Durante las últimas décadas, hemos asistido a un cambio en la condición social de la mujer. Si en la generación de nuestras abuelas el hombre era el encargado de trabajar fuera de casa para aportar los ingresos necesarios a la economía doméstica, ahora hay muchas mujeres que, además de cumplir esa función, siguen dirigiendo la vida familiar.

Reconocerse influyente por el trabajo que se tiene, por lo que se aporta en la familia y por las relaciones que se han podido construir fuera de ella, es importante tanto para el hombre como para la mujer. Ahora bien, ¿sabemos disfrutar de ese poder conquistado?

¿Qué nos pasa?

  • La relación de pareja viene predeterminada por la historia afectiva de cada uno de sus miembros.

  • Cuando la mujer domina en aspectos importantes de la relación es porque se ha identificado con alguien que también posee rasgos dominantes.

  • En esta dinámica de relación, puede que la mujer desvalorice a su pareja y él la idealice demasiado.

  • Si él la coloca a ella como la fuerte y no puede hacerse cargo de su virilidad, se convierte en un niño que solo quiere una madre que lo domine.

La forma de vivir las conquistas conseguidas puede ser muy diferente de una mujer a otra, como les sucede a Inés y su amiga Elsa. Inés se sentía orgullosa de sí misma porque había conseguido llegar a un puesto de mando muy bien remunerado. Estaba casada, tenía dos hijos y cuando llegaba a casa, a veces un poco tarde y cansada, se dedicaba a revisar con los niños sus deberes y a escuchar lo que le contaban. Luis, su pareja, hacía tiempo que se había quedado sin trabajo y se ocupaba de los pequeños. Cuando se quedaba solo en casa, hacía lo que más le gustaba: pintar. De hecho, estaba pensando en montar una escuela infantil de pintura.

Luis valoraba mucho lo que Inés hacía, pero ella también apreciaba la disposición que él tenía para hacerse cargo de bastantes aspectos domésticos. Por ello no entendía que su amiga Elsa, que se encontraba en una situación semejante, estuviera tan insatisfecha con su vida. Inés ignoraba que el marido de Elsa no se ocupaba en absoluto de las cuestiones de orden doméstico y que sus horas en casa las dedicaba al ordenador. He ahí una situación parecida, pero afrontada por cada pareja de forma diferente.

Mandar sin dominar

Inés estaba identificada con un padre fuerte, que no había hecho distinciones entre su hija y su hijo a la hora de valorar sus logros. Luis, por su parte, apreciaba las conquistas de su mujer y no se sentía “menos hombre” porque ella tuviera un trabajo bueno. Elsa, sin embargo, tenía una madre que había sido ama de casa y le recriminaba que le dejara tanto a su nieta. Además deslizaba con frecuencia la idea de que su yerno era un vago.

Reconocerse influyente en el trabajo y en casa es importante para ambos.

Elsa se había sentido cerca de su padre, pero tenía un sentimiento de culpa inconsciente (y que por tanto desconocía) al suponer que, de algún modo, había arrebatado a su padre el único valor viril (el de trabajar). Elsa llevaba la batuta con culpa. Su pareja, a su vez, se sentía poco válido y apenas tenían relaciones sexuales. Por todo ello, Elsa pensaba a menudo en la separación; la temía, pero a la vez la deseaba.

¿Qué podemos hacer?

  • Aprender a llevar la batuta sin dominar al otro, con un estilo que le tenga más en cuenta.

  • Reflexionar sobre qué puede estar pasando si, después de conseguir poder económico, social y familiar, no se está satisfecho.

  • Si nos sentimos fuertes, pero observamos que la pareja se ha alejado de nosotras, sería saludable hablar sobre lo que está pasando.

  • Valorar lo conseguido sin culpa. Pasamos con los hijos y la pareja el tiempo que podemos; tenemos límites y reconocerlos nos hace mejores.

Cuando la mujer siente culpa por haber conseguido poder en el ámbito laboral puede inconscientemente castigarse, cargándose de labores también en la casa, además de no disfrutar de lo conseguido.

Por su parte, algunos hombres pueden sentirse poco válidos si no tienen tanto poder económico como la mujer. Dejan que sean ellas las que manden, pero desciende su deseo sexual porque identifican esa potencia con el poder económico. Los que no miden su virilidad por el dinero y no creen que el campo domestico pertenezca solo a la mujer pueden seguir sintiendo deseo por mujeres fuertes.

Algunos hombres admiran a las mujeres con poder, pero no las desean.

Hay dos maneras de llevar la batuta en la vida: defendiendo y valorando lo que una hace, sin necesidad de minusvalorar a la pareja; o utilizando ese poder para dominar al otro y sentirse superior. Tener capacidad de mando no significa ser dominante. Esta idea pertenece a un modelo patriarcal caduco, que asocia la virilidad al poder social y económico. Su utilización para dominar a la mujer solo muestra una falla en la virilidad. Los hombres que lo hacen temen a la mujer fuerte, porque la asocian a la imagen infantil de una madre omnipotente que todavía permanece en su psiquismo y les hace sentirse como niños.

En unos estudios sobre género, dirigidos por la psicoanalista Mabel Burin, se percibió en algunos casos la falta de deseo sexual por parte de algunos hombres hacia su compañera cuando ella ostentaba mayor poder económico y se ocupaba de las responsabilidades familiares. Si bien ellos podían admirarla, sentían dificultades para desearla como mujer. Según estas investigaciones existe una asociación entre el mayor protagonismo social y económico masculino y la potencia sexual. Cuando los roles tradicionales se invierten, la mujer obtiene una posición de mayor dominio, pero lo paga con una carencia erótica.

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