Relaciones
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Así como hace unos años era impensable el divorcio en una edad avanzada, con el paso del tiempo comienza a verse como una nueva tendencia, conocida como divorcio gris, de plata o de diamante. Estamos hablando de la decisión de separar sus caminos de manera legal más allá de los 50 años, incluso por encima de los 60, y es algo más común de lo que se suele pensar.
El número de divorcios en España ha disminuido con el paso de los años. Según datos del INE, en 2022 hubo alrededor de 84.000 divorcios, en comparación con los 118.000 de 2008 y la edad media de las personas que se divorcian sigue situándose entre los 40 y los 50 años según las cifras más recientes.
Pero por contra, el cómputo de rupturas en edades tardías, después de una larga convivencia, va en ascenso: en 2021, el 27,6% de los divorcios sucedió en mayores de 50 años mientras que en 2013, esa cifra era del 17%, diez puntos menos. En términos generales, la tasa de divorcio entre personas mayores de 55 años ha aumentado en un 50% entre 1990 y 2010.
En esta etapa es más probable que ya no existan ciertas cargas como la hipoteca o la necesidad de criar a unos niños pequeños. Si a esto le sumamos el empoderamiento de la mujer y que la esperanza de vida en España supera los 83 años, según el INE, el resultado es que divorciarse superados los 50 comienza a verse como un resurgir de la vida.
No se trata de una decisión tomada a la ligera, ya que este tipo de rupturas se suceden después de una larga vida juntos. Pero que sea larga, no significa que haya estado exenta de problemas. En la mayoría de los casos, estas parejas arrastran problemas desde hace muchos años, pero en su momento se fue posponiendo la decisión de romper el vínculo por las responsabilidades compartidas.
Los motivos pueden ser muchos, pero destaca el deseo de disfrutar de los años que le quedan a cada uno que, debido al aumento de la esperanza de vida, pueden ser muchos. Y, por supuesto, como en un divorcio a edades más habituales, también pueden surgir terceras personas por el camino.
Cuando eso ocurre, las diferencias entre hombres y mujeres comienzan a ser notables, ya que ellas tienden a romper el vínculo mientras que ellos son más tendentes a mantener una doble vida. De hecho, según las estadísticas, en un 60%-70% son ellas quienes toman la decisión de divorciarse.
Pero existen muchos condicionantes que pueden dificultar la idea de tomar caminos separados y el factor económico es uno de los más importantes. Bien es cierto que las mayores cargas como la hipoteca o el cuidado de los hijos ya no es un problema, pero puede seguir existiendo una dependencia económica de una parte de la pareja que hace más complicado tomar la decisión.
En estos casos, las leyes suelen proteger a la parte más desfavorecida, concediéndole una pensión compensatoria vitalicia o el uso de la vivienda habitual ya que, por la edad de las personas implicadas, no es posible que ninguno de los dos retome su vida laboral para asegurarse su propio sustento.
Además de los factores económicos, también existen condicionantes sociales, puesto que al llevar tantos años de vida común, lo habitual es que también se compartan los mismos círculos y al no tener acceso a una vida laboral, la posibilidad de ampliar estas redes también se reduce.
Y aquí es cuando también entran en juego las dificultades emocionales, con el miedo a la soledad como principal protagonista. Además, este nuevo cambio puede generar ciertas emociones difíciles de gestionar, como la preocupación excesiva por el otro, ya sea por cariño o por costumbre, y la ansiedad ante un futuro incierto.