vivir
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Pongámonos en situación: la cena, la botella de vino casi vacía y un restaurante en el que, oh milagro, no atruena el ajetreo de camareros, el hilo musical o los gritos de las otras mesas. Y, lo mejor: tu cita te gusta. Es el momento de ser una misma y, también, de venderse un poco. Hablas, hablas y hablas y la conversación se te va un poco de las manos. Sin mucho pensar, una cosa lleva a la otra y, como quien no quiere la cosa, te encuentras hablando de sexo. Atención, amiga conductora.
Un reciente estudio publicado en la revista 'Personality and Social Psychology Bulletin' demuestra que el primer desencadenante de la actividad sexual son las palabras. De hecho, la prueba más evidente de que estamos interesadas en mantener relaciones sexuales con la persona con la que hablamos es, precisamente, que estamos hablando de sexo. De lo que hemos hecho, de lo que hacemos o de lo que nos gustaría hacer o que nos hicieran. Si nos mantenemos en el territorio de las generalidades, hay más espacio para la ambigüedad, pero si hablamos de nuestras experiencias, está claro: nuestra cita nos gusta, y mucho.
Al contrario, claro está, también funciona. Si nuestra cita nos cuenta enseguida cualquier particularidad sexual, menciona como que tal cosa sus preferencias o nos cuenta que no ha podido dormir pensando en la cena-cita, eso es que está interesada en continuar la conversación en circunstancias más ligeras de ropa. Tener claro que es un indicador de interés sexual no solo es útil si todo conduce a la cama de alguno de los dos, sino también para poder rechazar delicadamente a nuestra compañía. Al desviar la conversación rápidamente, indicamos al otro que el deseo sexual no corre en ambas direcciones. Sin dolor ni explicitar los rechazos, aún cabe una posibilidad de que surja una bonita amistad.
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