Tinder es un erial. Bumble, que hace seis meses era la gran esperanza, ya está lleno de testosterona basura (eso sí, con muy buen inglés). De Meetic, mejor no hablemos: la última vez me hice una suscripción de pago y encontré que la concentración de complejos de Edipo se había duplicado respecto a la versión gratuita. Carne de psicoanalista.
¿Dónde están los hombres normales? Los educados, los de buen ver, los de edad casadera (y que no están casados), los que no tienen fobia al compromiso, los que no usan calcetines sintéticos y camisetas de escote más pronunciado que el mío... Me consta que muchos hombres también se preguntan dónde están las mujeres normales, las que no mienten, las que no ponen una foto de perfil de hace una década y las que son exactamente (o más o menos) lo que dicen ser.
Tengo la sensación de que todos ellos, ellos y ellas, se han ido a algún lugar idílico de internet donde alguna deidad divina impide que se violen principios tan básicos de la comunicación humana como aquel que reza: " Cuando alguien te habla, se contesta. No se le deja colgado para reaparecer dos semanas después a las dos de la madrugada preguntando: "Qué haces, corazón?"".
Sin embargo, los seres celestiales sí encuentran pareja. Los VIP se separan y al mes ya han rehecho su vida sentimental. Es como si unos estuviéramos perdidos en la jungla de internet, mientras otros se desplazan con gracia y soltura por una amplia autopista señalizada y con un detallado manual de instrucciones para encontrar pareja. La mala noticia es que no se trata de una sensación. Ese lugar existe, se llama Raya, no estás en él y tiene una larguísima lista de espera: nada menos que 100.000 personas ansían una plaza.
Sus orígenes se remontan a 2015, cuando surgió como una aplicación de ligoteo para la gente de industrias creativas, como el cine y la moda. Desde entonces, ha mutado en una red exclusiva para modelos, actores, productores, deportistas de élite, dj’s de moda y, según The New York Times, buena parte de la plantilla de la editorial Conde Nast (Vogue, W, GQ, The New Yorker).
Para entrar se requiere una invitación de uno de sus selectos miembros, pero no es el único requisito. También se debe superar la aprobación de un algoritmo y de un comité de 500 seres humanos reales. Entre todos deciden quién entra al nuevo Gotha: el de la aristocracia, la nobleza y las buenas familias de internet.
En la selección pesa el número de seguidores en Instagram (se exigen más de 5.000) y tener en los contactos de teléfono cuantos más miembros de Raya mejor, además de otros atributos menos tangibles, como "tener una profesión cool" o be hot [estar bueno-a].
Raya tiene más de 10.000 miembros distribuidos en una docena de países y solo el 8% de los aspirantes son aceptados. El resto se queda en un limbo hasta que consiguen que suba su cotización o son olvidados para siempre. Con estas cifras, entrar en la aplicación se convierte en un proceso más exclusivo que ser aceptado en la Escuela de Negocios de Harvard, la más prestigiosa del mundo. La máxima de los seleccionadores de Raya es que " todo el mundo tiene que ser alguien".
Una vez dentro, las reglas son simples, pero estrictas. No ser un adulador. No arrastrarse demasiado. Mantener una privacidad estricta, que incluye la prohibición absoluta de hacer capturas de pantalla de los VIP que buscan pareja. Si alguien se atreve a hacerlo, recibe una severa notificación de advertencia. Es la primera y la última. Lo siguiente es la expulsión. Y se conoce al menos el caso de un expulsado por revelar detalles de un match con una deportista famosa.
