Cada día muchos de nosotros documentamos nuestra vida en Facebook, Instagram, Snapchat o cualquier otra red social. La vida que no contamos, publicamos y compartimos es como si no existiera o tuviera menos brillo. Ahora un reciente estudio publicado en el Journal of Experimental Social Psychology demuestra que precisamente los que más cuentan su vida y sus experiencias en las redes sociales son los que conservan menos recuerdos de los eventos que compartieron.
La conclusión proviene de tres estudios conjuntos donde participaron investigadores de la Universidad de Princeton, que exploraron cómo la gente compartía sus experiencias y luego cuánto eran capaces de recordar al respecto. Lo que comprobaron fue que compartir fotos de un evento o de un viaje no influía en el modo en que esas personas disfrutaban o recordaban esa experiencia. Sin embargo, al cabo de un tiempo, aquellos que escribían, publicaban un vídeo y compartían sus experiencias lo recordaban todo mucho peor y cometían muchos errores en un test de memoria sobre aquellos eventos compartidos y vitoreados en las redes sociales.
Aún cuando las fotos no fueran publicadas en la redes sociales los investigadores notaban el mismo problema para recordar eventos recientemente fotografiados. Su teoría es que simplemente interrumpir la experiencia para fotografiarla y almacenarla en otro sitio es suficiente para que recordemos menos. Es lo que se llama la memoria transativa, el modo en que el cerebro divide la información que almacena –lo que decide recordar-, y lo que saca fuera para guardar en otro sitio, por ejemplo, una foto o una nota.
Antes de Internet la información se almacenaba intuitivamente entre el cerebro y fuentes externas que podían ser libros, expertos, álbumes de fotos. Dividir la información de este modo ayudaba a tener el mayor número posible de recuerdos. Por ejemplo, las parejas se dividían espontáneamente los recuerdos y así cada uno se responsabilizaba de una parte de lo que debía ser recordado.
La llegada de Internet ha producido lo que los expertos llaman el Efecto Google que nos hace almacenar muy poca información y confiar en que siempre tendremos una fuente para consultar cualquier cosa. Esta certeza parece estar afectando la memoria. Del mismo modo, con la llegada de los smartphones y las redes sociales conseguimos un nuevo sitio donde almacenar nuestros recuerdos, y aunque es cierto que los llevamos encima en nuestros dispositivos, lo que realmente recordamos es muy poco y mucho menos de lo que conseguíamos retener hace unos años.
Este efecto, dicen los científicos está asociado a otro efecto de Internet, conocido como FOMO, o miedo a perderse algo. Es esa sensación de que tienes que estar en todas partes y al mismo tiempo, una sensación agobiante y que se asocia con un sentimiento de insatisfacción vital y una caída en picado del estado de ánimo.
Además, y es lo que demuestra este estudio, si eres la que más recuerdos compartes en Instagram, probablemente seas la que menos disfrutas del momento y la que más cosas pierde de la experiencia real. Incluso las personas que en el estudio decían que sí estaban disfrutando y se sentían satisfechos mientras compartían sus fotos también se estaban perdiendo algo de la experiencia original al distraerse para grabarla o fotografiarla.
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