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La ficción televisiva muestra diferentes formas de superar los sinsabores de la oficina, que en The Office se alivian rompiendo la cuarta pared y en Mad Men, a golpe de Martinis y nicotina. Sin embargo, la serie Industry ha hecho de las drogas, que sus protagonistas consumen como caramelos, flores de Bach con las que sobrellevar la ferocidad de un entorno laboral en el que solo puede sobrevivir el más fuerte. La meritocracia, el presentismo y la despiadada competitividad perpetúan un relato que normaliza la hostilidad laboral.
“La realidad, y es algo que reflejan algunas series, es que quienes tienen éxito son los que se centran en sus objetivos, tienen claras sus metas y dicen que no a lo que les aleja de ellas. No suelen ser personas sumisas que obedecen a todo lo que les pide su jefe o sus clientes –explica Elisa Sánchez, psicóloga experta en salud laboral y directora de Idein–. Sin embargo, existe la cultura y la creencia de que un buen trabajador es el que hace muchas horas, está siempre disponible y prioriza el trabajo ante otros aspectos de su vida”.
Esa es, precisamente, la dañina cultura que promueve la ficción televisiva. “A partir de ahora, no tendréis tiempo para vuestros amigos y vuestra familia. Esa es la vida que estáis eligiendo; brutal, malévola, deprimente y despiadada”. Este discurso sirve a Annalise Keating, la abogada y profesora protagonista de la serie de la serie Cómo defender a un asesino (Netflix), para explicar a sus alumnos lo que la vida jurídica les aguarda. Ninguno decide abandonar. El mensaje es claro: para triunfar en el trabajo, has de trabajar mucho, vivir poco y beber... más. Desde Alicia Florrick (The Good Wife) a Olivia Pope (Scandal), las adictas al trabajo de la pequeña pantalla han convertido al vino en uno más de la plantilla y guardan en sus mesas de trabajo botellas y archivadores.
El que el salón de casa se haya convertido en la nueva oficina no ha mitigado la sobrecarga laboral. Según los datos del segundo trimestre de la Encuesta de Población Activa de 2020, en España se han trabajado más de 7,2 millones de horas extraordinarias por semana, un máximo de la serie histórica del registro. “Efectivamente, uno de los principales problemas de productividad y de salud son las horas extras, que en ocasiones se asocian al presentismo. Hay trabajos en los que son imprescindibles unas horas de permanencia en el puesto, y hay momentos puntuales en los que es necesario realizar horas extras. Sin embargo, si el líder del equipo identifica los plazos y las capacidades de cada persona para distribuir el trabajo de forma adecuada y equitativa, los trabajadores no tendrían que hacer frecuentemente horas extras”, advierte Elisa Sánchez.
Pero el presentismo no es el único villano de la oficina. El auge de la meritocracia, explica Michael J. Sandel en La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común? (Debate), genera una complacencia nociva a los triunfadores y hunde a los que pierden. El profesor de Filosofía propone que, al valorar el éxito, se tenga en cuenta también el papel de la suerte. “Muchas venden la idea de que los resultados dependen solo de ti y de tu esfuerzo, por lo que cualquier persona, independientemente de su origen, puede triunfar. Por mucho que se esfuercen, no todos podrán conseguir cualquier cosa. Aunque hay quienes vencen las dificultades con esfuerzo, no creo que sea sano extrapolarlo a todas las situaciones”, asegura Elisa Sánchez.
El excesivo amor por el trabajo también es ensalzado por las redes. Es aquí donde hemos de diferenciar lo que implica ser un workaholic, término acuñado en 1971, y lo que supone pertenecer a la cultura del hustler, un clásico entre los millennials que promueve el trabajo sin descanso y del que alardean con hashtags como #lovemyjob. Mientras que Elon Musk, magnate de Tesla y Space X, asegura en Twitter que “ Nadie ha cambiado el mundo trabajando 40 horas a la semana” (él recomienda duplicar la cifra), Jason Fried y David Heinemeier Hansson, autores de Reinicia: borra lo aprendido y piensa la empresa de otra forma (Empresa Activa), rechazan el concepto de empresa como familia y la normalización de las horas extras. Quizás haya llegado el momento de asumir, de una vez por todas, que sale más rentable ser dueños de nuestra vida que el empleado del mes.