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¿Sabes qué dicen de ti (en realidad) las fotos que subes a Instagram?

Las redes sociales muestran feeds repletos de fotos y vídeos personales (a veces, incluso, excesivamente íntimos) en busca del mayor número de likes y comentarios posibles. Pero, ¿sabrías decir qué se esconde tras las bambalinas de Instagram? Seis expertos nos ayudan a descubrirlo. ¡Que empiece el espectáculo!

Desfile de Dolce & Gabbana. Haz clic aquí para descubrir quiénes son las influencers más importantes de la década/getty

Desfile de Dolce & Gabbana. Haz clic aquí para descubrir quiénes son las influencers más importantes de la década / getty

Marita Alonso
Marita Alonso

El primer acto comienza con una confesión: hace años, hablábamos de la generación selfie con cierto desdén. ¿Acaso jamás has dirigido una mirada burlona a quien pone morritos a su móvil o a quien prefiere hacer una foto a su plato antes que comérselo? Ahora somos conscientes de que, al subir a Instagram el libro que leemos o dar me gusta a una fotografía, formamos parte de una sociedad instagrameada e instagrameable. Hoy hay más de 50.000 millones de fotos en esta red social y, como señala Lev Manovich en Instagram and contemporary image, capturamos “experiencias concretas” diseñadas para ser mostradas.

Instagram ha cambiado tanto el guión de nuestras vidas que, en ocasiones, no sabríamos decir si preferimos el sabor de una buena noticia o la explosión dopamínica resultante de compartirla. La sociedad de las redes ha liberado a la presuntuosidad de su estigma y le ha enseñado a sobrevivir. Aunque el confinamiento parecía destinado a borrar la magia de una red social que se nutre de viajes, restaurantes y fiestas, aprendimos a bañar de filtros el aburrimiento y la cotidianeidad. “Hay tanto contenido que, para sacar una cantidad de “Me gusta” o nuevos seguidores, ya no basta con vivir cosas sorprendentes o sacar la foto más buscada en Bali. Ahora lo puedes hacer desde tu casa, bailando de forma sensual el último tema de trap. Lo curioso es que esa carrera por la fama no para nunca. Cristiano Ronaldo querrá seguir siendo el más seguido en el mundo y cualquier usuario de a pie deseará alcanzar la cantidad de followers de su compañero de trabajo”, sentencia Phil González, autor del libro Instagram y todos sus secretos (Anaya Multimedia).

Esos bailes, pero también los entrenamientos caseros y los trucos para hornear pan , hicieron que el uso de redes sociales aumentara un 72% en el confinamiento, según Global Web Index. Este dato no sorprende a Antonio Cano Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés y catedrático de Psicología de la U. Complutense. “Necesitamos la aprobación, el contacto y la ayuda de los demás. Un remedio para afrontar los problemas es el apoyo social, y aquí entra en juego la calidad de las redes sociales que tengamos”, explica. “Nos permiten encontrar a personas afines y que favorecen la hiperconexión”, añade Sergio Magán, consultor de marketing digital. Nuestra sociedad, forzada al distanciamiento, ha generado nuevos lazos virtuales.

Sonrisas atrapa-likes

Al aplaudir la actitud de millones de Narcisos y abrazar el éxito social, hemos convertido la felicidad en objeto de deseo. Aunque algunos influencers y personajes públicos se atreven a hablar de sus problemas y traumas en las redes, a los ciudadanos de a pie se nos castiga por hacer de Instagram un diván. Como asegura el doctor Christopher Hand, experto en ciberpsicología, cuantos más detalles y experiencias negativas compartimos ( sadfishing se llama este comportamiento), menos simpatía despertamos. Las redes castigan a quien no finge la sonrisa. “Observamos a personas tendentes al narcisismo que suben todo lo que hacen, leen y beben, pero que no suelen contar sus problemas o sus fallos. Que compartan solo lo positivo nos hace creer que viven una vida que, en realidad, no es tan maravillosa”, explica Antonio Cano Vindel.

