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Las personas que dudan de todo sufren una actitud paralizante que les impide avanzar. Con frecuencia, preguntan una y otra vez qué hacer a la gente de su entorno. Esa duda es la expresión de sus propios miedos: a elegir, a perder algo, a equivocarse, a fallar, a no ser perfecto... Tras esos temores se ocultan deseos inconscientes como querer tenerlo todo, pues elegir implica renunciar a algo. Cuando la duda alcanza tal grado que impide la toma de decisiones, se anula también la capacidad de disfrutar de lo que deseamos. En tal caso, nos hallamos ante un síntoma que, si es muy extremo, puede señalar una neurosis obsesiva.
La persona que, tras una duda patológica, elige, suele pensar que ha escogido la opción equivocada. Para ella, siempre será mejor lo que ha perdido. El indeciso ignora que, si no elige, está escogiendo mantenerse atado a una posición infantil en la que es el otro quien resuelve y decide por él, como sucedía cuando era un niño. Esa posición infantil se mantiene porque se ha quedado adherido a las primeras figuras de su vida, de las que no puede separarse para convertirse en un adulto.
La indecisión es la peor de las decisiones, porque es el inconsciente el que toma el control para sustentar la fantasía de que se puede tener todo. Fijado e inmóvil, el vacilante es incapaz de tomar la vida en sus manos para hacerse propietario de sus deseos más vitales. No se hace responsable de su vida, que deja en manos de los otros. La maduración psicológica que conduce a la autoestima nos obliga a renunciar a la posición infantil y omnipotente, donde todo nos era dado y no teníamos nada que resolver.
Aquellos que pueden tomar decisiones sin sentir angustia se caracterizan por haber alcanzado una subjetividad firme y una maduración psicológica adecuada.
Toman partido por lo que consideran justo y no temen aceptar compromisos con los otros.
Reconocen la opción que han elegido como la mejor. Si se equivocan, aceptan sus errores y las críticas.
Disfrutan del presente y no temen al futuro. Confiar.
Elena se sentía libre. Hasta hacía poco, trabajaba en algo que no le gustaba y veía pasar su vida como una espectadora desganada. Tampoco encontraba pareja, aunque había tenido un par de relaciones cortas. Fue preciso que una depresión le impidiera casi levantarse de la cama para acudir a una terapia psicoanalítica y comenzar así a romper con esa tendencia que le estaba impidiendo decidir lo que de verdad quería.
Elena había permanecido inconscientemente atada a su padre por el deseo imposible de paliar una carencia infantil. Primera de tres hermanos y la única chica, desde el principio se convirtió en el mayor apoyo de su padre, un hombre frágil y ausente, al que Elena trató de complacer porque así suponía que él sería más fuerte y la elegiría como la preferida.
En su fantasía inconsciente, Elena suponía que elegir pareja e irse con un hombre era traicionar a su padre. Tuvo que renunciar a su deseo de ser su único apoyo para romper la adherencia que tenía a ese primer objeto de amor. Durante el tratamiento, comenzó a preguntarse: “¿Qué es lo que me hace sentir mal? ¿Decido por lo que quiero o por lo que piensen los demás? ¿Qué me gustaría tener? ¿Qué tengo que dejar?”. Antes, no se hacía preguntas sobre lo que deseaba. Tenía la sensación de que nunca había resuelto nada por sí misma. La vida actuaba y ella se sometía a esas resoluciones. Había vivido encorsetada por el deseo de los otros, dedicada a hacer lo que los demás esperaban de ella y no lo que ella quería para sí misma. Ahora había decidido comenzar a estudiar diseño y salir con un compañero de trabajo que le gustaba bastante.
La indecisión y el temor a decidir van asociados a una gran inseguridad personal. Quien duda de continuo no se fía de su opinión, ni de su propio criterio. Una voz interna le habla de lo que está perdiendo al escoger una cosa en lugar de la otra y se bloquea. El resultado final es que no elige o bien alarga todo lo que puede la decisión para intentar que otro la tome por él.
Los síntomas que caracterizan a esta neurosis descrita por Freud son los rasgos compulsivos, las ideas obsesivas, como contar baldosas y una serie de actos ceremoniales a los que se confiere el poder de conjurar acontecimientos.
La neurosis obsesiva conduce a inhibiciones del pensamiento y de la acción. Se establece una lucha entre el “yo” y las ideas inconscientes. La persona intenta desplazar las energías afectivas hacia ideas alejadas del conflicto emocional.
Hay dudas razonables que conviene tener antes de tomar grandes decisiones. Ahora bien, cuando la vacilación entre una cosa u otra se convierte en una actitud permanente, es porque estas dudas son el reflejo de otras más íntimas.
Nuestra vida está plagada de decisiones, algunas son fáciles y otras más complejas. Conviene pensar antes de decidir y aceptar que, si nos estamos equivocando, también se puede aprender del error: la próxima vez que nos encontremos en una situación semejante será más fácil.
En cualquier caso, lo mejor de tomar tus propias decisiones es que acabarás contando con una experiencia nueva que enriquecerá nuestra vida emocional. Finalmente, decidir significa crecer y enfrentarse a posiciones infantiles en las que todo lo decidían por nosotros. Quien teme exageradamente equivocarse todavía no ha descubierto que de nuestros errores es de donde más aprendemos.
Una exigencia interna demasiado alta puede hacer que se amplifiquen demasiado tanto los errores y como los aciertos. Conviene revisar ese grado de exigencia y relativizar nuestras acciones para rebajar el miedo a equivocarnos.
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