Un niño, llorando en un banco. /
Perder a un ser querido es una de las situaciones más difíciles que puede vivir una persona. Vivimos en una sociedad donde no estamos familiarizados con la muerte y explicar este acontecimiento a un niño puede ser complicado si no se trata desde la sinceridad y la emoción. Para aprender a hablar de la muerte a los más pequeños Ángels Ponce , experta en terapia familiar y duelo, comparte varios consejos que ayudan a abordar estas delicadas conversaciones.
En el momento en el que un ser querido y cercano muere, es normal que los adultos se enfrenten a las preguntas de los más pequeños que, desde su curiosidad e ignorancia, no comprenden lo que ha ocurrido. Es entonces cuando los adultos se cuestionan qué decir, cómo hacerlo o cuándo. “En general los padres se manejan mal ante estas situaciones porque suponen una excepción dentro de las conversaciones con nuestros hijos. La muerte no es un tema que se trate con frecuencia y naturalidad, sino que solo se aborda de manera esporádica cuando sucede dentro del seno familiar… y muchas veces se hace de puntillas, sin tratar el tema en profundidad. Todos los padres desean poder ahorrarles el sufrimiento ante la pérdida de alguien a quien amaban, pero la mayoría de ellos no saben cómo hacerlo”, explica la experta.
Tener claras algunas ideas y aspectos a la hora de cómo comunicar este tipo de noticias a los niños puede ser de utilidad a toda la familia:
Es necesario transmitir y sentir tranquilidad. Cuando uno da una explicación suele hacerlo desde su propio estado emocional. Según esté esa persona, así será la forma en la que transmita la información al niño, contagiándole de sus emociones.
“Es importante ser consciente de cómo nos encontramos nosotros mismos porque esa emoción se impregnará en el niño, así que si lo que quiero es transmitir tranquilidad debo sentirla y buscar un momento en calma”, afirma la experta.
Se debe tener en cuenta que, junto a las palabras, el pequeño también observará la actitud y el lenguaje no-verbal del adulto, por lo que tiene que existir una coherencia entre lo que se dice, cómo se dice y cómo se actúa.
No se debe temer al uso de la palabra ‘muerte’. Es habitual que esta palabra se evite siempre que se habla frente a un menor, pero es necesario normalizar su uso. Muchos niños y niñas ya saben que existe la muerte, la conocen tras haberla leído en los cuentos, visto en películas o en la propia televisión.
La mayoría de ellos conocen a alguien a quien se le ha muerto algún familiar, algún amigo o alguna mascota muy querida. Es importante que el temor a al uso de esta palabra desaparezca para de esa forma facilitar el entendimiento con el niño.
Ser sinceros y demostrar las emociones reales. “Si el niño tiene edad para entender lo que ha ocurrido no hay que recurrir a metáforas, tan sólo se debe decir la verdad”, aconseja Àngels Ponce. Es importante enfrentarse a este tipo de situaciones siempre contando la verdad y no escondiendo lo que el adulto siente o lo que ha ocurrido.
“Compartir con los niños lo que sentimos es la mejor manera de educarles emocionalmente”, explica la experta.
Debemos transmitir que llorar, estar triste es normal o echarlos de menos es normal, de esta forma le damos permiso para que expresen y las compartan con nosotros.
Adaptar los argumentos y conceptos según la edad. Los niños entenderán la muerte mediante su experiencia y madurez, por lo que es muy importante adecuar el discurso a la edad del niño.
En los casos en los que los niños son pequeños es aconsejable responder simplemente a las preguntas que ellos realicen, sin darle más explicaciones que las que ellos demandan.
“Debemos tener en cuenta que un niño de 6 años, por ejemplo, no lo necesita saberlo todo acerca de la muerte”, asegura Ponce.
Hablar con él de la persona fallecida puede ayudar a que el pequeño exprese sus sentimientos sobre lo que ha ocurrido y sobre la persona que no está, y podamos conocer más su estado emocional.
El niño puede reaccionar frente a la muerte de muchas formas, dependiendo de los factores que le influyen, no sólo la edad que tiene, sino la manera en la que se relaciona con su entorno, el nivel de entendimiento, la experiencia o el propio vínculo que le unía con la persona fallecida.