A pesar de sus esfuerzos por mantener la privacidad, algo se ha filtrado sobre sus miembros, uno de los grandes misterios de la mitología de internet. Por ejemplo, la publicación digital Nylon.com logró infiltrar a un redactor en la red social. Consiguió al menos 28 pantallazos de celebrities, entre ellas la modelo Cara Delevigne, que se presentaba con este mensaje: "Conocer a Cara Delevigne en una app de ligar sería como adoptar un grifo en un Tinder de mascotas". Según Nylon, el mensaje de Sharon Stone era: "La próxima vez que tus padres te sugieran que buscar pareja en internet está acabando con el romanticismo, puedes decirles que es suficientemente bueno para Sharon Stone". Y el diseñador Alexander Wang decía de sí mismo: "Arrastrar a la derecha a Alexander Wang es la versión digital de ganar la freaking lotería".
Aunque a más de uno todo esto le pueda sonar clasista y pijo, Raya está llenando un nicho de mercado: el de aquellos que no quieren frivolizar su vida sexual con rollos de una noche, los que no se quieren juntar con cualquiera y los que todavía perciben la intimidad como un valor a cultivar.
Mientras las grandes plataformas como Tinder, Twitter y Facebook intentan recuperar la confianza de sus usuarios, que las ven como trampas con misteriosos algoritmos que han usado sus datos de modo turbio, Raya se ha convertido en la única red social que invierte más en exclusividad que en ganar nuevos miembros para escalar (el verbo dorado de Silicon Valley, que indica el momento en que una start up crece hasta convertirse en un fenómeno global y entrar en las rondas de financiación más generosas). Raya prefiere apostar por la confianza de sus socios. Lo que venden es privacidad y exclusividad. Y sus usuarios la compran: la app cuesta 7,99 dólares al mes y solo está disponible, por supuesto, para dispositivos de Apple.
Según The New York Times, empezará a ser rentable este año. Su fundador, Daniel Gendelman, le ha contado al diario neoyorquino que su invento no va de ligar (o no solo de ligar), sino de conectar a "determinado tipo de gente" en un espacio digital. Gendelman, que se describe a sí mismo como una persona introvertida, venía de fracasar en Tinder cuando se le ocurrió la idea. "Era nuevo en el barrio, buscaba conectar con alguien agradable y fue un fracaso". Aprendió que las citas on line no funcionaban para todos. Así que se inventó un ecosistema digital más privado, más cercano a una cena que a una inmensa discoteca anónima donde todo el mundo ha perdido el norte cuando se pone a ligar. La gente de Hollywood y los periodistas empezaron a llamarlo el "Tinder de los Illuminati". Cuentan que algún desesperado ha llegado a ofrecer hasta 10.000 dólares en efectivo por una cuenta. Otros envían elaborados currículums o voluminosos resúmenes de prensa sobre su persona.
Pero su fundador cree que la aplicación es la versión digital del Club de Davos: un lugar donde gente influyente puede conectar para desarrollar proyectos comerciales, artísticos y humanitarios. Para él no es el sitio donde los VIP, las modelos, los deportistas y la gente snob acuden para buscar un rollo de una noche. Esa versión de los hechos no le gusta nada. Gendelman sostiene que la app es menos superficial de lo que su reputación sugiere. Pero, por otro lado, también ha admitido que Raya no es "una democracia" y que "ser atractivo y tener un buen capital social" son criterios para entrar a su club. ¿Acaso ligar fue alguna vez un hecho democrático?
Si Raya ha triunfado es precisamente, según la versión del experto en cultura digital Kevin Roose, porque se trata de "la respuesta elitista a la homogeneización de internet". La que llegó con las grandes plataformas, como Facebook y Tinder, donde nos acabamos encontrando todos en amor y compañía (incluida tu madre, tu ex, tu amigo de la infancia y y hasta tu compañero de trabajo).
En realidad, buscar pareja siempre fue un hecho mucho más privado y menos global. La superabundancia de opciones digitales (y sobre todo, la facilidad para deshacernos de ellas cuando ya no nos complacen) nos ha vuelto caprichosos y frívolos. Quizás este sea buen momento para mandar una solicitud de admisión al único sitio de internet que parece haber recuperado la cordura. Aunque, de momento, solo acepte a los VIP.
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20 de enero-18 de febrero
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