juntos cuando están solos.

Qué podemos hacer

  1. 1

    Buscar el momento oportuno para hablar con él o ella del tema. No conviene aplazarlo mucho, pero sí debemos esperar a cuando estemos tranquilos y hayamos pensado qué conviene decir.

  2. 2

    No hay que culparse, ni sentirse avergonzado por lo sucedido. Y mucho menos culpar al niño.

  3. 3

    Hay que explicarle la situación, pero con palabras sencillas. Tenemos que responder a las preguntas que va haciendo.

  4. 4

    Sus preguntas suelen ser claras y concisas, hay que contestarlas de la misma manera.

  5. 5

    Es aconsejable pensar con la pareja cómo explicárselo para que los dos digan lo mismo.

20 de enero-18 de febrero

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