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Seguramente se pondrá, como su antecesora "Cincuenta sombras de Grey", en el número uno de la taquilla española. El cóctel cinematográfico es irresistible: un guapísimo Jamie Dornan y una historia de pasión y sexo que promete escenas de alto voltaje. Nada que objetar, en principio, a los ingredientes: las historias erótico-amorosas han sido objeto del cine desde el principio de sus tiempos. El problema es que esta que nos plantea 'Cincuenta sombras' no parece de este siglo, sino del pasado. La parafernalia del bondage y la retórica de la dominación es más vieja que el hilo negro. Acumula más polvo en los 'sex shops' que la caja de los adornos de Navidad en mi casa.
'Cincuenta sombras' se entendería mucho mejor si, en vez de dos veinteañeros, fuera protagonizada por dos casi sexagenarios. La revolución sexual que predica tiene más que ver con la que nuestros mayores no hicieron que con la que tienen entre manos sus nietos. ¿Por qué no contrataron a Richard Gere y Julia Roberts para interpretarla?. En realidad, el folclore de azotitos y esposas que propone la cinta refleja más el deseo de reavivar una relación añeja de un par de cincuentones que de revolucionar la de dos veinteañeros. Mientras los jóvenes más inquietos se plantean hoy la utilidad de la pareja de dos como único destino, 'Cincuenta sombras' insiste en el objetivo final de la pareja tradicional, pero con disfraz de cuero. Ridículo.
La juventud 'millenial' e incluso la llamada generación Z enfrenta un panorama sexo-afectivo que poco tiene que ver con el de los nacidos antes de los 80. Más que distraerse con prácticas como el BDSM light que 'Cincuenta sombras' propone como subversión máxima, cuestionan las reglas mismas de la sexualidad socialmente aceptada. Por ejemplo, la mitad de l jóvenes británicos no se definen como 100% heterosexuales. La sexualidad se entiende como un proceso cada vez más fluido. Sintomáticamente, a medida que el sexo ocupa más espacio social como ingrediente de casi todo (cine, tele, publicidad...), ellos lo postergan cada vez más. Como si estuvieran saturados. Ni le dan tanta importancia ni lo persiguen desaforadamente. Por primera vez en la historia, los jóvenes de hoy practicarán menos sexo que sus padres y sus abuelos.
Al final, a la saga de 'Cincuenta sombras' se le ve el cartón, hecho a medida de E.L. James, una señora de 53 años que ha volcado en su best séllers los deseos y frustraciones propios de una señora de su edad bastante convencional. Por eso resulta tan perverso que no sean sólo sus coetáneos los que atiborren los cines, sino también los jóvenes, a los que se suministra una ración de ideas tan viejunas que dan hasta risa. Colocar a dos actores tan jóvenes a interpretar una historia tan antigua resulta un timo tan efectivo como el 'tocomocho': es tan descarado que picas. Y lo peor es que muy pocos terminan sintiéndose estafados.
Hay otras objeciones significativas que ponen de manifiesto este desfase generacional en la propuesta de 'Ciencuenta sombras'. La socióloga Eva Illouz ha analizado la saga como un manual de “erotismo de autoayuda para mujeres mayores de 30”, aunque yo diría que más bien mayores de 40, al menos. Illouz explica que expresa la nostalgia de las generaciones que crecieron creyendo en los estereotipos de los masculino y lo femenino que dictaban que ellos serían fuertes y protectores y ellas, víctimas y desvalidas. Ahora que ellos desisten de interpretar el papel de príncipe salvavidas, ellas (las mujeres que creyeron el cuento), les echan de menos.
Además, Illouz explica cómo la saga de 'Cincuenta sombras' propone un mundo de reglas y obediencia (incluso en el sexo) en un momento en el que estas son cada vez más líquidas, se cuestionan y abren un panorama de libertad que las generaciones mayores encuentran más difícil aceptar. En realidad, la protagonista persigue el amor romántico, el amor tradicional, un concepto crecientemente retado en un nuevo contexto amoroso en el que el amor ya no es estable ni tiene una fórmula fija, sino que se construye en un modo variable de modos cada vez más difícil de parear. De alguna forma, 'Cincuenta sombras' le dice a las parejas que si practican este BDSM para las masas rescatarán su pareja de la incertidumbre. Como sucede con casi toda la autoayuda, la receta no funciona porque falla el diagnóstico. El fin del amor tal y como lo conocíamos no es tanto un “problema” individual, como un síntoma social.
Otro punto de vista interesante lo plantea la escritora Laura Freixas, quien también percibe el talante viejuno de una saga que compara con las novelitas de Corín Tellado. Para Freixas, resulta un absurdo que la película proponga como protagonista a una joven sin más ambición que enamorarse de un hombre con poder, precisamente ahora que las mujeres jóvenes lo pretenden. La escritora señala con humor cómo habrá “señoras” que se busquen hombres como Grey y terminen viviendo con quien no les deja salir ni vestir ni vivir libremente, pero sin helicópteros, pianos de cola ni chóferes. Al final, lo peor, lo más arcaico y pobre de la saga es que propone el dinero y el poder como factores de seducción. Algo por lo que las mujeres seguimos estando dispuestas a cambiar nuestros deseos y libertad. Las mujeres que se están haciendo hoy ya no quieren chamarilear nada para conseguir relevancia, influencia y prestigio. Pretenden conseguirlo por sí mismas. Sin someterse ni al amor ni a nada.