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¿Estrés positivo? Tenerlo no es malo, incluso se puede convertir en tu aliado: he aquí el por qué

Si te hace avanzar, adaptarte mejor y responder ante situaciones complicadas, por supuesto. Pero tienes que saber gestionarlo para evitar que te bloquee.

¿Qué harías si te dijeran que tener estrés es algo positivo? ¿Que incluso te puede ayudar a ser más creativo en tu trabajo o más sociable en tu día a día? Seguramente te echarías las manos a la cabeza y pensarías que es una locura. Y en cierto modo tu reacción es normal, ya que tendemos a satanizarlo. El 71% de los españoles reconoce sufrirlo, según datos de un estudio elaborado por Cigna Corporation, y a día de hoy sigue siendo el gran mal de las sociedades occidentalizadas. Sin embargo, no todos los expertos lo ven así. Ese es el caso de la psicóloga estadounidense Kelly McGonigal, que puso el mundo patas arriba cuando dio una charla TED bajo el sugerente título –y no exento de polémica– Cómo convertir al estrés en tu amigo que acumula millones de visitas y genera numerosas discusiones. McGonigal afirma que lo que es realmente perjudicial para nuestra salud no es el estrés, sino la creencia de que el estrés es malo. La psicóloga sostiene que en el momento en el que cambiamos nuestra opinión sobre este fenómeno podemos cambiar también la respuesta de nuestro organismo.

El estrés nos activa, prepara nuestra mente y nuestro cuerpo para emplear esa energía extra en nuestro beneficio”.

La pregunta que habría que hacerse entonces es si existe un estrés bueno y uno malo, uno que te ayuda a ser más sociable, más productivo, y otro que te provoca taquicardias, problemas cardiovasculares e, incluso, la muerte. Según Julia Vidal, psicóloga experta en ansiedad y estrés, y directora de Área Humana Psicología, en los últimos años se ha hablado mucho de estos dos tipos de estrés y algunos autores diferencian entre estrés bueno (“eustrés”) y malo (“distrés”).

“En realidad, el estrés siempre es bueno ya que es adaptativo, pone en marcha nuestros recursos, nos da energía... Pero cuando la respuesta de estrés es intensa y mantenida en el tiempo, deja de ser bueno y comienza a ser poco funcional, agotando nuestra mente y nuestro cuerpo con consecuencias negativas”. Por ejemplo, tener que dar una charla en público puede resultar estresante, pero hay quien lo verá como una oportunidad para la promoción laboral, frente a quién simplemente se sentirá incapaz de superarlo.

Instinto animal, instinto social

Otro de los motivos que señala Kelly McGonigal en su libro The upside of stress: Why stress is good for you, and how to get good at it, es que cuando estamos en una situación estresante liberamos oxitocina, la hormona que afina los instintos sociales de nuestro cerebro, nos hace anhelar el contacto social y mejora la empatía. A nivel físico, eso también tiene efectos positivos, puesto que con la oxitocina los vasos sanguíneos se relajan y las células cardíacas se regeneran. Y todo ello se intensifica todavía más con el contacto social y el apoyo de las otras personas.

“Somos seres gregarios, por lo que tiene sentido que nuestros instintos sociales se afinen al enfrentar situaciones de estrés, para fomentar contar con el apoyo de otros. Esto es adaptativo porque nos ayuda a resolver la situación y a sentir que podemos compartir eso que nos pesa”, señala Julia Vidal, para quien la tesis de McGonigal es muy interesante, ya que “ transformar una amenaza en un reto favorece abordarlo de forma más inteligente”. Y nos pone un ejemplo que nos puede servir de reflexión: “Imagina que tienes que entregar un proyecto importante la semana que viene. Si confías que tienes los recursos necesarios para completarlo a tiempo, es probable que vivas esa semana con estrés, pero sin malestar. El estrés nos activa, prepara nuestra mente y nuestro cuerpo, por lo que podrás emplear esa energía extra para tu beneficio, completar la tarea y sentirte satisfecha y realizada. Sin embargo, si percibimos que no tenemos los recursos para afrontar la situación, la lectura que hagamos nos puede llevar a sentir malestar, esa activación que en el ejemplo anterior nos daba un empujón, ahora nos genera malestar físico, problemas de sueño y pensamientos constantes sobre la imposibilidad de acabar a tiempo”.

El factor genético

Otro dato que conviene tener en cuenta cuando se habla del estrés y de cómo podemos convivir con él es que no le afecta por igual a todo el mundo. Incluso hay quien es capaz de gestionarlo tan bien que no le produce efectos negativos, sólo convive con el bueno. Esto se debe a que nuestra genética tiene un papel fundamental en el comportamiento y el sistema nervioso de algunas personas es más “sensible” a ello. Ante la misma situación, el organismo puede generar más o menos cortisol, hormona implicada en el estrés. Así lo cree Esther Jiménez, psicóloga y experta en Gestión Emocional en el Centro Área Humana Psicología, para la que “tener los mismos hábitos de vida es una parte pero, como estamos viendo, son muchos los factores implicados en el estrés, desde la biología y nuestras hormonas, la interpretación del hecho potencialmente estresante, los recursos que tenemos y los aprendizajes de cómo afrontarlo”.