Acudo sola a una reunión de padres. El 90% de las asistentes somos mujeres, así que la reunión es de madres. No me extraña. La han convocado bajo el lema: 'retos ante una nueva etapa: la adolescencia'. La finalidad es aleccionarnos sobre los cambios que nuestros retoños de sexto de Primaria vivirán a partir del curso que viene. Nada más entrar, nos dicen: "no os asustéis". Y nos asustamos, claro.
Apunte sociológico: el hecho de que los padres se ausenten de una reunión que no parece tener una finalidad práctica inmediata da mucho que pensar. Apunte personal: confieso que mi primer impulso fue no asistir. Quien termina Primaria es el pequeño. Sus dos hermanos mayores me han enseñado ya mucho sobre la adolescencia, aunque (pienso) para doctorarme aún me falta un trecho. Por eso estoy aquí, porque quiero aprender.
Se nos habla de cambios emocionales -en yuxtaposición con los hormonales-, de confusión, de búsqueda de identidad, de deseos de independencia, de mal genio. Salen algunas de las palabras que llevan acompañándonos desde que parimos. 'Límites', 'paciencia', 'tiempo'. Nos dan consejos prácticos. "No formuléis preguntas tediosas que nadie querría tener que responder". Un ejemplo: "¿Cómo te ha ido en el cole?". Me voy alegrando de estar aquí.
La velada termina con el pase de un vídeo. Imágenes de adolescentes sobre una melodía suave. "Quiérele cuando menos lo merezca", reza uno de los eslóganes que permanecen en pantalla en esperanzadoras letras verdes. Observo que un par de madres se enjugan una lágrima. Yo llevo un rato disimulando mis ganas de llorar. "Soy una mema", dice la madre de la fila delantera, y sin saberlo nos define a las dos. Abandono la reunión contenta. Saber que las memas somos legión no sé si es bueno para la educación de nadie, pero no veas lo que consuela.
Cena con amigos. Los adultos contamos las mismas cosas de siempre. Trabajo, hijos, oficina, viajes... Los niños, que han crecido mucho, hablan como nunc antes: películas, juegos en línea, exámenes, planes de futuro, descubrimientos fabulosos. Nosotros, los adultos, vamos a lo nuestro y hacemos como que no escuchamos. Como si no estuvieran. No fuéramos a tener que reconocer, así de pronto, que nuestros hijos ya son mucho más interesantes que nosotros.
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