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¿Por qué no consigo ser feliz?

La culpa inconsciente es uno de los mayores generadores de infelicidad. También la obcecación por un único objetivo. Pero el bienestar está en las pequeñas alegrías, en los afectos recíprocos y en hacer lo que nos gusta.

Chica feliz / getty

Isabel Menéndez
Isabel Menéndez

El amor suele ser lo que más se desea para ser feliz, junto a la posesión de bienes. A esto suele agregarse la aspiración de ser reconocido por los demás en los logros que se llevan a cabo. Enlazado a este deseo, aparecen en nuestra mente imágenes fantásticas que solo producen sufrimiento porque no son posibles de alcanzar. El alumno perfecto, el hombre de éxito o la superwoman son personajes imaginarios que revelan la incapacidad del ser humano para aceptar su impotencia y sus carencias.

El deseo de una completud imposible conduce a la infelicidad. Una voz interna tan propia como indomable no para de criticar: ' Por qué no me había dado cuenta antes', 'es que no lo voy a hacer bien'. Esa voz proviene de lo que Freud denomino el superyó, una instancia de nuestro aparato psíquico que se encarga de sancionar lo que hacemos y cómo somos. Al comparar la imagen que tenemos de nosotros mismos con esa otra idealizada se sale perdiendo y aparece la autocrítica.

Algo que también dificulta la posibilidad de ser feliz es concentrar todos los recursos en un único objeto. La felicidad nunca surge de lo exclusivo e inmóvil, sino más bien de la distribución de los recursos emocionales en diferentes objetivos. La felicidad con mayúsculas no existe, más bien se trata de la búsqueda de pequeñas felicidades que permitan disfrutar más de las pequeñas alegrías cotidianas que de los grandes objetivos, por lo general, inalcanzables.

Amarnos tal y como somos nos da una paz interna que ayuda a ser feliz

Poner palabras

No es posible que todas las cosas anden bien en la vida de alguien, pero debemos saber que con que unas pocas importantes funcionen, nos podemos sentir felices. Felicidad en singular, incompleta, a la medida de cada uno.

Claudia se disponía a celebrar el día de Reyes con una actitud que reconocía totalmente nueva en ella. ' Merezco ser feliz y este año lo voy a conseguir'. Había trabajado durante un tiempo en un psicoanálisis algunos conflictos familiares que le impedían encontrarse bien. Se había sentido la rara de la familia, todos menos ella parecían felices o, al menos, lo fingían. Desde que su padre muriera, cuando se reunían alrededor de su madre, siempre se evocaba la bondad del desaparecido. Y no era cierto. Su padre, sin ser malo, había sido un neurótico que terminó alcoholizado, hecho negado por toda la familia con consecuencias psicológicas nefastas para el hermano de Claudia, que 'casualmente' había comenzado a beber en exceso. El alcoholismo de su hermano era otro asunto que todos fingían ignorar, quizá porque aceptarlo habría significado aceptar también el del padre y destrozar el mito de la familia feliz que habían construido. Lo que no se habla se repite, y ahí estaba su hermano para demostrarlo.

A Claudia, que es abstemia, le costó mucho aceptar el desamparo que sintió frente a aquel padre. En algún momento intentó hablar con su hermano sobre el alcoholismo de su progenitor, pero se encontró con un muro de silencio. Todos rechazaban lo que ella pretendía hacer: poner palabras a la adicción paterna para evitar que su hermano cayera en lo mismo. Incluso llegó a sentirse culpable de nombrar el problema, pues le decían que de este modo dañaba a su madre.

EVITAR ERRORES: Alcanzarás un estado de mayor bienestar si asumes que

  • El pasado no se puede cambiar, pero sí puedes cambiar la forma de verlo.

  • Te conviene aceptar tu forma de comportarte sin buscar permanentemente la aprobación de los demás.

  • Debes aprender a disfrutar de lo que te gusta. Si no lo consigues, es porque te domina la culpa. La culpabilidad inconsciente es uno de los mayores generadores de infelicidad en el ser humano. Su presencia nos induce a creer que no somos merecedores de lo que tenemos.

Abrir los ojos

La culpa consciente que sentía se enlazaba a otra inconsciente que pudo disipar en el tratamiento. Ella quería comprender lo que significaba hurgar en la historia familiar, cosa a la que nadie parecía dispuesto. Claudia acabó abriendo los ojos para aceptar que su padre, que era un hombre neurótico, no pudo hacer otra cosa. Él no fue feliz, pero ella aprendió, después de aceptar la complicada relación que ambos tuvieron, a mirar su historia de otra forma y llegar de este modo a un acuerdo consigo misma que le proporcionó una felicidad relativa. Quizá la única posible.

Ya no se sentía rara, había decidido disfrutar de lo que había conseguido en la vida. La familia que había construido nunca se basaría en la mentira o en la negación de los conflictos. Ahora sabía que solo asumiendo la verdad de la propia historia se podía llegar a ser feliz. Sus energías psíquicas, las pondría en su pareja, su hijo, su trabajo, sus amigos, y sus aficiones.

Sin miedo al miedo

Aquello que nos hace sentir mal y decidimos ignorar responde a una idea equivocada de cómo funciona el psiquismo, pues solo enfrentando nuestros miedos podremos llegar a ser felices. En caso de no hacerlo, pasamos la pelota a quienes vienen detrás, es decir, a la siguiente generación.

Ser felices hoy es posible si hemos soportado el dolor de ayer. La felicidad exige un cierto conocimiento de la infelicidad. La alegría del encuentro con alguien a quien queremos procede de saber el dolor que nos produciría su pérdida. La dicha, como el amor, se construye sobre la ausencia, sobre la certeza de que se puede perder.

La base sobre la que se apoya la posibilidad de ser feliz no se encuentra solo en nuestros éxitos y virtudes, sino en haber sido capaces de aceptar nuestras imperfecciones. Aprender de nuestros fallos, amarnos como somos, nos provoca una paz interna que favorece la posibilidad de realizar lo que deseamos. Al respetar nuestras debilidades, sabemos mejor lo que tenemos que hacer para ser felices.

La felicidad consiste en haber llegado a un acuerdo con una misma que nos conduzca a estimarnos como somos, sin autoengaños ni complacencias, sabiendo que toda conquista personal requiere un esfuerzo. Conocerse es quererse.

El superyó

  • Es la instancia psíquica que nos juzga. Sigmund Freud consideró que la conciencia moral, la autoobservación y la formación de ideales son las funciones propias del superyó.

  • Este juez puede ser protector o cruel. El protector premia nuestras actuaciones y nos avisa cuando nos desviamos de nuestros intereses. El sádico nos martiriza con un malestar que será mayor cuanto más grande sea nuestra autoexigencia. La situación empeora si el ideal a alcanzar está lejos de nuestras posibilidades.

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