El coronavirus ha trastocado toda nuestra vida. Ha afectado nuestra forma y condiciones de trabajar, pero también a la forma en que nos relacionamos. En tiempos de distancia social, el sentido del tacto está a la baja, a pesar de que tocarnos de forma afectiva no solo es necesario para la salud, sino que lo deseamos desesperadamente. Y este deseo tiene un nombre de lo más poético: hambre de piel.

El fenómeno fue bautizado con tan sugerente nombre por Tiffany Field, fundadora de The Touch Research Institute (Instituto de Investigación del Tacto) de la Universidad de Miami. Esta científica investiga los efectos de la terapia táctil, el yoga, la música o la aromaterapia sobre la salud. Field ha demostrado que los masajes tienen efectos muy positivos sobre los seres humanos. Entre otras cosas, facilitan la ganancia de peso en los bebés prematuros, ayudan a mejorar la atención, alivian los síntomas de depresión, reducen el dolor y los niveles de cortisol (la hormona del estrés) y mejoran la función inmune.

"Cuando tocas la piel se estimulan los sensores de presión debajo de esta y envían mensajes al vago [un nervio en el cerebro]. A medida que aumenta la actividad vagal, el sistema nervioso se ralentiza, la frecuencia cardíaca y la presión arterial disminuyen y las ondas cerebrales se relajan. También disminuyen los niveles de hormonas del estrés como el cortisol", ha explicado Field en la revista "Wired". Además, el tacto también libera oxitocina, la hormona que segrega el organismo mientras practicamos sexo o durante el parto. Su función es la de unirnos.

Caricias innatas

El tacto se activa nada más nacer. De ahí la recomendación de colocar al recién nacido sobre el vientre o el pecho de la madre, piel con piel, en un gesto íntimo y protector. Sobra decir que la piel es un órgano ultra sensible. En un adulto, tiene una extensión de dos metros cuadrados y cuenta con cinco millones de terminaciones nerviosas. Solo la yema del dedo acumula unos cien receptores táctiles. Además, el área dedicada a este sentido es una de las más grandes del cerebro.

Toda la carga hormonal y los efectos beneficiosos a nivel biológico que sentimos con el tacto hacen que prácticamente al instante nos sintamos mejor y más seguros. Por eso un abrazo, una caricia o apretar la mano con ternura puede ayudarnos a sobrellevar mejor una situación de miedo o estrés.

Llegados a este punto, te estarás haciendo la pregunta contraria: la falta de contacto físico, ¿es perjudicial para la salud? Pues, sí, puede llegar a serlo. Durante el confinamiento algunas personas han tenido que enfrentarse a una situación de soledad forzosa. Pero la ironía es que, precisamente, esa falta de contacto humano les ha hecho más vulnerables frente al virus.

Según explica la doctora Field, el tacto es esencial para la función inmune, ya que reduce los niveles de cortisol. Pero cuando estos aumentan, la hormona del estrés mata a un tipo de glóbulos blancos cuya función es acabar, precisamente, con los virus. Field ha demostrado que el contacto humano hace aumentar los niveles de este tipo de células protectoras en pacientes con VIH y cáncer. Y eso sin contar que, además, el cortisol reduce los niveles de serotonina, la hormona que regula los ciclos del sueño, por lo que el insomnio se ha convertido en un indeseado compañero para las personas que han pasado solas el confinamiento.