Después de la policía de balcón llega a Twitter la policía de la mascarilla: miles de comentarios de gente enfadada porque algunos ni respetan la distancia social ni cumplen con la norma de llevar mascarilla. No es la primera vez (y seguro que no va a ser la última) que la polémica rodea a las mascarillas. Al principio el problema fue el desabastecimiento y que si no recomendación para la población general. Después llegaron las celebrities empeñadas en mostrarnos en Instagram mascarillas tan caras como ineficaces. Ahora, meses más tarde, seguimos empeñados en ir monos aunque la llevemos puesta ( hasta se han diseñado accesorios cuquis para colgar las mascarillas mientras terraceamos ) y hay gente, bastante, que ni se la ponen. ¿Hemos entendido algo de lo que supone llevar mascarilla? ¿Somos tan egoístas como sugiere la policía de Twitter?
La relación entre el egoísmo y las mascarillas se fragua desde el primer momento que entró en nuestra vida el coronavirus. No era extraño desde los primeros días ver en Twitter cuentas de profesionales de la salud, como Gemma del Caño (@farmagemma), que al mismo tiempo que ofrecían información fiable sobre estos dispositivos rebautizaban a algunas de ellos como mascarillas “egoístas”.
Hasta la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos emplea esa etiqueta para referirse a las mascarillas con filtro (N95, FFP2 o FFP3) que todos los profesionales médicos y Sanidad no aconsejan a la población que usen… pero lo hacen. ¿Por qué son considerados estos dispositivos egoístas? Pues porque impiden que la persona que los lleva se contagien… pero si están infectados por el virus no impiden la diseminación del mismo. Son las mascarillas que contagian a los demás.
Una de las lecciones que aún no han aprendido algunos sobre el uso de las mascarillas (y que tienen muy claro en sociedades más acostumbradas a su uso, como por ejemplo Japón o Corea), es que las mascarillas sirven, primordialmente, para proteger a los demás. Por eso el Ministerio de Sanidad aconseja a la población general usar las mascarillas higiénicas o, como mucho, las quirúrgicas.
Las mascarillas higiénicas no son un producto sanitario ni un EPI y se tienen que usar combinadas con el resto de medidas de protección de contagio del coronavirus: distancia social y lavado frecuente de manos con agua y jabón. Para que sean efectivas y no contagien a los demás deben cumplir las normas UNE 0064 y 0065 y su eficacia de filtración bacteriana debe ser igual o superior al 90-95%.
La información está ahí, disponible en Twitter, en internet, en la televisión… Pero aún así hay gente que se decanta por las mascarillas más caras y que pueden esparcir el virus a su alrededor… eso cuando no se niegan directamente a usarlas. ¿Qué nos lleva a tomar este tipo de decisiones en plena pandemia mundial?
El psicólogo Steven Taylor ha definido varios perfiles e ideas que pueden llevar a una persona a decidir si se pone una mascarilla o no y qué tipo de mascarilla escoge. Están los que valoran su libertad por encima de todo, los mismos que se ofenden cuando el estado regula que no se fume en un espacio público o que hay que llevar cinturón de seguridad en el coche. También los que consideran que no están en riesgo, que no es para tanto o que odian mostrarse vulnerables.
Ambos perfiles corresponden a gente psicológicamente más egoístas que ninguna mascarilla fabricada hasta la fecha. Las personas que solo piensan en sí mismos o que niegan la gravedad de la situación que estamos viviendo, en realidad, son incapaces de soportar la tensión de no tener el control, de sentirse vulnerables: antes de convivir con la ansiedad o enfrentarse a ella prefieren pensar que el problema es de los demás y que no les puede afectar. Un mecanismo de defensa mental que pone en riesgo su salud… y la de todos.
20 de enero-18 de febrero
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