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¿Maquillarse es contribuir al sistema patriarcal?

Cada vez parece tener más éxito público en los mentideros digitales una particular figura: la del “caído del guindo”.

El feminismo no es constatar lo evidente sino lo que haremos nosotras con lo que hicieron de nosotras / pixabay

Valérie Tasso
Valérie Tasso

La persona que acaba de descubrir y relacionar que si el agua está caliente, a lo mejor es porque la hemos puesto al fuego o que si estamos haciendo pipí es porque quizá hemos bebido agua y, a partir de ahí, lanza su valioso “descubrimiento” a los cuatro vientos para que su “followers”, que todavía siguen en el guindo, la aclamen por su ilustre reflexión y le muestren las más inflamadas formas de admiración en forma de “likes” por un tubo.

La cosa tiene especial éxito (los “likes” ya caen como chaparrón en verano) si la causa relacional descubierta (el calor o el beber agua) es algo que todas ya hemos acordado que nos oprime y el efecto (el agua caliente o el hacer pipí) es algo que nos resulta farragoso. Un ejemplo de esto es el “descubrir”, relacionar y denunciar que el hecho de que nos maquillemos es el exclusivo efecto de un “ sistema patriarcal” que, obviamente, nos somete. Dos hurras por el “hallazgo”.

La cultura y su malestar

Nos maquillamos, nos depilamos los sobacos, nos ponemos una falda y evitamos meternos públicamente los dedos en la nariz porque vivimos en LA cultura y en UNA cultura (que, entre otras cosas, establece lo “propio” de los géneros que conviven y se seducen).

Eso de habitar en cultura deriva de nuestra condición de seres sociales y de entidades que necesitan el amparo, el cobijo y la presión de los demás para desarrollarse y alcanzar ese sorprende estatus de humano. Así, sin “cultura”, no seríamos nada, apenas homínidos que no alcanzarían ni siquiera la posibilidad del habla. Pero sucede que no sólo somos acogidos por “la” cultura sino que lo hacemos en “una” cultura. En un marco concreto de normas de convivencia y soluciones relacionales que, por entenderse que son las más apropiadas, se han transmitido y las transmitimos a los que llegan. Todos, desde un japonés a un murciano pasando por un bosquimano, alcanzan su condición humana en cultura… pero lo hacen en culturas distintas. Por tanto, la cultura nos permite, nada más y nada menos, que alcanzar la humanidad y desarrollarnos a partir de ella, pero también nos exige someternos a lo que determina (moralmente, estéticamente, socialmente) esa cultura.

Sucede que “la” cultura, al contrario que las leyes que están escritas en una piedra y aparecen tras una zarza, es algo vivo, modificable y arbitrario desde la propia cultura con el objetivo de optimizar (no siempre se va logrando) nuestra vida en común; si cultura es tirar a una cabra de un campanario para reforzarnos como grupo, también lo es el dejar de tirarla cuando, entre todos, acordamos que eso es una salvajada. Pero si bien la cultura es dinámica y plástica desde ella misma, lo que no deja nunca de hacer una cultura es exigir pleitesía, es decir, obligarnos más o menos impositivamente a cumplir sus requerimientos, ocasionándonos en muchas ocasiones “malestar” (la sensación de que el “nosotros” se impone al “yo” y sus particulares apetencias).

A ese malestar, Freud, por ejemplo, le dedica un libro que lleva precisamente por título “El malestar en la cultura”. ¿Y por qué traigo a colación a Freud? Porque, especialmente desde los últimos tiempos, se le ha tachado de ser el emblema de lo que es una sociedad patriarcal (la Viena del XIX es un paradigma de eso). Sus cositas e insistencias sobre el pene y el masculino complejo de Edipo parecen reafirmar algo que ya sabían hasta los neandertales del Beluchistán; el dominio sobre la cultura la tiene el “páter” (es decir, el padre, el hombre, lo masculino) y no la “mater” (la madre, la mujer y lo femenino). El hombre ha diseñado las leyes culturales que nos permiten hacernos humanos y humanos de género a su conveniencia y beneficio… A eso, se le viene en llamar una “sociedad patriarcal”.

Cuando a Freud se le acusaba de tratar a una mujer paciente desde un punto de vista masculino, su sorpresa era mayúscula; ¿cómo no tratar desde un punto de vista masculino a un ser humano que se ha construido desde un punto de vista masculino? De una lógica aplastante. No es que, por ejemplo, la mujer aspire a tener falo y al no conseguirlo se “histeriza”, es que no podemos olvidar que siempre le han dicho (su cultura le ha dicho) que por no tener falo es algo falto, no completo, inacabado…y eso “histeriza” al sujeto (la cultura le genera un malestar específico por carecer de lo que ella misma le reclama… y de lo que ella misma, por tanto, se reclama).

El feminismo no es constatar lo evidente sino lo que haremos nosotras con lo que hicieron de nosotras

Así que sí; evidentemente maquillarnos es un hecho cultural, evidentemente la cultura está hecha prioritariamente desde lo masculino, evidentemente que sus maneras son impositivas, aunque de distintas formas, para mujeres y hombres, y evidentemente cada vez que las acatamos las perpetuamos. Nadie que se reclame feminista, y aun instalada en el guindo, y mucho menos nadie que pretenda hacer exaltadas denuncias para conseguir amiguitos desconoce eso, pues el feminismo es en sí mismo una crítica a la cultura en vistas no a anularla como concepto sino a conseguir una mejor, menos opresiva y más igualitaria para todos (mujeres y hombres).

Jean Paul Sartre dejó dicho en una entrevista una frase particularmente oportuna sobre este tema: “el ser humano (el “hombre” dijo, como no podía ser de otra forma en la cultura de los años cincuenta) es lo que hace de él con lo que hicieron de él”. Por lo tanto, el problema no es constatar lo evidente (lo que hicieron de nosotras) sino lo que haremos nosotras con lo que hicieron de nosotras. Así, el feminismo avanza no cuando se mencionan obviedades en su nombre (como el constatar que lo femenino –y lo masculino- es una construcción cultural ideada desde un sistema mayoritariamente patriarcal) y promulgado con vistas al goce del grupo de palmeros, sino cuando afronta la inquietante pregunta que viene después: ¿Y?

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