Al abrir la puerta, Marta se encontró un mensajero con un ramo de rosas. Dentro, en una tarjeta, ponía: "Nunca te olvidé"; y debajo unos versos de un tango de Gardel: "Y aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor". Finalmente, una pregunta: "¿Te atreves a recuperar una historia que nunca debió acabar? Te espero el 14, donde siempre". Una sensación de alegría recorrió a Marta.
Tenía 53 años y se encontraba en una época tranquila de la vida. Se había separado hacía seis años, después de una larga historia con su ex plagada de desencuentros. Y ahora, que no quería más complicaciones de pareja, aparecía Raúl, su primer amor, con el que vivió una historia apasionada, interrumpida porque él se fue a vivir a Londres. En principio, iba a pasar solo un año, pero Marta no soportó esa separación y comenzó a salir con otro. Raúl, al final, no volvió.
Marta había perdido prácticamente el contacto con su padre, al que estaba muy unida, después de que se separara de su madre, cuando ella tenía siete años. Después, a lo largo de su vida, lo vio pocas veces. Sufrió mucho por ello, de modo que cuando Raúl se fue a Londres, lo vivió como un abandono insoportable y rompió la relación. Sin embargo, el amor que sentía por él estaba basado en una complicidad muy especial que colmaba casi todos sus deseos. Fue la evocación del padre lo que la condujo a abandonarlo. Ahora, tras su reencuentro, él le propone una cita el día de los enamorados. Y Marta decide intentarlo de nuevo.
Los encuentros amorosos en la edad adulta son, en parte, reencuentros con los misteriosos lazos afectivos que nos unen a nuestros primeros amores: madre, padre y hermanos. Con ellos, si todo fue bien, quedó enlazado el afecto y la ternura Y con ellos, sin saberlo, aprendimos a querer a otros.
La madre es nuestro primer objeto de amor, un ser que necesitamos para vivir. En esa trama infantil de afectos, el amor por ella se desplaza después al padre y más tarde a los otros. Por ello, el encuentro con un amor es más bien un reencuentro con algo que nos marcó. De la misma manera que se idealiza el objeto materno en la infancia, también se idealiza a la persona de la que uno se enamora.
El desplazamiento de ese primer amor a otros amores, convierte a la amada o al amado en únicos, de modo que si se es abandonado, se puede llegar a sentir la mayor soledad o la más absoluta indefensión. El amor infantil a la madre se irá desplazando paulatinamente para llegar a construir un amor adulto. Hay que recorrer un largo camino desde ese primer apego, reemplazándola en sucesivos desplazamientos por otras personas que, si bien conservan algunos rasgos de ella, también se tienen que encontrar lo suficientemente alejadas y diferenciadas para que se dé la plenitud del amor.
En esta cadena de desplazamientos del amor infantil, los primeros eslabones que sustituyen a la madre son, primero, el padre y, después, los hermanos y las personas cercanas con las que se establezca una relación afectiva. El padre se convierte en la pieza fundamental para que esa dependencia y fusión materna deje paso a otra persona a la que se dirige el amor. Para ello, el progenitor tiene que acompañar a los hijos en su crecimiento, implicarse emocionalmente y desear formar parte de su historia.
Las relaciones afectivas que se viven en la infancia se reeditan en la adolescencia. Entonces, los deseos se dirigen a personas fuera de la familia, pero conservan los rasgos que se aprendieron y se intenta reproducirlos. La frase del tango ("siempre se vuelve al primer amor") que recibió Marta se refiere a esta tendencia de la pulsión amorosa de intentar reencontrar algo que se supone que se perdió. Es un amor supuesto, porque nunca hubo plenitud total, aunque sí la fantasía y el deseo de tenerlo todo cubierto con ese otro idealizado.
Las primeras huellas amorosas, que quedan en el fondo de nuestro armario emocional, se producen antes de que tengamos capacidad para razonar. El hecho de que nuestros primeros amores se originen en la infancia es la razón por la que alguien que se acaba de enamorar dice: "Es como si le conociera de toda la vida". El amor es más un reencuentro que un encuentro. Cualquier experiencia amorosa influye en la siguiente. Las cualidades reales o imaginarias del amado están ahí para colmar un deseo que nos empuja hacia ese alguien porque tenemos una huella en nuestra memoria emocional cuya forma coincide con la suya.
El reencuentro con un amor del pasado puede hacernos sentir que el suelo se mueve bajo nuestros pies o vivirlo como algo lejano. En el primer caso, algo importante quedó pendiente. Si ocurre lo contrario, es porque esa historia se cerró porque estaba agotada.
El deseo que nos conduce de nuevo a ese antiguo amor es el de reparar algo de nuestra historia.
Retomar una relación del pasado nos devuelve algo de cuando éramos más jóvenes.
En el amor encontramos lo que buscábamos aun sin saberlo. Por eso, es posible que salga a nuestro encuentro un antiguo amor. Si se han elaborado los conflictos que hicieron abandonar la relación, se puede intentar revivirla. ¿Es posible reconstruir un amor del pasado? ¿Se busca evitar antiguos errores? Si somos capaces de elaborar lo que terminó con la relación, hemos aprendido sobre nosotras mismas y nos encontramos en disposición de abrirnos de nuevo, sin el peligro de repetir lo que nos llevó a romper, es posible que la relación prospere.
El deseo de amar y de ser amados es inherente a la condición humana. Un reencuentro puede ser el primer paso para salir de un error. Podemos tener una segunda oportunidad, pero para ello debemos ser generosos con nosotros mismos, preguntarnos qué nos pasa e interrogarnos sobre nuestra participación en el fracaso. Así nos concederemos la posibilidad de cambiar.
La madurez tiene sus ventajas. Con suerte, hemos aprendido a idealizar menos, con lo que las decepciones no son tan grandes. Es preciso reflexionar sobre la distancia entre lo que deseamos y lo que encontramos en ese amor, pues siempre hay una distancia que conviene aceptar.
La trama afectiva de toda historia de amor esconde enigmas acerca de la identidad, los deseos que pusieron sobre nosotros y sobre adónde dirigimos los nuestros. Conviene reflexionar sobre todo ello para sentir plenamente.
20 de enero-18 de febrero
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