“Facebook hizo perder el miedo a la exposición, pues en teoría se trataba de un entorno seguro en el que solo podían ver las publicaciones los amigos y familiares. Con la proliferación de redes, los usuarios se han acostumbrado a compartir más instantes sin filtros”, explica Fátima Martínez, profesora de Marketing Digital y Social Media. “ El motor de las redes es el deseo de vivir lo que viven otros. Y la virtualización hace que cada vez compartamos más con menos reparo”, apunta Magán. “Las redes nos permiten expresarnos y conocer gente, pero también generan un enganche de consumo sin complacencia, potenciado por su perfil social, pues es un incentivo de los administradores para buscar formas con las que la gente se enganche y con las que promocionar los contenidos que se monetizan”, advierte Javier de Rivera, sociólogo del Grupo de Investigación Cibersomosaguas (UCM), al recordarnos que en las redes, la cultura y las poses actúan también con intereses económicos.

Tus fotos a juicio

¿Compruebas a cuánta gente ha gustado la última fotografía que subiste a tus redes? Cuando la elegiste, ¿lo hiciste porque te gustaba o porque creías que gustaría a los demás? “La cultura de masas busca audiencias. Afecta a la plataforma con algoritmos, pero también a los usuarios que piensan en si su contenido va a gustar. Nos sumerge en la subjetividad de hacer cosas para buscar audiencia”, explica Javier de Rivera. “Hacemos contenido esperando gustar al que lo va a recibir. Crear cosas interesantes para nuestro público es parte imprescindible de la relación que creamos en las redes sociales. También lo hacen los influencers que, aunque fieles a sus valores y a su línea editorial, buscan crear contenidos que agraden a quienes van a consumirlos”, matiza Raquel Recolons, profesora de EAE Business School.

Por más que creamos que nuestras fotografías son únicas, algunos patrones han moldeado nuestra mirada. “ Las publicaciones que triunfan son las más auténticas: las que conectan 100% con quién las publica y demuestran los valores de quien las crea”, sentencia Recolons. “El problema es que el contenido que se comparte está más enfocado a tratar de adivinar lo que puede gustar a los demás que a quienes lo producen –advierte Andrés Pérez Ortega, asesor de estrategia personal–. Se crean contenidos para contentar a Google. Uno deja de ser uno mismo y de comunicarse con su estilo para utilizar palabras, imágenes y mensajes que van a conseguir (presuntamente) que los números sean más grandes en función de un algoritmo. Hay cierta obsesión por destacar, pero al final parece que todo el mundo trata de hacer lo mismo que quienes tienen éxito”. No le falta razón: la cuenta @insta_repeat recoge cientos de imágenes casi idénticas procedentes de usuarios de todo el mundo. La trampa radica en que muchas están acompañadas de palabras como “autenticidad”.

Compartimos selfies o lo que vamos a comer para sentirnos más unidos, pero también para degustar el chute de dopamina que se dispara cuando tienes éxito.

Las redes nos ayudan a sentirnos conectados, halagados y especiales cuando, en tantísimas ocasiones, adoptamos una fórmula concebida por emulaciones y algoritmos. Compartimos selfies (que en Instagram reciben un 38% más de likes que las demás categorías), el cartel de la película que vamos a ver o lo que vamos a comer (una imagen de un simple huevo tomada por el fotógrafo Sergey Platonov tiene más de 50 millones de “Me gusta”) para provocar reacciones y sentirnos más unidos, pero también para degustar el chute de dopamina que se dispara cuando tu contenido tiene éxito.

En realidad, en esta representación digital, la trama principal es una historia de amor: la de nuestro ego e Instagram. Lo ideal sería mostrar nuestra verdadera cara, pero esta obra romántica emula lo que ocurre en las citas: cada uno muestra una versión idealizada y deseable con la que conseguir un beso... que en las redes, se compone a base de likes.

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