Durante el curso escolar, todas las mañanas se reproduce la misma escena: “¡Deprisa, deprisa, que no llegamos!”. Las tazas del desayuno, la ropa, las carteras, todo se convierte en fuente de angustia, en una carrera diabólica. Pero las prisas no terminan ahí. Nuestra apretada agenda diaria también afecta a los niños: exceso de trabajo, afán por llegar a todo... Por el lado infantil: actividades extraescolares e invitaciones de amiguitos que nos convierten en chóferes perpetuos. Y, al final de la jornada maratoniana, cuando volvemos del trabajo, no tenemos tiempo para interesarnos, salvo superficialmente, por lo que los niños han hecho durante el día. Cena, cama y vuelta a empezar.
¿Por qué no te planteas este verano como el momento perefcto para pisar el freno? Es lo que propone el slow parenting, un movimiento surgido en Estados Unidos hace una década. Pone de relieve cómo nuestras cargadísimas agendas pueden acabar afectando al desarrollo de nuestros hijos, que se convierten, a su vez, en mini-yoes estresados por los horarios y el exceso de tareas extraescolares. Según el estudio El estrés, un problema de hoy en el mundo infantil –realizado por la doctora Concepción Iriarte, de la Universidad de Navarra– hasta un 40% de los niños tiene problemas de estrés. Agresividad, trastornos del sueño y de aprendizaje, dificultades para concentrarse, decaimiento, desgana son algunos de sus síntomas.
“El slow parenting no significa vivir la vida como un caracol: plantea ser padre de otro modo, más tranquilo y benévolo, lo contrario a la superexigencia y las actividades constantes. Así lo define la coach y periodista francesa Nathalie Desanti, que acaba de publicar Y un día… decidí hacer la tortuga. Cómo el slow parenting cambió mi vida” (ed. Horay), todavía no traducido en España. Se trata de mantener unas reglas, pero disminuir la presión y compartir momentos sencillos. Estar presentes de verdad. Ser padres conscientes. Es el mindfulness aplicado a la relación con nuestros hijos y a nuestra forma de ser padres. “Podríamos traducirlo, precisamente, por educación consciente . Y la base es el amor, que nuestros hijos sepan que les queremos de forma incondicional. Que estamos orgullosos de cómo son”, explica la psicóloga Angels Ponce, coautora, con Miguel Gallardo, de Enséñame a ser feliz (ed. Now Books)- También es experta en talleres de mindfulness para padres de niños con discapacidad. “El slow parenting es parte de ese movimiento social que trata de tomarse las cosas con más calma mientras nos bombardean constantemente con información”, explica Alejandra Rojas Marcos, especialista en trastornos de ansiedad, depresión y estrés, y autora de La familia. De relaciones tóxicas a relaciones sanas (Grijalbo). Pero, ¿cómo enfrentarse a la vida acelerada? ¿Cómo pausar la rueda? “Requiere un enorme esfuerzo y muchos padres se sienten frustrados”, responde Rojas Marcos. “Quizá es necesario tomar una decisión sobre cómo queremos plantearnos el día a día. La vida está llena de cambios y es de por sí estresante. Se trata de aprender a gestionar el tiempo un poco mejor, tomar una serie de pequeñas decisiones, como levantarnos un poco antes”.
El estrés produce niños sobreestimulados, sin tiempo para sentir, que no saben aburrirse, ni perderse en su imaginación, en su creatividad; que no son capaces de desarrollar un espíritu de iniciativa propio, algo esencial para su desarrollo. Pero podemos minimizarlo. “La clave es tratar de adaptarnos al tiempo de nuestros hijos –indica Àngels Ponce–. Es verdad que no es fácil ser madre o padre. Tenemos nuestro rol y eso implica unas responsabilidades. Pero hay que buscar momentos para esa vivencia plena con los hijos. Las vacaciones son un buen momento. Lo importante es disfrutar del tiempo del que disponemos, media hora, 20 minutos... Poco a poco vas haciendo más espacio para disfrutar de ellos. Y no hay que olvidar que es más importante la calidad que la cantidad. No es culpa nuestra si no podemos conciliar”.
Hay varios enemigos de esa relación consciente entre padres e hijos. Uno es la sobreprotección, por miedo o por exceso de celo, que impide a los pequeños ser conscientes de sus recursos, algo esencial para su maduración. “La disciplina no está reñida con esta consciencia –señala Angels Ponce–. Porque educar significa poner límites y un niño sin limites es un niño desorientado”. El otro obstáculo para ejercer un slow parenting es el exceso de expectativas. Y aquí entra un problema cada vez más frecuente en las familias: el exceso de actividades extraescolares. “Hay que preguntarse si nuestros hijos las necesitan y, si es así, cuáles –continúa Ponce–. Es bueno que hagan una en la que se diviertan, que sea artística, de juego, y en la que puedan aprender de una manera más libre y abierta”. Y Alejandra Rojas Marcos añade: “ Los niños no están jugando en el colegio, están aprendiendo y necesitan descansar. Hay una competitividad muy fuerte respecto a las notas, pero muchos padres no tienen en cuenta las capacidades de sus hijos”.
