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¿Estás satisfecha sexualmente?

La corrección “política” de nuestros días ha ido arrinconando (a veces hasta sirve para algo la corrección) un insulto recurrente hacia las mujeres que intentaba explicar, de forma despreciativa, un estado de ánimo arisco, hosco o poco dado al diálogo. Era el de “mal follada”.

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Valérie Tasso
Valérie Tasso

Describir así a una mujer suponía recalcar el principio que la clínica psicopatológica del XIX había determinado para la histeria y que no era otro que un deficiente desarrollo de la propia sexualidad femenina.

Los síntomas de la histeria eran variados y, en sus fases más espectaculares, incluían una manifestación extrema y teatralizada que incluía convulsiones, autolesiones, gritos, agresiones descontroladas y espasmos similares a los de la epilepsia, movimientos espasmódicos y descontrolados pero también catatonia, afasia aguda (imposibilidad de habla), tetania (rigidez en los miembros), amnesia, ceguera psicosomática y anestesia general (la incapacidad de sentir dolor o sensaciones térmicas). Es decir, que la histeria como manifestación sintomática de un conflicto, vinculado a su condición sexuada, no era ninguna filfa.

El auge de la histeria se produjo, por cierto, en la época moderna de mayor represión en las manifestaciones de la sexualidad de las mujeres, en la llamada “época victoriana” del siglo XIX. Para abordarlo, para que la paciente recuperara un cierto estado de “bien follada”, se le aplicaban remedios como la estimulación genital inducida por el médico o la comadrona, con vistas a procurarle el “paroxismo histérico”, es decir, un orgasmo que le relajara el traqueteado cuerpecito. Todo esto posiblemente no lo sabría el que pronunciaba con superioridad el insulto a modo de diagnóstico.

El imperativo de gozo

A día de hoy, otra preocupación hermanada ronda las progresistas mentes de los del “ imperativo de gozo”; el si estamos todas “ sexualmente satisfechas”. La finalidad de dicha preocupación, y déjenme ser un poco mala, no es quizá tanto el evitar una nueva pandemia de histerias como el que tengamos siempre a nuestra disposición artilugios, recetas, recomendaciones, neologismos y un horizonte de orgasmos expansivos e ilimitados que meternos entre pecho y espalda. Es decir, algo con lo que comerciar pero, sobre todo, algo cuantitativo.

Decir hoy en día que una está “satisfecha sexualmente” parece querer decir que tiene el balance contable de polvos con un superávit que para sí lo quisiera un empresario de éxito o, dicho de otro modo, que follamos todo (y más) de lo que queremos. Y ahí se produce una nueva sinécdoque de lo que viene entendiéndose por el ambiguo adverbio de “sexualmente”; el relacionar sexo con interacción sexual. Y una vez establecida esa indeleble asociación, el cuantificarlo, el hacer de esas interacciones una cifra con relación a una media para que podamos, todas nosotras, medir nuestro rendimiento y tener esa aspiración tan empresarial del “crecimiento”, del subir cada año el diez por ciento de nuestros beneficios con relación al precedente.

Estar satisfecha sexualmente debería significar que una mujer se siente cómoda con su sexualidad (“polvos” aparte…)

Pero, estar “satisfecha sexualmente” no debería significar eso para alguien que entienda lo de “sexual” y lo de “satisfacción”, y su valoración no debería realizarse en términos cuantitativos sino cualitativos.

Así, estar “satisfecha sexualmente” debería querer significar que una mujer es capaz o ha logrado ajustar todos los parámetros de su condición sexuada a las expectativas que de ellos tiene, que no tiene conflictos en áreas como el proceso dinámico de su sexualidad, que se produce sin demasiado desajustes su sexuación, y no tiene conflictos relevantes en su erótica o su amatoria. O, dicho más clarito; que se siente cómoda en lo que es, sin trabas para explorar y desplegar su sexualidad (follando o no follando), que mantiene mecanismos eficaces y satisfactorios para relacionarse en muy diversas maneras y grados con los otros (su “erótica” es gratificante… follando o no follando) y que cuando se dispone a interaccionar sexualmente, tiene un bagaje, un conocimiento y un saber hacer que le permite satisfacer y satisfacerse.

Eso, en conjunto, es sentirse satisfecha sexualmente, y si bien hoy en día, hay más mecanismos y posibilidades morales para conseguirlo que en la Europa del XIX, siguen quedando enormes lastres ideológicos que nos lo dificultan, algunos de siempre y otros de reciente incorporación (como, por ejemplo, el imperativo de tener que llevar, para estar “satisfecha”, un registro de sus interacciones eróticas y sus orgasmos, secuencialidades e intensidad de lo uno y de lo otro).

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