vivir

¿Nos va a convertir la pandemia en hikikomoris? Los peligros de una sociedad en la que creemos estar interconectados cuando en realidad estamos solos

Todos estamos expuestos a sufrir las consecuencias del confinamiento y la situación de pandemia actual, que restringe nuestra vida y no nos deja socializar de forma convencional. Pero hay un grupo de personas a las que posiblemente no les afecte en absoluto porque ya vivían encerrados en sus casas. En Japón les han puesto nombre: son los hikikomori.

D.R.

Marita Alonso
Marita Alonso

La entrada en vigor del estado de alarma aumentó las consultas psicológicas online un 200%. Sin embargo, hay un grupo de personas que no van a sufrir estos estragos, pues desde mucho antes del estado de alarma se retiraron de forma voluntaria del contacto social y pueden incluso a llevar años sin abandonar sus hogares (en los que probablemente graban vídeos mientras limpian la casa para subir a TikTok ). En Japón ya hay medio millón de ellos. Hablamos de los hikikomori, un término acuñado en 1998 por el psicólogo y profesor de la Universidad de Tsukuba Tamaki Saitō en su libro Hikikomori: Adolescence without End.

El nacimiento de los hikikomori, que en España conocemos como “ síndrome de la puerta cerrada”, se debe al pinchazo de la burbuja financiera e inmobiliaria japonesa en los 90, por lo que son las épocas de crisis los detonadores del fenómeno. Mucho se ha hablado acerca de quienes durante el confinamiento, perdieron las ganas de socializar y salir a la calle y cayeron presos del síndrome de la cabaña, que habitúa al cerebro a la sensación de seguridad que el hogar garantiza. Quien y más y quien menos en algún momento del confinamiento le encontró el encanto a ser un ermitaño, aunque por supuesto, un ermitaño hiperconectado que en ocasiones valora más el wifi que las ventanas.

Por más que la evidencia científica señale que el teletrabajo incrementa la productividad, al otro lado de la balanza se encuentra un 60% de incremento de horas extra y la necesidad de saber gestionar la soledad para poder sobrellevarla. Si antes la oficina era para algunos un lugar al que daba absoluta pereza ir, emerge ahora una nostalgia que idealiza el lugar de trabajo en un evidente anhelo de lo analógico.

Internet ha creado un nuevo espacio social alternativo que se ha convertido en el salvador de la soledad y la hiperconectividad se ha esforzado por trazar una nueva normalidad que de normal tiene más bien poco. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, señaló que el tráfico de Internet creció un 80% durante el estado de alarma a causa del teletrabajo y de todas las ofertas de entretenimiento a distancia. Lo que quizás no estemos teniendo en cuenta es que por más que el cottagecore ha hecho del campo un apetecible paraíso, el teletrabajo desde determinadas zonas rurales no es factible, y prueba de ello es que el compromiso del Gobierno en su Agenda Digital es ofrecer conexión de 100 MB para el 100% de la población en 2025.

Hasta entonces, Netflix, Zoom y TikTok suenan lejanos, y no podemos olvidar que los motivos socioeconómicos son responsables de que la escolarización de cientos de miles de niños se haya complicado a tenor del coronavirus al no disponer de conexión a internet o de los dispositivos necesarios. Parece que el cottagecore nos ha hecho olvidar que el mundo campestre ha sido embellecido por una pátina de irrealidad idealizada y que la realidad es bien diferente, una razón de más por la que el fenómeno hikikomori gana cada día adeptos. Al fin y al cabo, en el mundo virtual, la realidad puede ser manipulada.

Mientras tanto, los que tenemos la suerte de resolver problemas laborales a través de videollamadas, de consultar inquietudes de salud con nuestro doctor a través de la telemedicina y de subir innumerables stories al día para contar a nuestros seguidores lo mucho que pese a todo nos aburrimos, creemos que la hiperconectividad en la que nos hallamos nos mantiene unidos a nuestros seres queridos.

El problema es que en algunos casos no nos estamos dando cuenta de que amparados por la comodidad que ofrece la pantalla, estamos olvidándonos de las bondades de la socialización física. En una reunión de Zoom entre amigos intentamos ser los más ocurrentes y prácticamente hablamos mediante titulares, conscientes de que en el momento en el que los participantes estén un minuto en silencio, alguien se apresurará dar la cita virtual por terminada.

Aunque no haya mucho que hacer fuera de ella, tenemos tantas opciones de entretenimiento en las plataformas de las que disponemos que perder el tiempo en reuniones que no nos divierten parece no merecer la pena. A Zoom le pedimos lo mismo que a Netflix: entretenimiento escapista. Las relaciones, por tanto, se banalizan y terminamos por saberlo todo del influencer de turno, pero no de nuestros amigos.

Por descontado, la digitalización de nuestra vida trae consigo ventajas, y cuando todo vuelva a la normalidad, adoptaremos parte de las nuevas costumbres, esas que merman el contacto real. El problema es que nos hemos acostumbrado a que desde las reuniones digitales hasta los aperitivos por Zoom con los amigos se enmarquen dentro de una falsa perfección maquillada que proviene de las redes sociales, donde las fotos de los desayunos parecen salidas de revistas especializadas y las pieles han terminado por ser tan impolutas que casi han perdido sus cualidades humanas.

Si realmente vamos a depender tanto de las redes y de internet, hemos de trabajar la forma en la que nos comunicamos para evitar pasarnos los días pendientes de lo que hacen miles de personas cuya opiniones y vidas conocemos, pero a los que las nuestras no les importan, y aprender a gestionar el uso de las redes sociales. El mundo virtual favorece la comunicación al ser perfecta para gestionar la timidez y las inseguridades que el mundo real presentan, pero, para huir del fenómeno hikikomori, hemos aprender que fuera de nuestra zona de confort casera es donde están las verdaderas oportunidades. El coronavirus nos ha hecho temer el exterior, pero a lo que realmente hemos de perderle el miedo es a lo que está en nuestro interior, y no hay filtros para eso.

20 de enero-18 de febrero

Acuario

Con el Aire como elemento, los Acuario son independientes, graciosos, muy sociables e imaginativos, Ocultan un punto de excentricidad que no se ve a simple vista y, si te despistas, te verás inmerso en alguno des sus desafíos mentales. Pero su rebeldía y su impaciencia juega muchas veces en su contra. Ver más

¿Qué me deparan los astros?