" Hay que reinventar la pareja”. Esa afirmación tan contundente la soltó el mejor amigo de Pablo en una cena y se montó la III Guerra Mundial. Éramos 12 comensales, cada uno en su propio estado de separación, paternidad y custodia. La mujer del afirmante se lo tomó como un tuit de Trump: “Si te quieres separar, dímelo en casa y a la cara”. Pero el tipo, que encima es abstemio y no tenía ninguna excusa destilada, continuó en plan suicida.
“Lo digo en general. La pareja servía antes, cuando las mujeres no ganaban dinero y nos tenían que aguantar para que las mantuviéramos. Pero ahora... Nos casamos con una, tenemos un par de hijos, nos aburrimos, nos cabreamos, nos separamos y no se nos ocurre nada mejor que repetir. ¡Venga, otro hijo! Aburridos, cabreados, el día de la marmota hasta que llegamos a la tercera, o a la cuarta... ¿Y para qué? ¿Para ir al cine acompañados? ¿Para compartir los gastos del supermercado? ¿Para qué realmente? Decidme para qué demonios sirve la pareja tal y como está inventada”, declamó con voz profunda e intensa.
Salió al quite otro. “Hombre, algo de razón tiene. Varios de aquí, varios y varias, que no se me entienda mal, estamos cuidando hijos ajenos y apenas vemos a los propios”. “¡¿Y eso que tiene que ver con la pareja?!”, preguntó una aludida que vive con sus hijos y un hombre que nunca ha querido ser padre y sufre siendo padrastro.
“A ver, a ver, que haya paz... Que estamos en un momento delicado y hay que evitar malentendidos. Aquí todos somos feministas, ¿no?”. Levantaron la mano todos los hombres y todas las mujeres menos una. Sin comentarios. Intervino Pablo, pacificador: “Si entiendo bien a Ramón, esto no va de guerra de sexos, sino de adaptación. Si los niños se crían en custodias compartidas, porque los padres se separan bien, que es lo que toca en el siglo XXI, es verdad que la pareja para toda la vida ya...”.
“Pero… ¿qué es la pareja?”, eso lo preguntó Clara, que fuma en pipa (literalmente) y tiene voz de actriz dramática. Se hizo un silencio tan intenso que el camarero empezó a retirarnos los cuchillos, por si acaso. “Yo no lo sé”, dijo la mujer que llevaba casada más años. “Yo tampoco”, dijo su marido. “Ni yo”, dijo la única soltera. “ ¿Por qué dicen que las parejas homosexuales son más libres?”, preguntó el más conservador.
Como eran los amigos de Pablo, estuve callada, tomando notas. Para esta columna, para una tesis, para una app que nos notifique cómo y cuándo toca pareja. Pensaba en una reflexión del dramaturgo Alfredo Sanzol: “ Para que se note el amor, hay que expresarlo con ternura”. Miré alrededor, intentado calibrar el nivel de ternura de nuestros amigos; me dio vergüenza (o miedo) y califiqué solo el nuestro. Destaca.
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