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El progreso cultural de un país se mide, entre otros aspectos, por la aceptación que muestra hacia las personas con conflictos psíquicos. Aceptación por la que se sigue luchando, ya que los enfermos mentales sufren una estigmatización social que los margina.
Franco Basaglia, que junto a D. Cooper y Laing, en Inglaterra, abanderó el movimiento antipsiquiátrico en Italia en la década de los 70, decía: "Bajo toda enfermedad psíquica hay un conflicto social". Señalaba así la responsabilidad que tiene la sociedad en la marginación y la incomprensión hacia estas personas. Su lema, "Locos a la calle", era un grito a favor de la integración. El seguimiento terapéutico debía ser un complemento para integrar al enfermo en la familia y en la sociedad.
La enfermedad física produce pena, de ahí que se acompañe y se cuide a quien la sufre, se comprende su dolor. Pero esto no sucede cuando la enfermedad compromete el plano psíquico. El 10 de octubre se celebra el Día de la Salud Mental, cuyo lema "Trabajar sin máscaras. Emplear sin barreras", alude a integrar a los enfermos en la sociedad, proporcionándoles un trabajo.
¿Por qué dan miedo los conflictos psíquicos? ¿Por qué se niegan o se ocultan? Uno de los prejuicios más comunes es su "peligrosidad". Pero el verdadero peligro no está en los conflictos psíquicos de los demás, sino en lo que evoca en personas que se suponen "normales": el descontrol, la posibilidad de no manejarse bien en la vida, de no poder integrarse en la sociedad. Aquello que no podemos llegar a dominar como quisiéramos y que todos, en mayor o menor medida, sentimos alguna vez.
Hay multitud de problemas psíquicos que afectan a núcleos importantes de la población. Ahí están la depresión, la ansiedad, el insomnio o las fobias, entre otros síntomas bastantes comunes. Las fobias expresan un miedo insoportable a algo concreto y variado: el avión, los perros, los insectos... Las personas que las padecen proyectan sobre esos objetos externos, que pueden evitar, un miedo interno que provoca angustia, aunque no sepan de qué se trata. No se puede escapar de algo que viene del interior de uno mismo, pero sí de aquello que viene del mundo externo. Algo semejante ocurre en la sociedad: se huye de los enfermos mentales, se los aparta.
Una sociedad que no ayuda a los más desfavorecidos psíquicamente es injusta, poco desarrollada, insolidaria y cruel.
Las personas que rechazan la enfermedad mental mantienen una posición prepotente e infantil, suponen que ellos no están habitados por un inconsciente al igual que los que tienen una salud mental más precaria.
Perder el miedo a los conflictos propios eliminaría el temor a los que más padecen mentalmente.
El enfermo mental evoca conflictos psíquicos que los llamados "sanos" hemos resuelto. Todos los seres humanos atravesamos durante los primeros años de vida unos procesos psicológicos que tenemos que elaborar para alcanzar un dominio adecuado de nuestro mundo interno. Para ello dependemos de lo transmitido familiar y socialmente, además de la construcción mental que nosotros seamos capaces de hacer con lo recibido.
El ser humano construye su subjetividad aceptando límites y reglas que lo van a insertar en una cultura determinada. A duras penas mantiene un equilibrio entre lo que habita en su inconsciente y su precario "yo", que siempre se debate entre los deseos propios y las imposiciones externas.
Todos tenemos representaciones inconscientes conflictivas, que pueden reactivarse en los momentos más difíciles de la vida. La percepción de esta fragilidad mental promueve ese miedo a la locura, que es percibida como una pérdida del equilibrio y de la identidad que suponíamos segura.
Se puede considerar psíquicamente fuerte a aquella persona que ha logrado una cierta aceptación de sus fragilidades y que es capaz de hacerse cargo de sus ansiedades más primitivas. Alguien que se conoce y se asume, y que no tiene la necesidad de proyectar en los otros sus conflictos. No vive al enfermo mental de una forma persecutoria y tampoco necesita estigmatizarle.
El psicoanálisis se atrevió a describir el funcionamiento psíquico de la infancia como algo que nunca pasa del todo y que se mantiene en los cimientos de nuestra subjetividad. Todos conservamos de manera latente pensamientos de las primeras etapas infantiles y ante determinadas circunstancias puede retornar aquello que no quedó resuelto.
Cuando nos enfrentamos a circunstancias penosas en la vida (fracasos, duelos, frustraciones...) y no aceptamos la fragilidad que nos producen, podemos tener conductas de evitación. Vemos la paja en el ojo ajeno, suponiendo que lo imperfecto o peligroso está fuera de nosotros, es decir, lo proyectamos en otros a los que rechazamos. Los conflictos inconscientes que nos promueven los síntomas que sufrimos vienen a destronarnos del lugar en el que nos creíamos dueños de nosotros mismos. Lejos de ignorarlos, conviene descubrirlos cuando se sufre, para poder librarse de los síntomas que se padece.
Se posee un equilibrio mental saludable cuando se siente el placer de actuar en la vida y se tiene la capacidad de enfrentarse a lo inesperado sin angustiarse. La salud mental tiene relación con la capacidad de amarnos a nosotros mismos allí donde más débiles somos. Cuando nuestro mundo interno está bien amueblado, la relación con el exterior es más gratificante, porque sabemos afrontar los reveses de la vida gracias a que hemos aprendido a amar y a controlar nuestros odios.
*Artículo originalmente publicado en el número 965 de mujerhoy.