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¿Por qué a las mujeres nos cuesta tanto ir al ginecólogo?

“Por allí viene mi marido con un ramo de flores… Esta noche, me tocará abrirme de piernas”, le indica una amiga a otra que, perpleja, le responde: “¿Es que no tenéis jarrones en casa?”.

Valga el chiste como introducción (en el buen sentido) de que eso del “ abrirse de piernas” no es algo que siempre se haga con unas ganas locas. Y es que hay ocasiones en las que ese gesto viene más guiado por la obligación que por la lujuria; la visita al ginecólogo es quizá la más emblemática de ellas.

Tres son las incomodidades de enfrentarse a una revisión ginecológica

Las incomodidades de enfrentarse a una revisión ginecológica son varias pero podrían concretarse en tres: la desnudez, la molestia exploratoria y la aprensión clínica.

La desnudez en un sala de exploración ginecológica no es la desnudez en, por ejemplo, un gimnasio, es el paradigma de la desnudez explícita. Y por exceso de explicitud, no tiene nada de erótica. No se trata de mostrar los todavía sacralizados genitales, sino que se trata de exhibirlos en su máxima expresión de forma que facilite el trabajo del profesional… Y eso, qué duda cabe, da mucho corte. Además, se trata no sólo de una desnudez exhibitoria sino que exige lo más amplio que pueda contener el concepto desnudez; tu desprotección (nada se puede ocultar, por más que lo intentemos con una bromas o unas risas nerviosas, lo que debe ser plenamente visto), tu justificación (si, por ejemplo, vas porque has contraído una ETG, a una le parece, falsamente, que tiene que justificarse por este hecho) y tu sumisión; tu “exhibes” pero no tienes, ahí y ahora, autoridad ninguna sobre lo exhibido de forma que toda iniciativa queda anulada en función de una serie de indicaciones procedimentales (“relájate”, “no aprietes”, “pon el culete más arriba”…).

La exploración en sí tampoco suele resultar agradable pues cumple a la perfección ese paradigma freudiano de que las zonas erógenas devienen fácilmente erróneas. A la primera introducción del espéculo, que ensancha una apertura que malditas las ganas que tiene de ensancharse, le suele seguir la mirada profunda (como cuando se busca una culpa perdida en un cajón) y el “ dildo” de buen tamaño recubierto de un preservativo y bien lubrificado que facilitará la inspección ecográfica (parece que estés follando, pero no estás follando). Esas molestias, en general meras incomodidades, en algunas mujeres, pueden ser insuperables; cuando, por ejemplo, el o la ginecólogo/a se enfrenta a un caso de vaginismo y lo hacen sin que su paciente se haya podido previamente someter a la terapia de un o una sexólogo/a que le amortigüe la sintomática cerrazón.

La aprensión a los resultados clínicos de todo ese proceso también es un factor que no ayuda a que ir al ginecólogo sea una experiencia particularmente relajada, y es que cualquier revisión médica, por rutinaria que ésta sea, siempre incrementa nuestra tensión. Todos estos elementos generan entre el o la profesional y la paciente una situación especialmente curiosa y muy específica; se produce una intimidad particular sin que medie ningún tipo de intimidad. La tradicional distancia médico/paciente se respeta (si no se incrementa en este tipo de consultas), pero los “hechos” indican lo contrario… Así, no es de extrañar, por lo que mis amigos y amigas ginecólogas me comentan, que se produzca por parte de la paciente una, podríamos decir, “suave transferencia”, una especie de controlado “ enamoramiento” (o manso “encoñamiento”) hacia el profesional que le sirva de acicate para afrontar el trago… un poco cuando, sin darnos cuenta, nos hemos liado con aquel compañero de trabajo que sabemos positivamente que es un cretino, pero que nos procura un subidón que nos permite sobrellevar mejor eso tan farragoso de ir a trabajar.

Ir al ginecólogo regularmente es absolutamente CAPITAL e INDISPENSABLE

Pero, independientemente de ese ocasional recurso y frente a ese poco apetecible panorama, ¿por qué acudir entonces regularmente a una consulta de ginecología? Pues porque es capital. Nuestros genitales, especialmente por el hecho de no estar expuestos, están especialmente “expuestos”. Son muy susceptibles de contraer situaciones problemáticas que cursen sin que nos percatemos y la valoración de estos y estas profesionales que tienen ese “ver más allá” y que posibilitan análisis patológicos es indispensable. Y todas, las remolonas y las cumplidoras, lo sabemos; la cita con ellos y su circunstancia es inaplazable. Y ya luego, si acaso, después del apuro, le pedimos al consorte, para evitar más aperturas de piernas de las que apetecen que, esta vez, en lugar de flores, nos regale tres jarrones chinos… (que dicen que, además, como arma arrojadiza, son un primor).

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