"He pasado cinco años en estado larvario y sé que esta noche da comienzo una nueva etapa de mi vida. Voy a necesitar grandes esfuerzos de adaptación, superar algunas fobias, muchas frustraciones y dudas y, sobre todo, una pesada incertidumbre”. Las palabras de Beatriz Montañez en Niadela (Errata Naturae) son perfectas para describir lo que tantos sienten ante el fin del estado de alarma. Algunos, como Nicholas Christakis, sociólogo, médico y profesor de Yale, vaticinan fiestas sin control, pero otros adolecen achaques asociados al choque cultural inverso que acompaña a los emigrantes que regresan a su tierra.

“El reajuste puede ser complicado, porque no nos ha dado tiempo a adaptarnos a la propia pandemia”.

Al abandonar la burbuja, comprobamos que el miedo que nos acechó en el confinamiento ahora forma parte de nuestra mochila. Según el CIS, un 15,8% de los encuestados tuvo ataques de ansiedad durante esa etapa. “El mensaje de que salir a la calle era una amenaza y adoptar normas relacionadas con la distancia de seguridad y con la forma de relacionarnos han provocado una incidencia elevada de casos de ansiedad, trastornos depresivos, adicciones o problemas de pareja o familiares”, explica María Hurtado, coordinadora y psicóloga clínica de AGS-Psicólogos Madrid. El cerebro necesita entre 15 y 20 días para reestructurarse ante los cambios, lo que se llama plasticidad cerebral. Tras una etapa en la que el hogar ha sido una cabaña de seguridad, nos enfrentamos a otra para la que necesitamos un reajuste. “Puede ser complicado, porque no nos ha dado tiempo a adaptarnos a la pandemia. En el último año, los cambios en las rutinas han sido continuos. Cuando nos adaptábamos, venía otra cosa, bajo el contexto de la incertidumbre, la inconsistencia política y un distanciamiento social que ha provocado el desamparo en muchas personas –dice Elena Guerrero Garijo, psicóloga de la clínica Blue Healthcare–. Volver al punto de origen solo es posible desde la confianza, respetando los tiempos de adaptación, resolviendo los miedos latentes que la pandemia ha exacerbado, buscando apoyos y aprendiendo a salir de la falsa idea de control que necesitamos los seres humanos”.

Cómo regresar sin miedos

El concepto del síndrome de la cabaña, también conocido como síndrome de la reentrada, del que tanto hablamos el pasado verano, fue acuñado en los años 60 por John y Jeanne Gullahorn. Los psicólogos observaron que los que habían estado fuera de casa durante un largo periodo de tiempo experimentaban altibajos adaptativos. ¿Cómo podemos reconectarnos con nuestra identidad social? “Deberíamos hacer un ejercicio de reflexión de cómo éramos con los demás antes de esta experiencia. Qué personas eran y han sido importantes siempre en nuestras vidas, de qué manera nos relacionábamos con ellas, qué nos unía y cómo eran los planes e intereses comunes que nos acercaban. Y, poco a poco, ir aproximándonos a esos hábitos del pasado”, recomienda María Hurtado.

Cate Blanchett en Dónde estás, Bernadette / d.r.

“Hemos de encontrar el balance de uno mismo entre el interior y el exterior. El miedo y la ansiedad llegan desde fuera. Y a veces son necesarios y parte de nuestro instinto de supervivencia, pero como en la vida nos inclinarnos hacia uno o hacia otro, la calma se recupera encontrando el equilibrio. ¿Cómo? Recordándonos qué es real y qué estamos construyendo. La realidad, la verdad, siempre es normal, entraña normalidad. Tratar de averiguar qué es real, honesto y verdadero en nuestros miedos y ansiedades, aferrarnos a ello y dejar que lo demás se disuelva, y lo hará, porque la mentira es débil frente a la verdad y termina por desaparecer o consumirse”, indica Beatriz Montañez. “No podemos permitir que la ansiedad, que está determinada por anticipaciones de pensamientos catastróficos, nos guíe. Tenemos que aprender a vivir el presente, mantener el autocuidado con sentido común, ocuparnos de lo que está en nuestras manos y soltar lo que no lo está, socializar y buscar puntos de apoyo”, explica Elena Guerrero Garijo.

Al final, el secreto para afrontar esta rentrée radica en unificar la normalidad del exterior con la de nuestro interior. Como asegura Beatriz Montañez, que tras cinco años de soledad volvió a lo que llamamos normalidad al publicar Niadela, “la normalidad está en nosotros, o al menos así debería de ser. Este sería el estado esencial, para que cuando lo exterior deja de serlo, nos apartemos y cobijemos en el interior, donde la normalidad compensa y nos calma”. En resumen, nuestra cabaña siempre está en nosotros. Lo complicado es saber cuándo echar la llave y cuándo dejar la puerta entreabierta sin miedo a que algo se escape para no volver.

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