En el complejo mundo de adolescentes en el que vivo inmersa ha aparecido un nuevo tema tabú: la tierna infancia. Mis hijos púberes, afectados de acné juvenil y en plena etapa de "aprenda usted a afeitarse/depilarse solo/a" de pronto ponen el grito en el cielo si pretendo contar algo de cuando eran unos niñitos adorables, graciosos y tremendamente dependientes.

El periodo afectado, según he podido observar, comprende desde el mismo día de su nacimiento hasta aproximadamente los ocho o nueve años. Es decir, hasta el primer despertar de sus propios gustos e inclinaciones. No es que les agrade mucho que cuente lo que hacían con nueve o 10 años, pero en la medida en que lo recuerdan pueden llevarme la contraria (nuevo deporte nacional en mi casa) y salirse con la suya aunque no tengan razón.

Mención aparte merecen las narraciones de su nacimiento. Nunca he sido aficionada a los relatos épicos de partos, pero de vez en cuando, en fechas propicias, surge el tema. Horror. Solo imaginarse en el trance de nacer ponen cara de asco (bueno, igual tienen razón en eso). Si cuento sus primeros minutos en el mundo, mientras el médico les desanudaba el cordón umbilical del cuello, o mientras Isabel, la comadrona, les ponía el primer examen de su vida, que superaron con nota mientras estrenaban sus esfínteres y sus vejigas con gran entusiasmo, si lo cuento, digo, me llevo la bronca del siglo. Cómo es posible que les ridiculice así, qué necesidad tengo de recordar algo tan asqueroso, por qué siempre tengo que contar lo mismo.

No me acostumbro a este sentido del ridículo tan acusado de que hacen gala mis hijos. Los bebés les horrorizan. Y no hay nada más lacerante para ellos que recordar que no hace tanto —en realidad no hace nada— ellos mismos fueron un bebé. Cuidado, padres y madres. Reservaos el temita hasta dentro de, pongamos, 10 años.

Mis volubles

De los adolescentes me gusta casi todo, pero detesto su volubilidad. Hoy les gusta la lasaña y mañana les da náuseas. Hoy quieren pantalones cortos y mañana no los quieren ver ni en pintura. Hoy quieren llamar a una amiga y mañana no quieren ni verla ni saber de ella. Y nosotros, los adultos, aquí, tan estables.

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