Cuando una pareja se separa, necesita un tiempo para elaborar lo que ha perdido. Al principio, la tristeza es inevitable. A ella suele añadirse la rabia hacia el otro, si nos ha dejado, o la culpa, si hemos sido nosotros los que promovimos la ruptura. Después de una separación, algunas personas tratan de tapar rápidamente el vacío y optan por tener encuentros sexuales casuales, con la idea de que no han perdido nada y han ganado libertad.
Esto puede constituir una manera de negar la pena por el fracaso amoroso. Con la cantidad, se intenta ocultar la imposibilidad de tener una única relación satisfactoria. Pero también puede suceder que la ruptura destape deseos desconocidos que ahora quieren realizarse. El encuentro sexual se puede convertir así en una repetición en la que el otro es un objeto intercambiable del que no se depende emocionalmente. Entonces, sin saberlo, se depende de otras razones inconscientes que llevan a defenderse de tener una relación amorosa y sexual que se mantenga en el tiempo.
Tras una ruptura, el encuentro sexual con una nueva pareja evoca el cuerpo a cuerpo que tuvimos con la anterior.
La promiscuidad es el resultado de huir de la dependencia y la ansiedad que pueden crearse al reconocer el compromiso emocional con una sola pareja.
Los sucesivos encuentros sexuales con diferentes personas suelen ser en alguna medida el mismo. Pueden estar provocados por el miedo a una intimidad duradera.
Según la relación que tenemos con nuestra propia feminidad, así vivimos la sexualidad.
Luz acababa de acostarse con un músico al que había conocido tocando en el Metro. Apoyada en una pared, la guitarra del músico le recordaba a su adolescencia. No le apetecía llegar sola a casa y la música la hizo sentirse tan bien que comenzaron a mirarse. Salieron juntos del vagón y en el ascensor de su casa ya se estaban besando. Se acostaron e hicieron el amor casi con furia, como si fuera la última vez. Luz tenía este tipo de encuentros desde que se había divorciado hacía un año.
Se había casado con Ángel cinco años atrás... hasta que descubrió que él y su mejor amiga se acostaban. Cuando se enamoró de él, sabía que era un ligón, pero nunca supuso que la traicionaría así. Luz se sintió engañada y abandonada, aunque fue ella quien solicitó el divorcio, Sus relaciones a partir de entonces se limitaban a encuentros sin compromiso.
No sabía por qué, pero disfrutaba con sus parejas ocasionales más que antes. Se sentía libre, sin ataduras. Ella era la que les dejaba después del encuentro sexual. Además, todos los hombres eran iguales, pensaba, se irían con otra. Así las cosas, ahora era ella la que se iba con quien le apetecía y, por lo general, se lo pasaba bien.
Cuando Luz pudo analizar su situación en un proceso psicoterapéutico al que había acudido por una depresión, comenzó a entender algo sobre su manera de relacionarse: si había algo que no quería era tener otro divorcio, porque esto la haría atravesar el mismo proceso que habían vivido sus padres y que a ella la había marcado tanto.
Sus padres se habían separado cuando ella tenía siete años y apenas volvió a ver a su padre. Su madre tuvo pronto otra pareja por la que ella nunca se sintió querida. Luz, aunque lo ignoraba, padecía un sentimiento de abandono y una gran ambivalencia afectiva hacia su madre. La tenía idealizada, pero también la culpaba por no dejarla ver a su padre y por estar con un hombre que nunca la quiso.
Luz se había casado con un hombre infiel, como su padre, y ahora buscaba ser ella quien abandonase a los hombres en un movimiento vengativo que solo la unía más a aquellos por los que se había sentido abandonada, pero que de alguna manera mantenía idealizados. El divorcio despertó en ella un odio inconsciente hacia los hombres infieles, se identificó con ellos y de esta manera buscaba relaciones esporádicas para luego abandonarlos y esquivar la inevitable decepción que sentiría si seguía con alguien. En realidad, para ella tras todos los hombres se encontraba el que la abandonó en su infancia.
Toda historia de amor comienza con una cierta idealización y puede acabar en una decepción si no se acepta la distancia que hay entre la imagen idealizada del amado y sus posibilidades como persona con carencias. Por otra parte, el modelo interiorizado que promueve nuestro deseo hacia otro se formó en los primeros años de nuestra vida, con las primeras personas a las que amamos y a las que tuvimos que aceptar con sus fragilidades y carencias.
La precipitación en buscar otra pareja sexual después de una separación amorosa suele dar como resultado que el encuentro falle. Más que buscar, se está huyendo de lo vivido sin haberse enfrentado todavía a la pérdida; se intenta hacer lo opuesto por el temor a repetir el fracaso. Sin embargo, suele aparecer la insatisfacción y el encuentro erótico desilusiona porque "no era lo buscado", pues el objeto sexual anhelado solo existe en la fantasía.
Reflexionar sobre cómo vivimos nuestra sexualidad y darnos tiempo para elaborar el duelo.
Evitar colocarnos en el lugar de víctimas o culpables. En la relación afectivo-sexual con una pareja se mueven deseos inconscientes que van de uno a otro y que son desconocidos para ambos.
Cuando el enlace es patológico, la pareja se rompe. Si después no somos capaces de vivir una sexualidad que nos gratifique, podemos investigar en una psicoterapia las causas que nos impiden construir una relación con la que nos sintamos bien.
20 de enero-18 de febrero
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