La construcción de la personalidad y el aparato psíquico de un niño pasa por momentos de placer y otros de frustración. En estos últimos, el niño comienza a darse cuenta de que no todo se resuelve inmediatamente, que a veces tiene que esperar y que ha de hacer movimientos y expresar lo que quiere. La madre leerá en esas expresiones lo que el niño desea e irá, poco a poco, enseñándole cómo dominar el mundo que le rodea y atender a sus necesidades. Las frustraciones le enseñarán más y las soportará mejor cuanto mayor haya sido el placer obtenido en los primeros meses de vida.
Durante el primer año, tiene que soportar el destete y se atraviesa por lo que se ha dado en llamar la angustia del octavo mes. Todo ello mezclado con procesos tales como dar los primeros pasos e ir aceptando los límites que le son impuestos por la realidad. La aceptación de un límite implica una cierta capacidad para aceptar la frustración, que significa postergar el deseo o bien desplazarlo para buscar una satisfacción posible, adaptada a las normas culturales. En todos esos pasos que le frustran, pero que a la vez le ayudan a crecer, la sensibilidad materna tiene mucha importancia.
No conviene que los padres tengan discusiones cuando el niño quiera hacer cosas solo. Hay que mostrarle que se confía en él y transmitirle que podrá superar las dificultades. Hay que evitar acompañarle siempre, y muy cerca, cuando muestre autonomía.
Debemos aprender a no serle indispensables y enseñarle a afrontar en solitario ciertas situaciones, siempre en la medida de sus posibilidades. Si tiene miedo, no hay que criticarle o crecerá su inhibición.
Elena tenía un bebé de siete meses que hasta hacía dos semanas dormía plácidamente y se iba con cualquiera. Ahora la llamaba todo el rato y, si no acudía, tiraba lejos el chupete o el juguete que tuviera entre las manos, lo que provocaba que ella tuviera que recogerlo y dárselos una y otra vez. Por las noches también se despertaba con frecuencia y lloraba desconsoladamente. Entonces Elena lo tomaba en brazos y le decía que todo estaba bien.
Aquella tarde, había estado su suegra en casa y una de las veces que le cogió en brazos le dijo: "Ten cuidado. Si lo coges cada vez que llora, hará siempre lo mismo". "Si llora es porque algo le pasa -contestó Elena-. Y si quiere que yo esté cerca, ¿por qué no lo voy a coger? Ya irá aprendiendo cómo soportar lo que le molesta. Es muy pequeño". Elena era una madre informada y ello le había servido para sentirse más segura en relación a su bebé. Sabía por qué periodo estaba pasando el niño.
Alrededor de los ocho meses de vida (aunque puede ocurrir un poco antes o después), el bebé comienza a tener alguna actitud nueva que puede inquietar a los padres. Comienza a llorar cuando está con un extraño, se vuelve un poco miedoso, se queja y llama mucho a su madre. Su comportamiento no tiene que ver con que le duelan los dientes, que por esa época están en plena efervescencia y le molestan. Tampoco es que tenga mimos o mal carácter. Lo que le sucede guarda relación con un momento muy importante en la construcción del psiquismo humano: el bebé se angustia porque la conquista de su independencia le lleva a registrar que se separa de su mamá.
El concepto "angustia del octavo mes" lo creó el psicoanalista René Spitz, que explicó cómo los bebés se angustian cuando la cara que ven no coincide con la de la madre. Es lo que comúnmente entendemos como miedo a los extraños. La madre se ha convertido en alguien a quien ama y, al darse cuenta de que es diferente a él, advierte que se pueden separar y teme perderla.
Mostrar alegría cuando consiga logros por sí solo y se aleje de nosotros porque va a conquistar algo para él. Si no podemos sentirnos contentos, tendríamos que ser conscientes y no mostrárselo.
Reflexionar sobre cómo sentimos nosotros las separaciones y vivimos su crecimiento.
Si no se está de acuerdo con lo que va a hacer, se puede decir, pero respetarlo. Así aprenderá de la experiencia y tendrá en cuenta la opinión paterna.
En los primeros meses de vida no existe entre madre y bebé un vínculo, propiamente hablando, pues todavía no hay dos personas diferenciadas. Mientras el bebé se siente uno con su madre, también se siente seguro y en su relación con ella no existe el peligro. Se encuentra en un paraíso donde posee todo lo que necesita. Pero cuando crece y se cerciora de que su mamá es una persona separada de él, comienzan los peligros, representados por las personas que podrían separarlos.
Comienza así a adquirir un discernimiento de quién es él y quién la madre; aparece el "yo" que irá construyéndose en contraposición al "no yo". Antes no diferenciaba a familiares y extraños; ahora sí. Su mamá se puede ir y esto le produce ansiedad. La frustración de no tenerla siempre cerca irá pasando cuando compruebe que su madre siempre vuelve. Le da confianza quedarse solo porque luego la recuperará.
Durante el primer año es importante, según Spitz, que el bebé atraviese por experiencias de placer y frustración para que se vuelva activo frente al mundo.
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