vivir

¿Eres de las que gritan o se callan en el sexo?

La relación del ser humano con el lenguaje es fascinante. Tanto como su relación con su condición erótica y sexuada o con el deseo.

Los tres, lenguaje, erotismo y deseo, son factores determinantes en ese proyecto humano de “sujetarse”, de devenir un “sujeto” humano, y los tres son factores que, cuando no se pueden resolver bien, desencadenan o son constituyentes o son síntomas de cualquier desequilibrio psíquico. Si no aprendemos o se nos “estropea” el simbolizar lo simbolizable (el lenguaje), si no aprendemos, desde las pulsiones, eso tan complejo de desear “convenientemente”, o si no aprendemos o se nos cortocircuita el relacionarnos con el otro, algo en nuestra estructura de sustento se cae, en ocasiones de la forma más trágica posible. Por eso, más allá del paradigma biológico y farmacológico, es imposible intentar ayudar a alguien que cae sin intentar averiguar qué le está pasando en esos tres ámbitos de sujeción.

Los humanos, por ejemplo, necesitamos ponerle lenguaje al mundo. Sin el lenguaje (la capacidad de simbolizar), nada sería para nosotros comprensible, nada sería posible de llevarnos a nuestra conciencia (lo que crea al mundo y a nosotros mismos con él), el lenguaje es como una intermediación, unos guantes, que nos impiden “tocar” las cosas directamente pero sin los cuales no podríamos tocar nada. Para un humano, todo tiene que estar racionalizado, y alcanzar sentido a través del lenguaje. Lo contrario es el horror… o, en contadísimas ocasiones, la gloria.

El término anglosajón que designa la guerra es “war”. Su etimología no guarda más relación que con una onomatopeya; la del grito sin sentido, el “¡uaah!” que emite alguien horrorizado que no es capaz de poner nombre a lo que está sucediendo, a la guerra. En la guerra hay discursos, soflamas, arengas, pero en el enfrentamiento, no hay palabra, sólo gritos, porque esa situación donde lo innombrable se impone y, con él, la irracionalidad más avasalladora, es radicalmente incomprensible.

Cuando el orgasmo llega, la palabra se vuelve incomprensible

Algo similar sucede durante una interacción sexual y alcanza su paroxismo con el orgasmo. Cuando se aproxima, se agazapa la palabra que deviene una especie de gemido, de aullido, de discurso incoherente no hecho para que nadie lo escuche (aunque lo escuche). Cuando el orgasmo llega, la palabra es indefectiblemente vencida para devenir una especie de manifestación infrahumana no racionalizada, no sometida a gramática, no comprensible. Por eso he dicho en alguna ocasión que “el orgasmo es el gran comedor de palabras”. Estamos “fuera”, en “éxtasis”, no se sabe dónde pero sabemos que ese dónde no es reducible a racionalización, a palabra… Y eso, lejos de aterrarnos como sucede, por ejemplo, en la psicosis, en la catástrofe o en la guerra, nos eleva a la máxima amplitud de goce.

Estar callada durante el orgasmo: una opción tan respetable como cualquier otra

En ese tránsito extático sexual, cada uno de nosotros se manifiesta, irracionalmente, de forma distinta; se gime, se grita, se suspira, se invoca a Dios, se anticipa la partida con un “me corro” o se calla. Esta última opción es tan respetable como las anteriores, y no explica, pese a lo que se suela creer, una falta de compromiso o de implicación con el goce sino más bien una necesaria e inevitable introspección y encapsulamiento con una misma.

Por el contrario, hay otras que, como el pájaro pinto, hacen una exhibición de todas las tesituras e intensidades de su capacidad vocal de manera que cuesta distinguir su manifestación de una sirena de bomberos y hasta si a la criatura la están descuartizando o está gozando (distinción, ésta última, que como anunciábamos, no está en lo radical del todo tan alejada). También, las “expresivas” están perfectamente legitimadas a manifestar su “irse corriendo” así.

Lo único que a todas se nos puede pedir, es que la manifestación callada o ruidosa sea sincera, porque si no lo es, es porque está racionalizada (estoy pensando qué es lo más conveniente que haga) y, si está racionalizada, es que no está sucediendo lo que queremos dar a entender que sucede. Nuestra pareja sexual, cuando la haya, y a poco que se haya caído ya del guindo (o haya visto algo de cine porno), sabrá perfectamente si estamos o no en lo que estamos y cualquier de los dos extremos expresivos le resultará conveniente, si es real, para sostener su propio deseo… Y es que entre el “silencio, se rueda” y el rechinar de los neumáticos, todo es ponerse en movimiento en cuanto se desembraga.

Y además:

  • Sexo: dímelo al oído

  • La tiranía del orgasmo simultaneo

  • ¿Qué tienen en común el sexo y el humor?

Temas

Sexo