Alcanzar la cima y mantenerse en ella nunca ha sido fácil, pero si hay un lugar donde brillar lo es todo ese es Hollywood. La rivalidad entre las actrices era especialmente dura y cruel en los años dorados y formaba parte, incluso, de la publicidad que buscaban los estudios para vender sus películas. La meca del cine siempre ha sido un lugar misógino: maltratar a las actrices, bien porque envejecen o bien porque se considera una forma de sacar lo mejor de ellas, siempre se consideró allí una forma de arte.
En unas declaraciones a la revista People, en 1978, la actriz Joan Fontaine comentaba: "Olivia siempre dijo que yo era la primera en todo. Fui la primera en casarme, la primera en ganar un Oscar y en tener un hijo. Y si me muero, estará furiosa, porque habré sido la primera también". Olivia es Olivia de Havilland, la hermana mayor de Joan y, sobre todo, su enconada rival.
Joan murió en 2013, pero Olivia no se inmutó: ganó un puesto en el pódium de las actrices más longevas del mundo -cumplió 101 años el pasado mes de junio- y recibió el título de Dama del Imperio Británico por su dilatada contribución al séptimo arte. Hay decenas de fotografías publicitarias de los años 40 y 50 de Joan Fontaine y Olivia de Havilland. En ellas, ambas aparecen con aspecto dulce, sonriente, delicado. Las dos eran menudas: Olivia era morena y de mirada penetrante; Joan, rubia y de aire soñador.
Pero su relación en la vida real distaba mucho de esa cálida complicidad. Fue, al contrario, una dura competencia que se remonta a su infancia y que las llevó a no hablarse durante casi cuatro décadas. Se llevaban tan solo 15 meses y ya se peleaban cuando eran muy niñas. Olivia disfrutaba asustando a su hermana menor leyéndole en voz alta las escenas de la crucifixión en la Biblia. Joan se pasaba las horas repitiendo todo lo que decía Olivia, hasta sacarla de quicio. Se abofeteaban, se tiraban del pelo.
En una ocasión, Olivia le rompió la clavícula a Joan, cuando esta intentó arrastrarla a la piscina cogiéndola por un pie. Joan acabó con una escayola, pero ni siquiera coinciden en sus recuerdos: según Olivia, la pelea se produjo cuando estaban en la adolescencia. Según Joan, cuando tenían cinco y seis años. uestro gran problema era que teníamos que compartir habitación", explicaba Olivia en una entrevista. Ambas habían nacido en Tokio, de padres británicos, pero se instalaron en California cuando estos se divorciaron.
Su padre se casó con el ama de llaves. Su madre, una antigua actriz de teatro, rehízo su vida con George Fontaine, un hombre rígido y autoritario, que lo solucionaba todo azotando a sus hijastras con una percha. Al final de la adolescencia, Joan decidió marcharse un año a Tokio, con su padre, para estudiar en un selecto colegio. A su regreso, se encontró a su hermana Olivia convertida en la nueva promesa de Hollywood. Era 1934. Olivia había actuado en todas las obras del colegio y siempre tuvo muy clara su vocación.
Le ofreció a su hermana menor pagarle los estudios en una exclusiva universidad. Pero ella lo rechazó de plano: "Quiero hacer lo mismo que haces tú", respondió. Olivia intentó disuadirla, pensando que su camino no era el espectáculo, sino un marido de la alta sociedad. Pero a cada momento, Joan respondía lo mismo: "Quiero hacer lo mismo que haces tú". Al final Olivia aceptó, pero puso como condición que escogiera un nombre distinto. Tras rodar un par de películas, el productor David O.
Selznick reparó en Joan y le pidió permiso a Olivia -que estaba rodando Lo que el viento se llevó- para contratarla. La película se llamaba Rebeca y la dirigía Alfred Hitchcock. Olivia se tragó sus celos. "Ella era mejor para el papel que yo", diría años después con elegancia. Estuvieron varias veces nominadas al Oscar al mismo tiempo. Joan lo ganó primero por Sospecha, también de Hitchcock, aunque Olivia se llevó la estatuilla dos veces. Ambas se habían convertido en grandes estrellas de Hollywood.
"Cada vez que coincidíamos, regresaban a mi mente todos los enfrentamientos que habíamos tenido desde niñas", recordaba Joan en sus memorias. La prensa estaba pendiente de cualquier mínimo gesto de la una hacia la otra para lanzar un buen titular. En alguna entrevista, sin embargo, Olivia confesó que, de niña, había adorado a su hermana. Joan jamás se hizo eco de esta mano tendida. "No recuerdo ni un solo gesto de ternura de mi hermana", sentenció.
Con el tiempo, la rivalidad pareció aplacarse. Joan se instaló en Nueva York, Olivia en París. Pero la animosidad se reavivó cuando su madre enfermó de cáncer en 1975. Joan estaba de gira y no apareció. Fue Olivia quien se ocupó de todo, y no se lo perdonó. En su funeral no se dirigieron la palabra. "Fue la ruptura final", dijo Joan.
Eran dos de las más grandes estrellas femeninas del viejo Hollywood y tenían bastante en común. En la cima de sus carreras, elegían los guiones o vetaban a sus compañeros de reparto. Davis era alabada por su talento interpretativo; Joan, por su belleza. Pero ambas amaban su profesión y luchaban por ella en una industria dominada por hombres. Pero, a comienzos de la década de los 60, habían entrado en decadencia. Si no es fácil ser una mujer madura en Hollywood hoy, todavía lo era menos entonces.
