A la sombrilla

Amelia cruza las piernas y le dedica un mohín: "Gracias, encanto". Él no se da por aludido y continúa repartiendo tintos de verano. "Que sieso. Será gay", dice ella...

Pina Graus Madrid

Estoy con mi amiga Amelia, cerveza en mano, debajo de unas enormes sombrillas que Ceferino, en un arrebato innovador, ha colocado en su terraza. "¡Son horrorosas!", masculla. En el fondo, estoy de acuerdo, pero contesto: "Pero dan sombra, ¿no?".

Se ríe detrás de sus gafas de sol, que a mí me parecen tan desmesuradas como las sombrillas, y proclama: "El diseño es importante, Pina. Es como tener sed y que te traigan agua en un botijo." "¿Qué pasa con los botijos? ¡No hay agua más fresca!", replico. "Sí, pero la boina, el botijo y el tigre de Bengala van camino de la extinción. Dos cañas más, por favor", afirma mientras se dirige al atlético camarero, que al momento vuelve con las cervezas y unas aceitunas.

La boina, el botijo y el tigre de Bengala van camino de la extinción

Amelia cruza las piernas y le dedica un mohín: "Gracias, encanto". Él no se da por aludido y continúa repartiendo tintos de verano. "Que sieso. Será gay", dice ella. La miro con estupefacción. "Si un hombre no se fija en ti, ¿es gay? Deberías ir a un psicólogo".

Se quita las odiosas gafas y musita: "Ya lo hago. Voy tres veces a la semana". "No lo sabía. ¿Qué te pasa?", pregunto más suave.

"Nada especial: que me casé con un imbécil. Y nos divorciamos". "Pues si era un imbécil, tanto mejor", opino yo. Ella canturrea: "Por eso estoy aquí. Entre el calor y el hastío pensé tirarme al vacío". Ante mi cara añade: "No te preocupes, vivo en un bajo. Y cambiando de tema, ¿sabes algo de Alfredo?".

El camarero se acerca con dos copas y señala al fondo: "De parte del caballero, están invitadas". Amelia se pone de nuevo las gafas y sonríe hacia el caballero. "¿Es atractivo, no? ¿Nos está mirando?", insiste ella. Como soy miope, entorno los ojos y murmuro: "No sé. Pero, ¿no querías saber de Alfredo?". Vuelve en sí y se lamenta: "Alfredo, ¡estaba loca por él! Seguro que ahora tendrá 10 hijos", añade riendo.

"Pues ha debido dejar las criaturas en casa, porque ahí está hablando con el camarero", digo sonriendo. Se levanta de golpe y exclama: "¡Que coincidencia! ¡Alfredo!". Él se acerca a nuestra mesa: "Hola Pina. ¡Amelia estas fantástica!", exclama. Mi amiga se lanza a preguntarle cosas sin parar y al cabo de un rato me vuelvo "invisible". 2¿Que a qué me dedico? Acabo de abrir un estudio de cerámica en el pueblo", explica él. "¡De cerámica! Qué interesante. - aplaude ella- ¿Y qué haces exactamente?". "Algo nuevo; botijos en cerámica", contesta él.

Ella se reclina en su silla, como si una nave espacial hubiera aterrizado en la plaza y murmura: "Botijos. Nada mejor para la sed".

Alegando una repentina excusa me levanto. Ellos dicen "sentirlo", aunque es evidente que lo que sienten es alivio.

Mientras me alejo, le escucho susurrar a ella: "¿Está cerca tu estudio? Me encantaría ver esos botijos".

Paso al lado de la mesa del "caballero" al salir. Se quita las gafas de sol y señala la silla contigua con un gesto de interrogación. Tiene los ojos claros y un aire inteligente. Me siento a su lado con una sonrisa.

Ilustración: Maite Niebla.

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