Una mujer cansada tanto trabajar. / raquel córcoles

vivir

Para imperfectas, morfeo

Cuando el insomnio empieza a ser un problema para tu día a día...

Recuerdo, con vehemente nostalgia cuando en mi época universitaria decía que tenía insomnio porque no me dormía antes de las tres de la mañana. Incluso creo que fue mi estado en Tuenti. Qué osadía. Querido y alborozado yo del pasado: tal vez no te dormías antes de las tres de la mañana porque te levantabas al mediodía.

Entonces los domingos era capaz de levantarme con la última luz del crepúsculo invernal e ingerir un plato de pasta con atún y tomate a las seis de la tarde (dormía más, pero me alimentaba francamente peor). Ahora, mi principal problema no es conciliar mi vida laboral con la personal. Mi principal problema es conciliar el sueño con ambas. Porque una cosa he ido descubriendo con los años: por muy cansada que esté físicamente, no dormiré más profundamente o mejor.

Existe un motivo científico: el sueño va cambiando a lo largo de nuestras vidas. De bebés, tenemos un sueño polifásico y, a medida que dejamos atrás la juventud, cambia también nuestra higiene de sueño: no solo dormimos menos, sino que también nos hacemos cada vez más madrugadores. Incluso aprovechamos las mañanas de los domingos. Pero existe otro motivo: muchas veces nos acostamos con una alta actividad cognitiva. Esto es, nos llevamos los problemas a la cama y los tapamos con el nórdico justo al lado de los (40) cojines.

Repasamos cualquier nimio detalle vital, planificamos, revisamos, consideramos, exponemos las variables, hacemos esquemas mentales, hacemos hasta powerpoints de nuestras preocupaciones (con imñagenes). Nos sobreestimulamos. En la cama, entre tu pareja y tú, está la discusión con tu jefe de por la mañana, el distanciamiento con tu hermano, el reproche de aquel otro, el encontronazo con aquella otra...

La solución pasa por decirle a todos esos pensamientos que no están invitados a compartir el colchón. Que ya habrá tiempo mañana para ellos, durante el día, descansados. Porque lo de contar ejemplares del ganado ovino para conciliar el sueño es un mito como el viaje de Ulises, según un estudio de la Universidad de Oxford. Y si contar ovejitas no surge efecto, todavía menos contar las horas que quedan para que suene tu alarma.

Además:

  • Relatos de una noche de verano: La noche de San Juan

  • “Tenemos que luchar porque las mujeres podamos ser el motor de las historias”