La cámara no miente y la belleza es efímera. Bette Davis y Joan Crawford lo sabían bien y ¿Qué fue de Baby Jane? les pareció su oportunidad. La película fue un éxito de taquilla y relanzó sus carreras. Además, Davis consiguió una nominación al Oscar por su interpretación. Pero, las columnas de chismes de la época no dejaron de hablar durante el rodaje de que ambas actrices se odiaban. Querían trasladar las peleas de los dos personajes a la vida real: ¿hay algo más morboso que dos viejas glorias poniéndose la zancadilla? Quizá su rivalidad no fue tan cruda como decían, pero Davis y Crawford nunca fueron amigas.
Tuvieron sus primeros enfrentamientos a mediados de los años 30 y fue por culpa de un hombre: el actor Franchot Tone. Bette Davis se había enamorado de él durante el rodaje de Peligrosa y eran pareja. Pero Tone prefirió a Joan Crawford y ambos se casaron poco después del estreno. Los celos de Davis nunca se apagaron del todo. La rivalidad entre ambas creció cuando Crawford escogió el papel protagonista de Mildred Pierce que Davis había rechazado. Con él ganó un Oscar.
En los años siguientes, azuzadas por la prensa, se intercambiaban comentarios crueles en cuanto hablaban la una de la otra: "Davis actúa siempre ocultando parte de su cara, algunos lo llaman arte, yo lo llamo camuflaje, porque nunca fue una belleza", decía Crawford. "Se ha acostado con todos los hombres del estudio Metro-Goldwyn-Mayer, salvo con Lassie [la perra que protagonizó varias películas], espetaba Davis. e dice que, para fastidiar a su compañera de rodaje, que estaba casada entonces con el presidente de Pepsi-Cola, Bette Davis mando instalar una máquina de Coca-Cola en el plató de ¿Qué fue de Baby Jane?.
Dicen que Davis llegó a darle 'patadas de verdad' a su compañera en varias escenas, y contó que había disfrutado mucho en la escena en la que la tira por las escaleras. Crawford, por su parte, se metía piedras en los bolsillos cuando Davis tenía que arrastrarla por el suelo. En el final de sus vidas, sin embargo, Bette Davis apoyó a Joan Crawford cuando la hija de esta, Christina, publicó unas sórdidas memorias sobre su madre en las que la acusaba de ser una madre cruel, egoísta y manipuladora.
La propia Bette había sufrido un ataque similar por parte de su hija. Davis murió en 1989 y trabajó casi hasta el final. Crawford había fallecido 12 años antes. Sus últimos años los pasó recluida en su casa, viendo sus películas en la televisión y respondiendo las cartas de sus fans, para protegerse de los comentarios despiadados sobre su aspecto envejecido.
¿Hay que sufrir para alcanzar la perfección artística? El director de cine Stanley Kubrick parecía creer que sí. Obsesivo y perfeccionista, no paraba hasta conseguir la mejor toma. "Los actores son instrumentos productores de emociones", explicaba. Quizá la actriz Shelley Duvall, protagonista junto a Jack Nicholson, en 1980, de la mítica película El resplandor, era demasiado emocional. Pero, además de la excelencia como actriz, conoció el infierno trabajando para Kubrick.
El propio Nicholson explicaba, tiempo después del estreno, que el director se transformaba cuando se dirigía a ella. La culpaba de todos los errores y retrasos del rodaje, incitó al equipo a no dirigirle la palabra y la obligó a repetir 127 veces la famosa escena del bate de béisbol, un record en la historia del cine. Duvall, aislada y lejos de su familia, enfermó durante el rodaje, que se alargó 13 meses cuando estaba previsto que durara 17 días, en unos estudios del sur de Inglaterra. El pelo se le empezó a caer a mechones. fue insoportable", explicaba años después en una biografía sobre el director.
"Fue el papel más difícil de mi carrera, llorando 12 horas al día, incluso fuera del plató, manteniendo todo el tiempo el sentimiento de terror. Era como un juego para mantenerme desquiciada, como al personaje de la película". El resultado fue que Duvall sufría ataques de ansiedad cada vez más intensos. "Jamás repetiría un rodaje semejante", aseguró años después. El resplandor sigue siendo el largometraje con mayor cantidad de película filmada de la historia, 400.000 metros. La versión final que llegó a los cines (142 minutos) contiene menos del 1% del material rodado.
Kubrick hacía tantos cambios en el guión que Nicholson, uno de los pocos que se enfrentaba a él, se negó a leerlos y le pidió que se los contara. El propio Stephen King, el autor de la novela en la que se basa la película, contó que no le gustaba el resultado porque trataba de forma 'muy misógina' al personaje de Duvall. Era demasiado indefensa, demasiado frágil, y él había inventado un personaje muy distinto. Tras la película, Duvall actuó en la versión cinematográfica de Popeye, encarnando a Olivia, y trabajó en varios programas de televisión para niños, tras fundar su productora.
Se retiró en 2002. El año pasado, apareció en un programa sensacionalista, irreconocible y claramente trastornada. "Estoy muy enferma, necesito ayuda", repetía la actriz, tras confesar que estaba casi en la indigencia. Fue la propia hija de Kubrick, Vivian, la que denunció al programa y lanzó una campaña para recaudar fondos. Quizá se acordaba del calvario que supuso para la actriz trabajar junto a su padre.
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