Esta sociedad nos ha grabado a fuego en la mente que debemos valernos por nosotros mismos y que pedir ayuda es un signo de debilidad, lo que tiene una base de arrogancia y orgullo muy perjudicial para nuestro desarrollo. Porque, si en algún momento no puedes con todo, intentas por todos los medios no pedir ayuda y, si la pides, t e sientes mal, débil, humillada. En contra de lo que pensamos, pedir ayuda es un acto de valentía que indica que tienes mucha seguridad en ti misma, porque reconoces tus limitaciones, algo que tenemos todos aunque intentemos ocultar, y no te sientes inferior al mostrarlas. Sí, no puedo con todo, ¿y qué? Y es que se nos pide que sepamos de todo, que seamos independientes, tanto económica como emocionalmente, y que tiremos del carro ante cualquier adversidad. Pero, ¿qué pasa si no puedes más? ¿Qué ocurre si la situación te supera? Que te sientes menos válida.

Pedir ayuda cuando se necesita es un acto de humildad y valentía, pero no sólo eso, sino que aprendes a depositar tu confianza en otra persona rompiendo así con tus prejuicios. Al pedir ayuda estamos reconociendo explícitamente que no somos más que nadie y que necesitamos de los demás, al igual que no nos sentimos por encima de la otra persona si tenemos que prestarle nuestra ayuda. El reconocimiento de que existen circunstancias en las que necesitamos que alguien nos acompañe y nos ayude a afrontar nuestras dificultades nos hace más humanos, más cercanos a las demás personas.

Pedir ayuda no debería verse como un fracaso ni como un modo de dependencia o inferioridad. Tiene más que ver con el reconocimiento de las propias limitaciones, la humildad y la valentía, atreviéndonos a quitarnos la coraza ante alguien y diciendo: te necesito. ¿A ti no te gustaría poder ayudar a esa amiga que se encuentra mal? ¿No te sentirías bien ayudándola a salir del pozo? ¿La considerarías inferior o débil? Entonces, ¿por qué te aplicas todos esos adjetivos a ti misma?

Pero esa incapacidad de solicitar la ayuda de otros cuando se necesita puede ser muy peligrosa en situaciones en las que nuestra salud mental está en juego. Al entender que deberíamos ser capaces de superar nuestros problemas por nosotros mismos, ni siquiera valoramos la posibilidad de acudir a un profesional porque lo entendemos como un fracaso, lo que puede agravar nuestros problemas. Cuando te rompes una pierna no te la entablillas tú misma y sigues adelante, pero si sientes que algo no va bien en tu mente o tu estado de ánimo, nos cuesta un triunfo acudir a un psicólogo.

Libérate de esos tabúes y aprende a mostrate imperfecta, tal cual eres, tal cual somos todos. Eso te librará de las ataduras que te has ido construyendo tú misma y generará unos lazos de confianza con las personas a las que has solicitado ayuda que te harán un gran bien a nivel emocional. Sé valiente, pide ayuda.