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La influencia que la madre y el padre tienen en los hijos es determinante para su vida, aunque no sabemos en gran parte ni cómo se produce. Se organiza a partir de los deseos que van de los padres a los hijos y viceversa. Cuando uno de los progenitores se ve afectado por una enfermedad mental, la intervención del otro miembro de la pareja es importante para que los hijos tengan un desarrollo psíquico más saludable.
Los estados de ánimo de la madre tienen, desde un primer momento, gran importancia en la constitución psíquica del hijo. Esa disposición materna depende de su estructura mental y de cómo haya podido organizar la relación con sus padres. La del padre, por su parte, es fundamental para apoyar a la madre y ayudarla en el intenso proceso psíquico y físico que atraviesa. ¿De qué forma afecta a los niños la salud mental de los padres.
Donald W. Winnicott, psicoanalista inglés especialista en tratar a niños y padres, hace algunas recomendaciones, según lo que represente para los hijos la enfermedad mental de los padres. Asegura que los síntomas que padece el hijo pueden aliviar el sufrimiento psíquico de uno de sus progenitores. Y también afirma que un padre, aunque esté enfermo, puede proteger a sus hijos cuando reconoce sus dificultades y solicita ayuda para resolver el conflicto. Una enfermedad mental no impide que la madre o el padre afectado busquen para sus hijos lo que estos necesitan en el momento adecuado y puedan acompañarle hacia la salud mental. La ayuda y comprensión del otro miembro de la pareja es muy importante.
Dos casos tratados por Winnicott dan cuenta de estas afirmaciones. El primero es el de un niño de 11 años al que atendió por un brote psicótico. Su padre, que tenía 50 años, había tenido esquizofrenia a los 20, pero había llegado a manejar bastante bien su enfermedad mental crónica. El niño necesitó tres años para recuperarse de la enfermedad, que estaba muy vinculada a la de su padre.
La madre permitió que la personalidad de su hijo se fundiera con la suya en la forma en que este lo necesitaba. El padre, por su parte, se mostró muy comprensivo y toleró el estado mental en el niño, al aceptar su propia esquizofrenia. El pequeño mejoró y, entre otras cosas, tuvo la oportunidad de aprender que su padre también estaba enfermo. Gracias a ello, en la pubertad llegó a ser un niño sano.
No es bueno culpabilizarse sobre la situación emocional que se padece. La culpa aumenta la angustia y ni resuelve los síntomas que se sufren, ni sirve para ayudar al niño.
Hay que evitar que el narcisismo impida reconocer que se tienen conflictos. El error de mayores consecuencias para las generaciones siguientes es negar los conflictos y no hacerse cargo de ellos.
Hay personas que intentan acallar la expresión de afectos depresivos asegurando que carecen de importancia, lo que es un modo de silenciar al que está mal.
El segundo caso tratado por Winnicott se refiere a cuando el niño, con sus síntomas, se puede convertir en un alivio para la enfermedad de uno de los progenitores. Se trataba de una madre que sufría estados depresivos graves y un padre inmaduro. La madre acudió al consultorio con su hijo, preocupada por la pérdida de peso del niño, que era diabético. Al especialista le resultó evidente que era una mujer deprimida, y comprendió que la inquietud por su hijo le proporcionaba cierto alivio, ya que la sacaba de sus preocupaciones habituales.
A través del contacto con el niño, descubrió que su enfermedad comenzó con uno de los habituales choques entre los progenitores, en el que el padre preguntó a sus hijos: "¿Queréis vivir conmigo o con mamá?", dando a entender que pensaban separarse. Cuando ayudaron al niño a comprender la situación familiar, volvió a comer. Winnicott recomendó a la madre una psicoterapia, pues ayudarla repercutía favorablemente en su hijo. El niño no tendría que ejercer, con su enfermedad, de bálsamo para que su madre pensase en otras cosas, y la madre podría elaborar lo que le sucede con el padre. Como hipótesis, podríamos aventurar que solo el movimiento de ella haría que el padre cambiara.
Cuando el padre o la madre se hacen cargo de los problemas que sufre alguno de ellos, los hijos tienen menos síntomas y disfrutan de mayor salud física y psíquica. La madre deprimida tiene apagado su impulso vital y esto causa en el niño una privación afectiva, con efectos como el rechazo al alimento. Es como si protestara porque no recibe el alimento afectivo necesario y tampoco quiere el que nutre su cuerpo. Winnicott señala que los bebés de madres depresivas presentan, además de mayor frecuencia de enfermedades comunes, cierto retraso en su desarrollo psicomotor, su tono muscular y su coordinación. Más adelante, los niños que se mueven mucho pueden estar compensando una quietud inexpresiva de la madre para mantenerla a ella activa.
Responsabilizarse de lo que ocurre y aceptar el hecho de que se tienen conflictos psíquicos. Eso es lo mejor para que los hijos no se vean afectados por los problemas mentales que sufren los padres.
Al igual que no podemos resolver las enfermedades físicas solos, cuando se sufren enfermedades mentales hay que buscar ayuda.
Una psicoterapia resuelve los síntomas que no permiten atender a los hijos, evita que queden atrapados en un lugar que les enferma y, sobre todo, alivia el sufrimiento y libera la energía atrapada en los síntomas, dejando al niño y los padres libertad para sentirse a gusto consigo mismos.
Una presencia materna desvitalizada, a causa de una depresión, altera la percepción de sí mismo que comienza a organizar el bebé, según Winnicott y el también psicoanalista André Green. La depresión es una falta de deseo de vida. Las presiones internas que la madre sufre no la dejan suficiente libido para dirigirla a su bebé y este encuentra que no esta sintonizada con él. Además, el niño supone que lo que sucede es por su culpa, pues no se discrimina de la madre y vive esa falta de vitalidad como algo que ha provocado.
El niño necesita apoyarse siempre en la madre y confiar en que la va a encontrar allí. El niño forma un "yo" fuerte con el apoyo del "yo" de la madre, ya que en el principio se vive indiscriminado con ella. La ausencia del padre, cuando se ocupa poco de su hijo porque sus problemas mentales no le dejan ejercer la paternidad, determina en el principio de la vida la relación madre-hijo y, más tarde, su subjetividad.