Y esto va unido a la necesidad de respetar su ritmo. Muchos padres quieren que sus hijos obedezcan de inmediato cuando les piden que hagan algo. Pero es posible que el niño, en ese momento, se encuentre absorto en el juego o la lectura, y que la orden paterna caiga sobre ellos como la hoja de una guillotina. “Cada uno de nosotros tiene un ritmo interno y hay que saber escucharlo y respetarlo”, asegura Rojas Marcos.
Gestionar los horarios. Añadir o quitar 15 minutos puede suponer una gran diferencia y nos permite calcular los tiempos con holgura.
Tener relojes en la casa para que todo el mundo aprenda a gestionar su tiempo (conviene que no sean los de los móviles).
Poner límites al uso de las pantallas.
Comer de forma equilibrada y, al menos una vez al día, en familia.
Elegir mejor las batallas, que no todas sean estresantes.
Entender que cada actividad tiene su tiempo y hay que concentrarse en ella.
Dejar el móvil a un lado en lugar de quitarles el suyo. Los padres son el ejemplo.
Dejarse llevar a la hora de jugar con ellos. Observar, preguntar, comentar.
Crear un espacio libre de obligaciones, durante el fin de semana o en vacaciones.
Los padres perfectos no existen. Instagram no es la vida real.
Y hay otra realidad que ha dado forma a las nuevas relaciones familiares: la del hijo único, nacido de un embarazo tardío o tras muchos tratamientos de fertilidad, en el que se concentran todas las expectativas porque se espera que sea perfecto. “ Un hijo no es un sueño cumplido, es una persona independiente con su propia personalidad y nuestra tarea como padres es acompañarles para que sean autónomos. Tener altas expectativas es algo peligroso y puede llegar a ahogar a un niño”, explica Ponce.
La clave está en buscar el equilibrio entre “hacer” y “no hacer. “Es importante simplificar, pero eso no significa romper con todo. Es reajustar las actividades de forma realista –indica Alejandra Rojas Marcos–. Hay cosas que se pueden cambiar y cosas que no. La clave es reconducir nuestros horarios y empezar el día 15 minutos antes para tener unas mañanas menos estresantes. Algunas personas necesitan cierto tiempo para despertar y ponerse en marcha (puede que nuestros hijos lo necesiten, hay que observarlo). Se trata de no caer en el bucle de lo que debería ser y no es”.
Por eso el slow parenting sugiere explorar nuevas actividades, ser creativos, estar en contacto con la naturaleza y alejados de las pantallas. Pero no hay que ser perfeccionista. Hay padres que se sienten incómodos comiendo todos en la mesa. Otros confiesan que se aburren, que el tiempo con sus hijos les parece tiempo perdido. Pero las cosas son más sencillas. “Estar con ellos significa observar con una mirada curiosa, no poner normas, sino amoldarnos a su manera de jugar. Explorar con ellos, dejar que el niño dirija el juego”, indica Angels Ponce.
El manual de uso es la pura intuición, y los planes pueden consistir, sin más, en pasear, escuchar música, observar las hojas de los árboles. O hacer un bizcocho. Para eso es bueno crear rituales: noches de cine (y debate posterior) en familia, largas cenas sin móviles a base de pizzas elaboradas entre todos...
Esto nos permitirá conocer mejor a nuestros hijos: su temperamento, su ritmo, sus gustos, lo que les hace felices... Y, sobre todo, nos ayudará a ver que lo importante es que se conviertan en las personas que van a ser, no en la que nos gustaría que fueran. Para el slow parenting, el objetivo de la educación no es el éxito, sino la felicidad, que construyan tranquilamente su vía en la vida. Este acercamiento hace posible también que los niños tengan una relación fluida con sus padres y que puedan contarles problemas como una mala nota o el rechazo de sus amigos.
Y ¿qué pasa cuando llega la pubertad y los hijos no quieren estar con los padres? “Es importante cultivar esos momentos en la infancia, y eso hará que florezcan en la adolescencia”, dice Àngels Ponce. Ellos tenderán a concentrarse en sus pantallas, pero hay que insistir una y otra vez en poner límites que nos afecten también a nosotros. Así haremos de verdad que se sientan parte de la familia.
Hay un factor destructivo que va más allá de la prisa diaria y que tiene que ver con un estilo educativo muy dañino. El entorno familiar es el primer escenario de nuestra vida y debería darnos, sobre todo, estabilidad y valores como la empatía, el saber compartir, la generosidad y el derecho a decir no, a poner límites y a poder expresarse. El estrés tóxico es aquel que crea la agresividad, los gritos y un apego inseguro, en el que se hacen muchos comentarios y críticas humillantes. Suele ocurrir en familias con padres con problemas de autoestima, ansiosos, con tendencia a la depresión, con dificultad para crear vínculos y problemas con los límites y la asertividad.
20 de enero-18 de febrero
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